La madurez de Gabriel Boric

La madurez de Gabriel Boric

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¿Ha cambiado Gabriel Boric luego de dos años de ejercicio de la más alta responsabilidad que puede caberle desempeñar a un chileno?

No tengo dudas de que así ha ocurrido. El hombre que hoy enfrenta cámaras y micrófonos, que habla frente a audiencias muchas veces hostiles o desconfiadas o que dialoga con personeros de talla mundial que hasta hace poco sólo veía en los periódicos, es muy distinto del que comenzó su mandato. Y ese cambio, no temo decirlo, se llama madurez: Gabriel Boric ha madurado en el ejercicio de la presidencia del país.

Esta certeza se hizo fuerte en mí mientras lo observaba y oía en directo durante la entrevista que concedió a tres periodistas el pasado jueves. El hombre de 38 años que dialogaba con soltura y sin azoro, enfrentado a sus propias contradicciones por las dos mujeres y el hombre que lo interrogaban, era muy diferente del joven veinteañero o recién treintañero que sólo abría la boca para gritar verdades tan absolutas como absolutamente ingenuas. No era el joven desaliñado que proclamaba de diferentes maneras su desconfianza y quizás su odio en contra de la policía ni aquel que, ya diputado, establecía en su programa presidencial la necesidad de acabar con la institución de Carabineros y reemplazarla por otra de carácter democrático. Esta vez era un hombre de hablar pausado el que señalaba -como podría señalar cualquier chilena o chileno que haya alcanzado la madurez y conozca a su país- que Carabineros es una institución que debe ser protegida y resguardada y repudiaba la figura del “perro matapacos” que todavía debe adornar las paredes de las casas de muchos de sus seguidores.

Era otro el que explicaba el pasado jueves que la presencia del Estado debe estar vigente en cada rincón del país y no el que desde su escaño parlamentario definía a Temucuicui como “territorio recuperado” por quienes lo ocupaban. Y también distinto de aquel que, ya Presidente, apoyó más allá de los límites de lo que era legítimo un proyecto de Constitución que pretendía replicar por decenas o por cientos la realidad de Temucuicui en “territorios autónomos”.

E igualmente era otro el que, preguntado acerca de la exigencia de una nueva alza del salario mínimo por el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores aún antes de que se materialice el alza que entrará en vigencia en julio próximo, contestó como lo habría hecho cualquier estadista que sabe de lo que habla: eso dependerá del crecimiento económico. Y, al hablar, no sonaba como el personaje de Oscar Wilde en el “El Retrato de Dorian Gray”, que actuaba “como el converso o el predicador que reprende a la gente por los pecados de los que él mismo ya se cansó”; no, Gabriel Boric no predicaba ni amonestaba con la fe del converso, sino que parecía sereno y seguro de sus nuevas convicciones.

Todas estas constataciones no pueden sino resultar gratificantes. Ningún chileno o chilena podría sentirse seguro si estuviese gobernado por una persona inmadura, como sin duda lo era Gabriel Boric cuando accedió a la primera magistratura de la nación. Pero al mismo tiempo resulta imposible dejar de acompañar ese sentimiento de otros dos. El primero dice relación con el hecho que la satisfacción que nos produce escuchar al nuevo Gabriel Boric, no dista mucho de la de los padres que constatan la maduración de sus retoños. Esa satisfacción que mueve a desordenarles el pelo y a decirles “qué bien lo has hecho, estoy orgulloso de ti”. Algo, naturalmente, que nadie se habría imaginado siquiera a hacer con un Patricio Aylwin o un Ricardo Lagos o, si vamos más atrás, con un Salvador Allende.

El segundo sentimiento es casi de conmiseración. Cuánto sentimos que este joven que ha madurado tan rápidamente esté condenado a la frustración como gobernante. No porque sus adversarios se obstinen en poner obstáculos a su labor (cosa que, hay que decirlo, a algunos sí los motiva), sino porque la mayoría de sus seguidores no ha madurado al mismo tiempo que él y no lo seguirán en ese esfuerzo.

Cabe preguntarse, así, ¿cómo resolverá la contradicción entre su visión, que vincula las alzas salariales al crecimiento de la economía, y la actitud de su ministra del Trabajo que sólo las vincula a la voluntad de los empresarios a los que les pide que “paguen más” y que ya manifestó su simpatía con la proposición de la CUT diciendo que había que conversar sobre el tema?

O si será capaz de hacerse cargo de la verdadera cuestión que ha terminado por plantear el asesinato de los tres carabineros en Cañete. Porque no basta con decir que ese vil y cobarde crimen no quedará impune: eso es algo que sólo puede decir alguien que cree que su decisión de castigar ese delito está puesta en duda y no es el caso. No, la cuestión sobre la cual el Presidente debe decidir es si reconoce que ese asesinato ha sido planteado como un desafío claro al Estado mismo -una declaración de guerra al Estado de Chile- o se queda sólo en la persecución judicial a la que él, como cabeza de ese Estado, está obligado. Si reconoce el desafío que le plantean la o las organizaciones que planearon y ejecutaron ese delito, debería actuar en consecuencia y combatir esa guerra interna con las armas que le da la Constitución: estado de sitio, movilización total de las Fuerzas Armadas, jefatura de éstas en la zona en estado de sitio, suspensión de las garantías individuales, entre otras. Pero ¿cómo podría hacerlo si no cuenta con el apoyo de sus parlamentarios que no son capaces, siquiera, de dar la unanimidad que permitiría legislar con la rapidez necesaria sobre aquellas cuestiones de seguridad pública que han estado discutiéndose desde hace años?

La verdad es que sí debemos alegrarnos por la madurez adquirida por Gabriel Boric. Por lo menos yo lo hago sinceramente. Pero no me hago ninguna ilusión de que ella vaya a significar un cambio en el derrotero que el joven e inmaduro Gabriel Boric y sus compañeros de coalición le imprimieron originalmente a su gobierno. Espero que esa madurez se exprese en la mantención de los militantes del Socialismo Democrático en los cargos que le han permitido sostener, así sea precariamente, el equilibrio de su gobierno, porque de otro modo las cosas podrían ser peores. Y deseo que toda esa madurez alcanzada le sirva para hacer una mejor política una vez que deje esa presidencia que lo hizo madurar. (El Líbero)

Álvaro Briones

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