La tendencia de la alternancia en el poder no da señales de interrumpirse de cara a la próxima elección presidencial. La última vez que un militante del oficialismo triunfó en esa competencia electoral ocurrió hace casi veinte años, en enero de 2006, cuando Michelle Bachelet fue elegida en segunda vuelta para suceder al gobierno del presidente Lagos. En las cuatro elecciones que se han celebrado desde entonces, se impuso el candidato de la oposición.
Nada hace presumir que esta vez vaya a ser distinto. Los candidatos del oficialismo no se muestran especialmente competitivos -ni siquiera es seguro todavía que uno de ellos logre una votación suficiente como para pasar a una eventual segunda vuelta-. Podría ser, no es imposible, que ya en la primera vuelta quede asegurada la alternancia, si acaso las dos mayores votaciones fueran logradas por candidatos de la oposición. Mucho menos probable es que uno de ellos alcance la mayoría absoluta en esa instancia y que la elección del noveno presidente de la República desde la recuperación de la democracia quede zanjada en primera vuelta.
En cualquier caso, lo más probable es que en marzo de 2026, en una solemne ceremonia en el Congreso Nacional, el presidente Gabriel Boric concluya su mandato entregando la banda presidencial a un(a) militante de las derechas. Desde hace algunas semanas que las encuestas vienen informando que los candidatos de ese sector político ocupan los primeros lugares, mientras que los oficialistas los siguen a distancia. Se trata de un escenario electoral inédito, que además ha ido adquiriendo una complejidad que nadie avizoró hasta aquí.
La decisión de Chile Vamos de no realizar primarias y, en cambio, de inscribir directamente a su abanderada en la papeleta de la primera vuelta, es de los aspectos más novedosos de la contienda que tendrá lugar en noviembre. No se puede exagerar la importancia de esa decisión, sobre todo por sus efectos en la gobernabilidad de la que gozaría un eventual gobierno de Evelyn Matthei, si ella resultara finalmente elegida como la segunda mujer en asumir la más alta magistratura del país.
Y es que la decisión de Chile Vamos, que era casi inevitable después que Republicanos anunciara tempranamente que su abanderado competiría también en la primera vuelta, implica en los hechos descartar la gestación de una alianza gubernamental. “Desde Republicanos hasta Demócratas, Amarillos y el Partido Social Cristiano”, como lo expresó la candidata cuando aspiraba a la unidad de la oposición para enfrentar la elección presidencial y parlamentaria. Siendo así, la gobernabilidad de un eventual gobierno de Chile Vamos enfrentaría un escenario político extremadamente exigente: dependiendo de los resultados de la elección parlamentaria, podría encontrarse en la minoría gubernamental más reducida desde la recuperación de la democracia, justo cuando los desafíos del país en materia de desarrollo y seguridad ciudadana reclaman apoyos y consensos del más amplio espectro.
La fragmentación del sistema político chileno se encuentra en pleno desarrollo, y en estos días ha dado un inquietante paso en esa dirección. ¿Cómo competiría la derecha en la segunda vuelta, dado que no lo hará unitariamente en la primera? Como suele decirse, es una noticia en desarrollo. (El Líbero)
Claudio Hohmann



