La normalización de las guerras híbridas

La normalización de las guerras híbridas

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Las visiones pacifistas destacan de manera insistente que la faceta cooperativa es la pulsión básica de los seres humanos y que, por extensión, debe ser tomada como guía central de la actividad externa de los Estados. Bajo tal predicamento, deberíamos aceptar a la paz como el propósito fundamental de todos y rechazar la guerra de manera categórica y absoluta. Pero ¿qué hacemos si hay otro que nos selecciona como enemigo?

El ejemplo de Ucrania invita a plantearse preguntas punzantes, independientemente del momento y lugar. ¿Nos cruzamos de brazos, confiamos en la divina providencia y esperamos que se atemperen los ánimos?, ¿o proponemos una amistosa plática para analizar la animadversión?, ¿nos mostramos magnánimos y accedemos a cuanta demanda nos sea solicitada?, ¿o bien optamos por disponer de un mazo y una zanahoria?

No es fácil responder esto. Los sucesos en Ucrania invitan a pensar que el aserto de Hans Morgenthau en el sentido que los asuntos internacionales son un juego de billar, donde lo que se haga tiene consecuencias de todo tipo, vale en realidad para toda la política. Por ello, es menester recordar que, si bien los estados-nación se constituyen a partir del caos, su sobrevivencia depende de muchos factores; de la época, de los recursos disponibles y de cómo perciban su entorno geopolítico.

Al mirar con detención este último, pareciera ser que los ucranianos no han podido resolver ese histórico dilema de optar entre la guerra y la paz. Ahora han caído en una zona gris, llamada guerra híbrida.

El primero que habló de ellas fue Frank G. Hoffmann, quien las definió como estrategias que combinan de manera camuflada casi todos los recursos bélicos (movilización de combatientes regulares, material de combate, tácticas distractivas, etc), el choque de narrativas, la promoción de insurgencias y de movimientos migratorios, el debilitamiento de fronteras, la diseminación de fake news, las amenazas veladas, los ataques informáticos, operaciones de bandera extranjera y muchas otras. Debería añadirse, ruptura de la civitas terrena.

La experiencia indica que es casi imposible visualizar tanto la duración como el desenlace de estos verdaderos agujeros negros. Y es que cada uno de los componentes de una guerra híbrida desata dinámicas muy diversas, capaces de cambiar los objetivos iniciales. Así entonces, los conflictos híbridos observados en Africa suelen estar bañados en sangre, mientras que en Europa fluyen por vías más bien soterradas, siendo la exYugoslavia la excepción más reciente.

El uso incremental de guerras híbridas para promover separatismos o generar zonas de inestabilidad, y la imposibilidad de extenderlos ad infinitum, ha terminado en divisiones e incluso en balcanizaciones. Eso explica el aumento del número de países en todos los continentes. Basta ver la ONU que partió con 51 estados fundadores y aumentó su número de integrantes a 159 tras la desintegración de la URSS y Yugoslavia en los años 90. En la actualidad, ya son 193.

Puede asumirse con propiedad entonces que Ucrania derive en una balcanización pactada. Es decir, creando jurisdicciones toleradas por todos, con mayor o menor nivel de disgusto, pero asumiéndolas como un colchón ante disputas imposibles de resolver en los marcos vigentes. Esto pasa por una partición física de su territorio, donde las potencias en disputa puedan adecuar diversas jurisdicciones a las realidades imperantes.

Intuitivamente se podría estimar el surgimiento de una zona occidental medianamente integrada a instituciones comunitarias europeas, siendo su ingreso a la OTAN una línea roja infranqueable. Muy interesante es el rol de neutralidad activa que está empezando a jugar allí Alemania (de hecho, Europa se ve bastante fracturada), y que podría empujar las pulsiones en dicha dirección. En contrapartida, en las zonas sur y oriental (en el llamado Donbass) ya existen varias jurisdicciones compuestas por las repúblicas pro-rusas Lugansk, Járkov y Donetsk.

¿Suena distópica esta encrucijada? En cierta medida, sí. Pero como a nadie le beneficia una guerra híbrida prolongada en aquella región, el reconocimiento generalizado de la realidad geopolítica se ve como el más probable desenlace. No debe olvidarse que esas eruptivas desintegraciones de la URSS y de Yugoslavia también fueron impensadas en su tiempo y que, dados los intereses estratégicos en juego, se terminó en balcanizaciones pactadas.

Las encrucijadas distópicas invitan a ver con otros ojos este problema en diversos puntos del globo. En Europa, por ejemplo, casi no hay país sin alguna herida interna atizada por fanáticos separatistas haciendo uso de componentes de la guerra híbrida. En el caso español, en concreto, asistimos a discusiones sobre lenguas o competencias autonómicas sencillamente impensadas hasta hace poco. Incluso hay casos con ribetes bizarros, como lo ocurrido en 2017, con la aparición de “Er Prinzipito”, una edición de separatistas sevillanos de la obra de Saint Exupery escrita en andaluz. Y claramente no se trata de un asunto solamente español. Las locuras, tendencias y apuestas secesionistas y autonomistas sacuden de hecho a todo el continente. No deja de ser impactante el mapa de una Europa fragmentada en caso de victoria de cada una de las tendencias soberanistas actuales y que fuera elaborado recientemente por el cartógrafo Theo Dutinger (disponible en internet).

Y hablando de distopías, cabe preguntarse, ¿cómo andan las guerras híbridas por nuestra región?, ¿son descartables las fragmentaciones territoriales en América Latina?

Por supuesto que no. Varios de sus componentes se observan de manera creciente, por ejemplo, en la frontera colombiano-venezolana. Aunque quizás la singularidad más potente de la región proviene de ese ingenuo espíritu flower power, que impregna a muchos líderes políticos locales ante estas situaciones.

Chile y Argentina se encuentran en los albores de una, con profundidad indeterminada, aunque visiblemente penetrada por el flower powerPese a la evidencia de que una franja territorial común ha caído en las garras de la violencia híbrida, hay quienes creen viables propuestas asociadas a una especie de “paz para nuestro tiempo”, como decía el premier británico Neville Chamberlain.

Cabría recordar que aquel inefable político británico es hasta el día de hoy el emblema de las cesiones infinitas, de la incapacidad para interpretar las sutilezas de una litis política y de maniobras que ignoran los riesgos. (El Líbero)

Iván Witker

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