Porque sabe que competir para defender el desempeño del gobierno de Gabriel Boric en estos cuatro años es un camino hacia una aplastante derrota electoral, la izquierda chilena quiere convertir a la elección presidencial de noviembre en un plebiscito sobre Pinochet. Precisamente porque los chilenos rechazan las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura y ven el quiebre de la democracia como un punto oscuro en la historia nacional, la izquierda prefiere enfrentar a Pinochet que tener que defender el desastroso estado en el que está el país después de estos cuatro años de gobierno izquierdista.
Todos aquellos que vivieron años dorados siempre enfrentan la tentación de querer revivir esa época gloriosa. Los partidos que formaron la Concertación, esa coalición que exitosamente gobernó entre 1990 y 2010, inevitablemente sienten nostalgia por volver a esos años en que gozaban de una incuestionable ventaja electoral y superioridad moral. En esos años, la derecha se debatía entre defender el complejo legado del régimen de Pinochet y construir una derecha moderna, democrática y libre de las acusaciones de complicidad con las violaciones a los derechos humanos cometidos en dictadura.
Para la izquierda, volver a competir contra Pinochet y su legado es una sensación comparable a esos fanáticos del fútbol que sueñan con volver a gozar de las victorias y alegrías que nos brindó la generación dorada hace ya una década. Aunque es imposible volver al pasado, la nostalgia del pasado glorioso siempre representa una tentación para volver a soñar. Si pudieran, los partidos de izquierda siempre querrían que cada elección fuera una oportunidad para que los chilenos escogieran entre Pinochet, representado por la derecha, y la democracia, representada por la izquierda.
A su vez, la derecha, desde el plebiscito de septiembre de 2022, tiene también un momento memorable de victoria al que quiere volver en cada elección. Porque supo representar el sentir de una amplia mayoría del país en el plebiscito sobre el primer texto constitucional, la derecha quisiera que cada elección en Chile replicara el ordenamiento que le permitió liderar a una amplia mayoría del electorado en el rechazo a ese texto extremista y fundacional.
Pero algunos en la derecha equivocadamente creen que el rechazo a todo lo que significó el primer proceso constituyente puede ser interpretado como una validación de lo que significó la dictadura militar en Chile. Aunque los chilenos votaron para ratificar la constitución de 1980 en el plebiscito de septiembre de 2022, la mayoría de los chilenos no aprueban la dictadura. Si bien los chilenos prefieren el modelo de libre mercado a la incertidumbre estatista irresponsable que prometía el texto redactado por la primera convención, los chilenos no quieren tener un póster de Pinochet en la entrada de sus casas. La mayoría de los chilenos rechaza el legado de violaciones a los derechos humanos, violencia y abuso que caracterizó a la dictadura militar. Los chilenos creen que la constitución de 1980 -con todas sus reformas- es mejor que la insensata propuesta constitucional de la primera convención. Pero eso no significa que quieran elegir de presidente a un apologista de la dictadura militar o un defensor del legado de Pinochet.
La gente prefiere mantener la constitución de 1980, porque es una casa que está mejor construida y es más estable que la casa de paja que ofrecía la primera convención o que la casa sin ventanas que propuso el segundo proceso constituyente. Pero la gente no se olvida que la casa de la constitución de 1980 fue construida por un gobierno abusador y opresor. Es cierto que los chilenos hicieron suyo el modelo capitalista que favorece el libre comercio y protege la propiedad privada. Pero quieren ese modelo en un contexto de democracia, oportunidades y sin abuso – no con dictadura.
Por eso, aquellos en la derecha que muerden el anzuelo de la izquierda y comienzan a hablar de la presunta inevitabilidad del golpe de estado de 1973 y que relativizan o contextualizan las violaciones a los derechos humanos cometidas poco después del golpe o durante el largo periodo de dictadura, entran voluntariamente a un túnel sin salida. El debate sobre las causas del quiebre de la democracia y sobre las responsabilidades de la dictadura debe hacerse en el espacio público y en debates intelectuales y académicos. Llevar esa discusión a la arena electoral es un enorme error para la derecha y, todavía peor, desvía la atención de los problemas y prioridades de la gente hoy en Chile. Los chilenos quieren escuchar propuestas para que el país retome el sendero del crecimiento y del desarrollo armonioso. La gente quiere soluciones a los problemas de inseguridad y delincuencia. Las personas claman por respuestas a sus bajos salarios, por protección ante los abusos y por la falta de oportunidades. Para ganar la elección de noviembre, los candidatos debieran centrarse en dar respuesta a esas inquietudes. Cuando la derecha cae en la trampa que le pone la izquierda para ponerse a explicar la historia, la izquierda logra convertir la elección presidencial en un nuevo plebiscito entre Pinochet y la democracia. (El Líbero)
Patricio Navia



