El problema del nuevo aire que resolvió darle Carolina Goic a su candidatura es la distancia que separa a la realidad de la Democracia Cristiana -e incluso de la propia abanderada- de esa superioridad moral con la que se pretende vestir una opción que, hasta el 29 de julio, languidecía paulatinamente.
Partamos por Ricardo Rincón y la repentina objeción a su candidatura. Sucede que el diputado fue candidato en 2009, sin que nadie en ese partido -tampoco la ministra del Sernam de entonces, la DC Laura Albornoz- pusiera reparos a la sentencia civil que pesaba sobre él desde 2003, ni a que ignorara la orden de asistir a terapia en un centro de salud mental. De hecho, el parlamentario siguió su carrera muy campante, reeligiéndose en 2013.
Luego, mientras se objeta a Rincón y Carolina Goic declama contra los malos, la DC defiende con fiereza a Javiera Blanco y respalda la candidatura de Marcela Labraña, ambas enfrentando hoy hechos muy confusos en torno al Sename y con mutuas recriminaciones respecto al eventual ocultamiento de antecedentes importantes sobre la muerte de la niña Lisette Villa.
Tampoco cuadra con el aire ético la actitud de Goic frente a la carta de Christian Kirk, su marido, acusando a la cúpula DC de mafiosa, basura y hienas malolientes. Me pregunto si la senadora coincide con esa descripción de su partido, porque lo menos que el país merece es su autocrítica, considerando que lo ha liderado durante un año. Y, luego, si no comparte la apreciación de su marido, por qué entonces no condenó públicamente la carta y se excusó con quienes la han acompañado en el extraño proceso de su candidatura y que, con toda razón, se han sentido ofendidos.
Uno supone que quien anda por la vida dictando cátedra de moral aplica para sí mismo un estándar aun más severo, ¿cierto? Yo jamás pondría en duda el derecho de las personas a ganarse la vida en lo que mejor saben hacer, pero dígame usted que no es al menos curioso que una familia pequeña como la Goic (no son los Herrera, los Pérez o los González) esté representada hoy por, al menos, cinco de sus integrantes en el aparato público. Una hermana de la senadora es asesora de la Presidencia de la República; un hermano está a cargo del Sence; un familiar trabaja en la Superintendencia de Educación; otra en la Subsecretaría de Educación; y una quinta integrante de esa familia, en la Subsecretaría de Hacienda. ¿Cómo ingresaron a esas reparticiones? No lo sabemos (pero lo sospechamos).
Nos enteramos también en estos días de que el sindicato del Banco Estado, en apenas tres días, acordó con sus autoridades deponer una movilización a cambio de un bono de custro millones 500 mil pesos para cada uno de los 10 mil afiliados al sindicato, el segundo bono millonario para ellos en lo que va de Gobierno. La bicoca suma, en total, la friolera de 62 millones de dólares y adivine en qué partido militan sus principales autores: el Presidente del Banco, quien abrió la cartera, es DC; y los sindicalistas que negociaron el bono también son DC. El partido que pregona austeridad, que acusa a los empresarios de ganar plata y que ahora pretende instalar una candidatura presidencial que huele corrupción por todas partes, no tiene reparos con un bono que se lleva más de la mitad de la ganancia anual de una empresa pública, ni siquiera ante la gravísima situación fiscal por la que atraviesa Chile.
Finalmente, el hecho más incoherente con el discurso de la ética es la concurrencia en pleno de la DC con su voto en el Congreso para despachar cada una de las reformas del Gobierno, a pesar de desacreditarlas públicamente. Es desde mi punto de vista inmoral, porque aun sospechando que eran malas decisiones y que afectarían a miles de chilenos, especialmente a los más pobres y a una clase media que lucha por salir adelante, optaron por ponerle su huella. (El Líbero)
Isabel Plá, Fundación Avanza Chile