La maldición del incumbente

La maldición del incumbente

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En 2024, en los países occidentales desarrollados, todos los gobiernos que enfrentaron una elección presidencial obtuvieron menos votos que en la elección anterior. Según informa el Financial Times, es primera vez que algo así ocurre en 120 años de democracia moderna. En el mundo en vías de desarrollo, por su parte, empieza a acumularse evidencia de que ser incumbente es una desventaja. Así lo muestran, por ejemplo, estudios para las elecciones municipales en Brasil y Perú (Klasnja y Titiunik, 2017; Weaver, 2021).

En Chile, en tanto, ninguna coalición ha logrado reelegirse en el gobierno desde 2006. Es más, los últimos tres gobiernos —Boric, Piñera y Bachelet— fueron electos con amplias mayorías, pero al poco andar perdieron el apoyo ciudadano. Según Cadem, antes del primer año ya eran más los que desaprobaban a estos presidentes que quienes los aprobaban, y ninguno de los tres ha logrado salir de ahí. Pareciera que, pese a los recursos y la visibilidad que entrega el cargo, hoy es difícil ser un Presidente apreciado.

¿Qué hay tras esta maldición del incumbente? La literatura apunta fuertemente al hastío de la ciudadanía con la corrupción (Klasnja, 2015; Weaver, 2021). La inflación pudo también haber jugado un rol en las presidenciales de los últimos años. La ciudadanía es, por otra parte, más educada e informada, y eso puede hacerla también más crítica. La debilidad de los partidos políticos en Latinoamérica implica además un mundo donde nadie guarda lealtades; sin identidades partidarias, los errores no se perdonan.

Pero más allá de sus causas, la maldición del incumbente debiera importarnos por sus consecuencias. Ella sugiere que los vientos son cambiantes y los votos están prestados. En este contexto, todo sector político que aspire a un proyecto duradero debiera apostar por el centro. No solo es la forma de no quedar descolocado cuando los vientos cambien: es ahí donde se encuentra la gran mayoría de la población.

A grandes rasgos puede decirse que cerca de un tercio se identifica con el centro; otro tercio no se identifica en el eje izquierda-derecha, pero sus preferencias se parecen a las del centro; el tercio restante se identifica con la izquierda o la derecha, sumadas. Esto ha sido bastante estable desde el retorno de la democracia (Argote y Visconti, 2024).

En suma, puede llegar a ser posible ganar una elección moviéndose a los extremos, al calor del momento, sobre todo con primarias y dos vueltas. Pero es dudoso que esa estrategia permita sostener el apoyo de la ciudadanía en el tiempo. Sin el apoyo ciudadano estará perdido también el del Congreso —al menos bajo el estado revoltoso y oportunista de nuestro sistema de partidos. Sabemos cómo termina esta historia: en un gobierno que no logra implementar su programa y acaba con un gran fracaso en las urnas. La pregunta a nuestras coaliciones, entonces, es hasta dónde llega su horizonte. (El Mercurio)

Loreto Cox