La historia sin fin-Jorge Jaraquemada

La historia sin fin-Jorge Jaraquemada

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Han pasado tres años desde que asumió este gobierno y, aunque le queda uno más, podemos adelantar un balance a partir de una característica que lo ha marcado: sus torpezas y contradicciones. Las hay de distinto tipo y alcance, pero todas dan cuenta de una carencia en la capacidad de lograr los propósitos auto declarados y de una altanería que desprecia la diferencia. Resumido en dos palabras: inoperancia y soberbia.

Desde el primer día hubo chambonadas, y muchas. Veamos unas pocas, para no cansar a nadie. Se inauguró buscando problemas -como un imberbe adolescente camorrero- con la corona española. Siguió la renuncia de Siches después que tuvo que poner pies en polvorosa para arrancar de La Araucanía, luego de convencerse a sí misma, quién sabe por qué, que en Temucuicui sería bienvenida.

Los níveos pies de la amiga de nuestro embajador en España sobre su regazo, mientras se trasladaban en el auto oficial, fueron un momento estelar de nuestra diplomacia; al igual que la filtración de una conversación de equipos ministeriales sobre un país vecino que se expresó, literalmente, ¡a chuchada limpia! Y las desafortunadas declaraciones del mismo embajador en un foro donde, luego que Chile retiró la invitación a Israel para participar en la FIDAE, él invitó a España a proveernos armas. Imprudencia que sólo agudizó el desaire a Israel.

Un caso difícil de entender sin una fuerte carga de egolatría fue el cambio en la institución “primera dama”, la que pasó a ser presentada con el nombre eslavo de la que entonces era pareja del Presidente. Las excusas nunca fueron claras ni suficientes. Al contrario, haciendo gala de un lenguaje crípticamente feminista, la titular del cargo nunca aclaró las causas de esta inédita y autocomplaciente situación.

Cómo olvidar el fallido manual que instruía conductas a la prensa o las veces que el Presidente se ha pasado de rosca con periodistas, amedrentándolos porque le molesta que lo incomoden con sus preguntas. Las explicaciones siempre dejaron sabor a poco. El broche del primer año fueron los indultos a un grupo de “presos de la revuelta” que no eran sino delincuentes de baja estofa y amplio prontuario, lo que costó la salida de otra ministra.

No obstante, las paparruchadas gubernamentales continuaron en una historia sin fin, hasta que surgió el llamado caso “convenios”, que costó la salida de otro ministro, y que ha sido el mecanismo de corrupción más grande del que se tenga memoria desde el retorno a la democracia, golpeando con fuerza la ética superior que autoproclamaban los gobernantes.

Y cuando se creía que el caso “convenios” era la completa defenestración de esa supuesta superioridad moral, entonces surgió el caso Monsalve, el más emblemático por su gravedad, los impactos generados y el modo -otra vez- en que lo abordó el gobierno. Desde el primer momento la narrativa feminista se agotó en la teoría y en la aplicación exclusiva y excluyente al comportamiento de los otros, aquellos que no me incumben, que no son los míos. Pero cuando el desafío exigió que La Moneda aplicara sus propios protocolos y perspectiva de género -proclamados hasta la majadería- entonces el Presidente acompañó y le creyó a Monsalve. ¿De qué otra manera se comprende que le haya facilitado medios, tiempo e incluso lo defendiera en su maratónica conferencia de prensa? La ministra vocera hizo silencio y la ministra de la Mujer defendió su permanencia ubicando el cargo de Monsalve por sobre la gravedad del delito imputado. A las pailas se fueron la sororidad y el principio de credibilidad de la denunciante no pasó la prueba mínima: ser aplicada por sus propias autoras.

Lamentablemente, esta historia no acaba aquí. Cuando lo de Monsalve parecía el epítome de la abdicación del gobierno a sus propios estándares, se conoce la compraventa de la casa del expresidente Allende por el Estado, prohibida constitucionalmente porque una de sus propietarias es ministra y la otra senadora. Más allá del irrespeto flagrante a la Constitución -¡claro que de buena fe!- esta situación refleja altanería, porque lo que nos dice es que las autoridades que ejercen el poder, a diferencia de los ciudadanos de a pie, pueden saltarse la ley y la Constitución y no sufrir consecuencias. Así de simple.

Cada uno de estos casos está traspasado por los mismos patrones: inoperancia y soberbia. Boric ha desperdiciado con indolencia su tiempo de gobierno y ya no le queda suficiente para revertir esta tendencia. La coalición que prometía ser el gobierno feminista, de los estudiantes y del pueblo, les ha fallado a todos ellos. ¡Y quizás con qué otros desaciertos aún nos pueda sorprender el gobierno en lo que le queda de administración! (El Líbero)

Jorge Jaraquemada