La familia primero-Pablo Valderrama

La familia primero-Pablo Valderrama

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Luego de recibir los escalofriantes datos que la auditoría realizada al Servicio Nacional de Menores arrojó hace unos días, según la cual, un porcentaje importante de niños no asiste al colegio, tiene algún retraso escolar, presenta graves problemas de salud mental y/o un consumo problemático de drogas y alcohol, la frase “los niños primero” emerge en el mejor momento posible. En efecto, la reivindicación de una opción preferencial por los que más lo necesitan, a través de este eslogan y de la presentación del Acuerdo Nacional por la Infancia presentado esta semana, viene a recordarnos la importancia de ocupar nuestros esfuerzos en los problemas sociales más acuciosos.

Sin embargo, con lo anterior a la vista, resulta necesario detenernos ante una pregunta que invita a reflexionar: ¿son estas las únicas y mejores medidas para hacer frente a la grave situación de los niños de nuestro país?

Considerando la loable voluntad política ofrecida para enfrentar esta situación, pareciera que estas medidas corren el riesgo de ser, al menos en el corto plazo, parciales e insuficientes, obligándonos, por lo tanto, a complementarlas con una óptica distinta. En palabras simples, debido a que el resultado -la situación actual de los niños del Sename- no es separable de sus causas, la pregunta cae de cajón: ¿es independiente la historia familiar de cada menor de su situación actual? Claramente no. Sin ir más lejos, es lógico pensar que allí donde hay un niño abandonado, con graves problemas sociales o que ha entrado al mundo delictual, hay –muy probablemente– una familia quebrada o ausente.

Considerando lo anterior, la propuesta “los niños primero” podría ser perfectamente complementada con la idea de “la familia primero”, en la que, partiendo por reconocerla como “la primera escuela” en donde se transmite la cultura, los valores y virtudes, además del espacio en el que la persona se desarrolla en miras a su propio bien y el de quienes lo rodean, se implemente, luego, una verdadera política integral de la familia que abarque, especialmente, a los más pequeños.

Con todo, para cumplir con lo anterior, es necesario partir reconociendo que la familia chilena se encuentra en una crisis profunda y que, lejos de ser hoy una institución sólida, es, ante todo, un tipo de familia frágil. Probablemente una de sus causas sea la pérdida de sentido en torno a lo comunitario y la correlativa exaltación de la autonomía individual, fenómeno que proviene tanto de la fuerza del mercado como de un enfoque estatal que considera al individuo de manera aislada, sin considerar su contexto social.

En esa línea, la implementación del Ministerio de la Familia y Desarrollo Social, con especial atención en el fortalecimiento de aquella, podrá, al menos en parte, revalorizar el primer núcleo solidario de la sociedad, promoviendo familias sólidas cubiertas con el apoyo necesario para que sus miembros más pequeños no queden a la deriva de su soledad y abandono. En otras palabras, una política integral de la familia permitirá, al mismo tiempo, abordar el problema específico del Sename –tal como pretende hacerlo “los niños primero” – y abarcar tantas otras problemáticas que la familia del siglo XXI clama a gritos y que aún no nos sentamos a discutir. (La Tercera)

Pablo Valderrama

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