Hace algunos días vimos la inauguración de los Juegos Olímpicos en Francia. El despliegue a través del río Sena llamó la atención. Una propuesta diferente que integraba a la ciudad. Al poco andar el relato que supuestamente celebraba la diversidad, la inclusión y el amor; se volvió homogéneo, excluyente y odioso.
No había presencia de lo diverso, faltaban las “normales expresiones”, esas que se ajustan a la norma. Pareciera ser que para los organizadores esas visiones son poco deseables y evidentemente “no promovibles”. En el nombre del “amor”, que no es real amor, sino cosificación, se presentaron parejas homosexuales, transexuales y otras del “colectivo LGTBQ+” y se excluyó la opción heterosexual familiar. El único momento en que aparecía el posible amor de un hombre y una mujer, era un trío. En el nombre de incluir a las minorías, se excluyó a la mayoría. En la presentación había un sesgo altamente ideológico que celebraba la diversidad e inclusión, excluyendo a la mayoría de la población mundial. Un contenido altamente erótico y desenfrenado que se coronó con el dios Baco, quien no es simplemente el dios del vino, sino que el dios del Exceso. Lo grotesco se desplegó en la ciudad y abiertamente presentó una inclusión excluyente cuando decidió ofender a los cristianos, banalizando de modo público y a vista del mundo, lo que para muchos es sagrado.
Francia siempre ha sido vanguardista, ciertamente ha sido fundante y destructora. Rupturista, pasional y extrema, como tal, olvida constantemente su ser, intenta refundar y transformar la realidad. Una nación genial y creativa que ha entregado al mundo notables obras de arte y que, repensando la realidad, ha destruido tantas otras.
Desde el reino Franco surgió la Cristiandad, Carlomagno se corona Emperador Cristiano. Desde ahí, se extiende la nueva cultura cristiano occidental. Sede de la segunda universidad y una de las más importantes de Europa, La Sorbona, cuna de gigantes como San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Centro del pensamiento escolástico, interpretado por el abad Suger haciéndolo piedra, al crear desde la Basílica de Saint Denis el arte más sublime de Europa, el gótico. Post peste negra, debido a que las personas están dispuestas a perder libertad por seguridad, se fortalecerá el poder real y la política permeará, de modo hasta indeseable.
La revolución de las ideas, desatada por la imprenta y la libre interpretación de las escrituras tras la Reforma, alimentará el racionalismo y con éste se instalará una visión antropocentrista. Todo será reinterpretado desde el hombre. Nacerá la “soberanía popular” como concepto y, desde la visión de Jean Jacques Rousseau, se condenará la propiedad privada como origen del mal y la redistribución como la solución desde el Estado. La visión socialista permeará toda la visión francesa y la disminución de Dios será reemplazada por el ascenso del Estado.
La revolución francesa impondrá la igualdad ante la ley a un costo irracional. No es la libertad, igualdad y fraternidad, fue un movimiento anticlerical furioso y desquiciado que quiso refundar todo. Hasta la Catedral de Notre Dame fue destruida y perdió por primera vez su aguja antes del incendio. No quedó ni “títere con cabeza”. Ciertamente muchos con juicios espurios fueron condenados a morir en la democrática “guillotina”. Incluida la ensalzada en la ceremonia, la feminista Olympe de Gouges, quien igual que María Antonieta, fue decapitada en nombre de la razón. La sororidad es para ellos como la tolerancia, inexistente y ajustada a la ideología.
El socialismo ha sido el gran veneno de esta magnífica nación que tocó el cielo con las agujas del gótico. La inmanencia los obligó a mirarse los pies. Con el fin de reemplazar a Dios, abrazaron un sustituto que empapado de marxismo se levantó como una nueva religión laica y atea. Francia renegó de sí misma. El siglo XIX tuvo revoluciones socialistas en 1830, 1848, e incluso en 1870 se establece en París un gobierno abiertamente comunista con “la Commune”.
El siglo XX envalentonado con la revolución rusa, abrazará el marxismo leninismo y luego el marxismo cultural desde la escuela crítica de Frankfurt y el gramscismo. Mayo del 68 es un movimiento furioso y fanático. El fracaso de la lucha de clases de burgueses y proletarios por el ascenso de la clase media trasladó la dialéctica a otras minorías.
La Deconstrucción, la idea que todo es un constructo social y que el ser se determina por el sentir es lo que vimos en la inauguración de los JJ.OO. Es la muerte de occidente que niega la Verdad, el Bien y la Belleza. En esa negación, los cuerdos quedan fuera, no es más que una inclusión excluyente. (El Líbero)
Magdalena Merbilháa