La vulnerabilidad de las sociedades occidentales es precisamente ese afán actual de no valorar lo más valioso de lo propio. Es no tener conciencia de que por primera vez en la historia de la humanidad se ha conseguido —solo en Occidente— vivir en democracia, tener Estados de Derecho y garantías personales.
Esa indiferencia para valorar el conjunto de libertades conseguidas a través de muchos siglos, y darlas por garantizadas, es lo que debilita las instituciones. Y lo que es peor: solo en las sociedades occidentales democráticas y abiertas se permiten protestas masivas contra el propio sistema, y se considera un deber respetar todos los pensamientos y agrupaciones —lo que es muy bueno—, pero incluso si tienen por finalidad principal la destrucción de la misma democracia que los acoge, lo cual es absurdo.
Patrick Deneen, autor de “Por qué ha fracasado el liberalismo”, se queja de la ignorancia y falta de interés por la cultura propia de sus alumnos; y lo atribuye a que no hay un compromiso “civilizacional”, a nivel de toda la sociedad, con la defensa de los valores conseguidos en Occidente.
Y el extraordinario educador Wilhelm von Humboldt (hermano del gran científico y naturalista Alexander, quien nació hace justo 250 años) decía que la esencia de una sociedad radica en una educación para formar personas integrales, conocedoras de su tiempo y su cultura. “De ahí surge la unión en la diversidad, el bien más alto al que puede aspirar una sociedad”.
Vivimos enormes incertidumbres, y proliferan los ataques a las bases mismas de las instituciones democráticas. El antídoto es renovar las virtudes cívicas, recuperar en los colegios el estudio de la historia, de las instituciones, de la filosofía y de la ética. Una sociedad que no aprende a valorar y transmitir desde la primera infancia su propia legitimidad entra en decadencia.
Por eso pienso que ramos formativos como Historia, Filosofía y Educación Cívica deberían tener prioridad, y son perfectamente abarcables —los tres— en los doce años de colegio. Se trata de situar a las nuevas generaciones en el sentido de los tiempos. Sin comprender ese sentido, sin estudiar las raíces de las instituciones que hacen posible la vida civilizada, los jóvenes quedan más expuestos a la endofobia, a la ignorancia y desprecio de lo propio, porque no se les enseña a valorarlo. Después no nos extrañemos.