Es la opción que tenemos ahora en Chile.
Ya llevamos tres años de voluntarismo rupturista, con malos resultados. El PIB en el primer trimestre creció un magro 0,1 por ciento. Es cierto que influyó la huelga de Escondida, pero hubo a la vez un colosal aumento del gasto público, del 7,8 por ciento real anual. Mientras tanto disminuye peligrosamente la calidad del empleo.
Ahora tenemos dos opciones. ¿Más de lo mismo, pero en versiones probablemente exacerbadas, como las ofrecidas por Guillier y Sánchez? ¿Más voluntarismo improvisado, más ideologismo, más aventura? O un regreso a la buena gestión que disfrutamos durante los gobiernos de la Concertación y de Piñera.
Esta segunda opción la encarna un solo candidato, Sebastián Piñera. También Felipe Kast, podría objetar alguien. O Carolina Goic. Pero la candidatura de Kast es implausible, y es difícil creerle a una senadora que votó con entusiasmo por las reformas del gobierno, y que pertenece, mal que mal, a la Nueva Mayoría. En cuanto a otros candidatos, como Guillier, Sánchez y Ossandón, pueden tener buenas intenciones y ser buenas personas. Pero encarnan, en diferentes medidas, una peligrosa combinación de voluntarismo, rupturismo, improvisación e ignorancia.
Una de las fortalezas de Piñera es que tiene el respaldo de una coalición de partidos que ha logrado sorprendentes grados de coherencia. Eso es importante porque los partidos son indispensables al funcionamiento de una democracia representativa. Muy distinto el caso de los otros candidatos. Según Ossandón, «los partidos pesan menos que un paquete de cabritas»; y Guillier se esmera en reunir 35.000 firmas con el solo fin de evitar ser asociado a un partido. En cuanto al Frente Amplio de Sánchez, a primera vista valora los partidos, porque cuenta con doce. Pero lo que realmente privilegia es el asambleísmo.
En cuanto a programa de gobierno, es conocida la capacidad de Piñera para gobernar el país, y las ideas que ha adelantado son congruentes con ese objetivo. Frente a eso, ¿qué de las propuestas de Guillier y Sánchez? Las de Guillier suenan bien. Por ejemplo una «revolución energética» que apueste por energías renovables. Pero ¿qué tiene de nuevo? ¿No se ha fijado en lo mucho que ya se ha avanzado en ese frente? Dice también que hay que «agregarle valor» a nuestro cobre. Es una idea de los años sesenta que se topó hace decenios con un inconveniente: las bajísimas rentabilidades, y la alta contaminación que emana de las fundiciones y refinerías. Finalmente, Guillier quiere diversificar nuestra matriz productiva incorporando innovación, incluso el «Internet de las cosas en la producción de bienes y servicios» (la cita es de Osvaldo Rosales). ¿Quién no? El tema es cómo. No basta con buenas intenciones.
En cuanto a Sánchez, poco sabemos de lo que pretende ella, fuera de ampliar el ámbito de los derechos sociales, y financiarlos con más impuestos. Difícil imaginarse cómo va a lograr el «crecimiento en armonía» y el «Chile feliz» que ella promete. Tal vez haya que tener paciencia, ya que ella espera que la ciudadanía la ilumine. Guillier también. Como si ambos quisieran abdicar su responsabilidad de liderar. (El Mercurio)