La economía es ciertamente una ciencia. Por cierto, no es una ciencia exacta, sin embargo, es una ciencia más científica que en el pasado. Crecientemente le permite distinguir entre los buenos y los malos modelos de bienestar económico y sus consecuencias sociales logrando, con ello, ganar legítimos espacios en la sociedad e identificar los excesos de las políticas partidistas, como los daños del populismo y el nacionalismo como de otros modelos empobrecedores, como la gravitación dominante del estatismo. La economía de mercado es una realidad en sí misma, algunos la difaman, pero no se la puede ignorar ni dejar de ser parte de ella.
Sólo hasta avanzado el siglo XX, las malas políticas económicas devastaron naciones, causando más víctimas que las grandes epidemias y guerras mundiales. Llevando al extremo padecimientos de hambrunas e inmigraciones, por la colectivización de las tierras impuestas en la Unión Soviética, China y otros, ante un solo omnipresente artificioso Estado rector.
Y desde hace sólo medio siglo, la buena o sana economía, esencialmente cimentada en modelos empíricos, sencillamente originados en la libertad individual de emprender y en unas políticas fiscales como monetarias armoniosas técnicamente, he ahí, sencilla y naturalmente una institucionalidad rectora y predeciblemente sensata, reflejando la sumatoria de los estímulos personales, que generan bienestar universal.
Arrancó de la pobreza generalizada a alrededor de 800 millones de almas humanas, y proyectó nuevos horizontes de desarrollo al mundo, una receta esencialmente posible, para uno y otro país de dispar idiosincrasia y desarrollo, por y con principios socio-económicos adaptables y verificables, anclados en la certeza del libre mercado y cimentado en la propiedad privada. Lo que en Chile la Convención Constitucional inicial intentó dejar en estado de latencia, precarización y hasta en ascuas… al derecho más esencial del ámbito temporal/ terrenal: la libertad de decidir por sí mismo y obtener la titularidad de su propiedad.
El caballo de Troya es el montaje de un artificio denominado Estado, que con el espejismo de todo para todos y por igual a iguales, no va definitivamente con la naturaleza humana. Con una debilidad intrínseca adicional, indesmentible por la praxis, que la gestión por unos pocos iluminados no podría suplantar las necesidades e intereses personales.
La dispersión de estímulos y motivaciones como requerimientos propios no puede ser ni guiada ni interpretada por unos burócratas sesgados por estereotipos como dogmatismos y con un peligroso absolutismo sectario, como guía rectora. El colectivismo, la esencia del socialismo marxista conlleva por definición a la asfixia del devenir personal y con ello se pierde la sensibilidad y el diagnóstico del parecer del individuo. Y, ante tal inexorable imposibilidad, ahoga al sentido aspiracional de superación del ciudadano común, que es el que mueve la iniciativa individual del emprender, que con su capital ahorrado y acumulado intenta y logra satisfacer y multiplicar los requerimientos de millones de almas.
Y tienen un común denominador para interpretar sus intereses vía el voto monetario, equilibrado vía principios rectores macroeconómicos, con la tecnocrática arquitectura de la imprescindible modernización de los bancos centrales, que buscan, pretenden y logran el equilibrio entre la oferta y demanda como, en cierta medida, acota los permanentes excesos distorsionadores e ineficientes del omnipresente Estado. Que, por medio de sus legiones de funcionario públicos, acento en Chile, con carácter de vitalicios, se desviven dictando y acaparando normas y regulaciones sin límites en el tiempo… anquilosadas y obsoletas que bloquean… ¿a quién? Al sector privado y ha nosotros los individuos, con normativas de interés minoritario y unilaterales.
Y el sector público, con más de 840.000 empleados, se ha dado la licencia adicional de incrementar los empleados públicos a “contrata”, en un sideral 90% en sólo una década, alcanzando a 274.000 nuevos burócratas, que esencialmente consiguen los empleos vía el gobierno de turno, sin especialización ni competencias, sus roles son esencialmente paralizantes.
Aterrizándolo en términos de índices, la significancia y validez de la libertad económica, en octubre reciente, el prestigioso y predictivo referente Fraser Institute presentó el Economic Freedom of the World 2024 y sin mayor sorpresas Chile cayó por quinto año consecutivo en el ranking, retrocediendo frente a 27 países en los últimos cinco años, ocupando el deslucido 39 lugar, cuando en la década del 2010 promediábamos el expectante y sólido quinto lugar, todo un logro, traducido en mayor bienestar país.
El Índice, elocuentemente, mide exactamente el grado que las instituciones y políticas públicas de 110 países, le permiten a los ciudadanos “tomar sus propias decisiones económicas” y el devenir de sus destinos. Chile se deterioró, según está autorizada óptica internacional, en cuatro ámbitos de medición: en la jurisprudencia de su sistema jurídico; amagando la fortaleza del derecho de propiedad; la inestabilidad de su moneda y en la palpable atrofia de sus regulaciones. No es una novedad, sí una constatación y ratifica todo el enunciado de la columna: es un tema de libertad y de una doctrina económica sustentada en parámetros económicos que dan orientación y solidez a las políticas económicas promercado y anti-Estado, sencillamente funcionan, inexorablemente, si bien, inducida y conducida, el mundo y Chile ha testeado y comprobado su eficacia.
El inexperto y alienante gobierno de Boric y sus alumnos del FA hicieron retroceder al país un largo trecho, que sólo aplicando la historia económica conocida y validada, se vislumbraba su costoso y triste resultado, de un socialismo neomarxista; que de fondo no están enmendando por cuanto aún quieren y exigen al Estado un rol activo (pensiones/ litio/educación/salud); una activista política en medio ambiente que afecta determinantemente la engorrosa permisología; un sector público adicionando 140.000 costosos e improductivos empleos; una indisimulada indulgencia a la indisciplina de las personas y particularmente al lumpen, lo demuestra sintomáticamente la tendencia de evasión en el Transantiago, agravándose de un 15% a un 45% desde el 2010 al 2023, es decir, un incremento de un 185% y todo ello anestesiado con un subsidio incrementándose en un 87% en este dilatorio periodo.
Así son lacónicamente, y no pierden su hilo conductor de la dormida, como latente, Constitución que los inspiró. (El Líbero)
Rafael Aldunate