La interpelación de los niños-Cristián Warnken

La interpelación de los niños-Cristián Warnken

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La llegada de un niño al mundo es siempre motivo de fiesta. Apenas nacido, somos nosotros -los que lo recibimos- los que volvemos a nacer. Su primera mirada, su primera risa nos interpela desde la pureza y nos enseña a ver las cosas por primera vez. Gabriela Mistral lo resumió en estos versos memorables: «Es más travieso que el río/y más suave que la loma/es mejor el hijo mío/que este mundo al que se asoma».

Varias investigaciones recientes han demostrado que los primeros años son cruciales en el desarrollo emocional de un niño. Si no recibe afecto y cuidado personalizados en esa etapa, un niño puede ser dañado de por vida y lo es a nivel de maduración neuronal. Muchos delincuentes o asesinos que hoy siembran el miedo en la población fueron niños que traían risas para iluminar nuestras vidas, pero el maltrato y el abandono los convirtieron en pequeños monstruos, sin empatía. «Al malo solo el cariño / lo vuelve puro y sincero», dijo Violeta Parra.

Un estudio realizado por la Dra. en psicología Anneliese Dörr afirma que un niño cuidado por animales (como el caso del hombre lobo) conservaría mejor la capacidad de dar y recibir afecto que un niño cuidado en un centro como el Sename. Por una razón muy obvia: la capacidad de vínculo puede ser estimulada por animales de mejor modo que por instituciones despersonalizadas.

Por eso hay quienes han planteado que es urgente facilitar los trámites de adopción para salvar a miles de niños antes de que pase ese período fundamental en el desarrollo emocional (primeros dos años de vida). Dostoievski afirmó -por la boca de su personaje Aliosha- que un buen recuerdo de la infancia puede salvarnos. ¿Y si no hay ningún recuerdo -en esos primeros años de vida- de qué aferrarse, ningún rostro en el que refugiarse, sino solo desamparo y abandono?

Por supuesto que existe la posibilidad de la resiliencia, una fuerza interior misteriosa que algunos niños traen para poder cruzar incólumes una infancia devastada.

Desafortunadamente son muchos los niños que no han podido salvarse de ese injusto determinismo que los marca a sangre y fuego de por vida. ¿Cómo será ese momento feroz en que la inocencia ya no puede resistir tanto horror y vejamen y se triza en mil pedazos? ¡Cuántos miles de niños deben cruzar todos los días la frontera que separa el paraíso de la infancia del infierno del desamor!

Las historias de muchos niños de los hogares y centros de reclusión del Sename han empezado a aparecer en estos días, mostrando rostros detrás de los números. Se están recién abriendo las puertas de una realidad ignorada por décadas, de estos niños chilenos víctimas de una desintegración familiar y social que ellos no escogieron al nacer y que les tocó como maldición. El Estado chileno -que debiera ser el padre y la madre de estos niños botados- les ha ofrecido un cuidado precario, insuficiente. Basta saber que el Sename se ha convertido en un botín político, como la mayoría de las reparticiones públicas. Hemos sabido de niños a los que se los dopa, al parecer, con medicamentos «tranquilizadores» sin un riguroso diagnóstico psiquiátrico previo. Niños y niñas que se fugan de los centros sin que nadie los busque, etc. El Sename ha sido por años una tierra de nadie, un infierno innombrado. Tal vez esta sea la dimensión más siniestra de nuestra crisis moral, política e institucional. ¿Por qué los políticos que debían fiscalizar esto no lo hicieron antes? Tal vez porque aquí no había votos y solo niños, niños abandonados.

«Si la muerte de un niño no tiene sentido, nada tiene sentido», dijo una vez Rilke. Si la muerte de cientos de niños del Sename no tiene sentido, cualquier proyecto de hacer un país mejor perdió completamente el sentido.

Por eso, la interpelación de los rostros de esos niños desamados no es solo a la ministra de Justicia, sino a toda la clase política, a todo un país, a todos nosotros que nos hemos hecho cómplices de este olvido flagrante y vergonzoso.

 

El Mercurio/Emol

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