La empresa posee algunos rasgos esenciales que es preciso tener en consideración como bases ineludibles sobre las cuales prepararla para enfrentar los arduos desafíos que le imponen los tiempos. Entre ellos cabe destacar:
Que ante todo es una comunidad de personas que persigue unos fines comunes, siendo su naturaleza propia de orden económico. Esta condición prima sobre todas las otras que puedan atañerle, como por ejemplo son las de lugar de encuentro de los factores de producción, o unidad operativa de capital y trabajo, o sociedad productiva económica. Una claridad sobre el respecto es absolutamente necesaria, pues según cómo sea concebida la empresa será el tipo de práctica que se hará de la misma y, consecuentemente, de qué forma se dará cabida y se dirigirá a las personas. Si es verdad que ellas son el origen, centro y finalidad de la actividad empresarial no existe lugar para dudas de que la empresa es primeramente, tanto en su generación como en su ordenamiento moral, una comunidad humana.
Paralelamente, es un órgano social intermedio, parte de la trama de la sociedad civil. Como tal, ha de subordinar su accionar y la legítima búsqueda de su propio bien (que incluye el beneficio, pero no se agota en él) al bien de las familias y al bien común de la sociedad. Precisamente por su calidad de cuerpo social intermedio, la empresa se relaciona también, más directa o indirectamente, con un sinnúmero de otras entidades que son parte del tejido social. Respecto a estos tendrá deberes y derechos. De aquí que, dada su naturaleza, las organizaciones de negocios deban asumir diversas responsabilidades para con la sociedad y sus diversas instituciones. Por esta razón, la presencia de la denominada responsabilidad social empresarial es un hecho indisociable de la misma existencia de la empresa y tan antigua como lo es ella. Cosa distinta es que, por diversas razones, se haya puesto mirada más atenta sobre esta dimensión connatural al ser empresarial principalmente en las décadas recientes.
El tercer elemento central es el trabajo profesional, que es la acción humana medular en la actividad de los negocios. Todos los miembros de ésta, sin distinción, generan su aporte propio al quehacer de la misma mediante su trabajo personal. Este último no contribuye solo al cometido económico de la organización y al sustento de las necesidades vitales de quienes lo ejecutan, sino que a la par es fuente de numerosas y diferentes plenitudes humanas y sociales. En tal sentido, es muy relevante que en el seno de la empresa se dé una comprensión plena del alcance perfectivo que la acción de trabajar posee para cada uno de sus integrantes y la sociedad.
La calidad humana y económica de lo que acontezca al interior de la organización y el fruto que ésta podrá ofrecer hacia su exterior es lo que está finalmente en juego. Las turbulencias político-sociales, sumadas a las generadas por la revolución tecnológica, no deben oscurecer los fundamentos. Es más, requieren que ellos estén más claros que nunca. (El Líbero)
Álvaro Pezoa