El reverso de un problema es una oportunidad con un potencial de igual magnitud que la contrariedad que se tiene enfrente. Ahora que la derecha —y en particular la UDI— aparece golpeada por el escándalo Penta, los espíritus emprendedores que caracterizan al sector debieran desatarse para aprovechar la oportunidad que se les presenta. Ya que la opinión pública cuestiona las relaciones carnales que han existido entre el empresariado y varios líderes derechistas, los partidos del sector debieran cortar ese cordón umbilical de una buena vez y asumir la defensa de un modelo social de mercado que favorezca a toda la población. Porque vale la pena salvar al capitalismo de los capitalistas que buscan capturar al Estado pagando campañas de candidatos, la derecha que valora el modelo —y no sólo valora a los que más se han beneficiado— debe ponerse en pie para defender la libre competencia, las regulaciones razonables y conducentes al crecimiento y la aplicación de una mano justa y dura para todos aquellos que violan la institucionalidad que sustenta a nuestro exitoso modelo social de mercado.
De todas las aristas del caso Penta, una de las más dañinas políticamente ha sido la forma en que la UDI ha respondido a las filtraciones que asocian a candidatos de ese partido con prácticas irregulares de financiamiento a las campañas. En vez de tomar la posición razonable y responsable de permitir que los involucrados aclaren su situación, la UDI optó por desplegar una innecesaria defensa corporativa. Como si todos los candidatos UDI hubieran recibido dineros por debajo de la mesa, la directiva UDI enarboló una defensa respecto a las prácticas que ha llevado adelante el partido. Olvidando que las responsabilidades son individuales, la directiva UDI ensanchó innecesariamente el efecto negativo del caso sobre la reputación del partido. Ahora que el senador Moreira ha salido a dar la cara, reconociendo su error, la UDI debiera también separar aguas entre la gran mayoría de sus parlamentarios electos —y cientos de alcaldes, concejales y CORE— que respetan las reglas del juego y los pocos involucrados en el escándalo. No hay necesidad de que toda la UDI se hunda sólo porque unas personas hicieron trampa (por más queridos que sean esos políticos en el partido).
El escándalo Penta tampoco tendría por qué ser un problema de toda la derecha. Pero como los partidos de derecha en Chile arrastran con la reputación de estar demasiado cerca del empresariado, las aristas del caso inevitablemente alimentan dudas prevalentes en la sociedad que la derecha está más preocupada de los jefes que de los empleados. Estas dudas y cuestionamientos aumentaron durante el gobierno del Presidente Sebastián Piñera. Pese a que él mismo representa un ejemplo de las oportunidades que genera el capitalismo para surgir (después de todo, como hijo de la clase media alta, Piñera es de lo más cercano que hemos visto en Chile al self-made billionaire estadounidense), la forma en que Piñera manejó los conflictos de interés personales y de varios funcionarios de su gobierno llevó a que se profundizara la asociación que se hace entre la derecha y el empresariado en Chile.
Después que Piñera exitosamente cortó de raíz la asociación entre la derecha y el legado autoritario —y considerando que en su gobierno la economía se expandió con fuerza, aumentó el empleo y se ampliaron las oportunidades—, resulta lamentable que ahora la derecha aparezca atrapada en una definición que la deja mucho más cerca del empresariado que de esa creciente clase media que también se ha beneficiado del crecimiento económico. Precisamente porque la estabilidad del sistema depende de que la clase media crezca y que sus integrantes puedan aspirar a ocupar puestos en la elite (que históricamente han sido hereditarios), la derecha debiera asumir el desafío de convertirse en representante y defensora de esa clase media. Para hacerlo, deberá abandonar la lógica de despotismo ilustrado (todo para la clase media, pero sin la clase media) y abrir sus espacios de liderazgo a los hijos del modelo social de mercado que ha prevalecido en Chile en estas últimas tres décadas.
Como en todo rito, el sacrificio de uno o más chivos expiatorios será necesario para calmar a las huestes que exigen justicia. No es necesario que uno de los sacrificados sea la UDI en su totalidad. Tampoco sería conveniente para la democracia que la derecha deje de ser competitiva electoralmente. Cuando sólo hay una coalición con legitimidad para gobernar, los electores no tienen la capacidad efectiva para escoger. Haciendo gala de los espíritus emprendedores que enorgullecen a los partisanos de la economía social de mercado, la derecha necesita líderes que rompan el cordón umbilical que ata a una buena parte de la derecha con el sector empresarial. Los que se animen, harán un gran bien al empresariado, a la derecha y a la democracia chilena. (El Libero)