Tengo un amigo que escribe novelas y a quien, para proteger su privacidad, sólo llamaré “Claudio”. Goza de éxito editorial practicando un género en el que lo han precedido autores tan relevantes como Philip Roth y en el cine Quentin Tarantino: “Claudio” cambia la Historia (sí, esa con mayúscula) en sus obras. Y no sólo eso: toma personajes reales y los convierte en personajes novelescos. Ya antes que él, claro, lo han hecho otros. Leonardo Padura y Paco Ignacio Taibo II convirtieron a Ernest Hemingway en personaje de sus novelas (“Adiós Hemingway” y “Retornamos como sombras”) y Vargas Llosa convirtió a Paul Gauguin y a su abuela Flora Tristán en personajes de “El Paraíso en la Otra Esquina”. La gracia de mi amigo es que escribe sobre personajes públicos chilenos contemporáneos y eso lo hace más interesante y atrevido para nosotros.
En fin, el hecho es que este amigo mío, probablemente en medio de uno de sus delirios literarios, me ha contado la trama de una novela que se le acaba de ocurrir y que yo critiqué ácidamente por considerarla exageradamente fantasiosa. Pero luego de que se fuera cariacontecido por mi rechazo, me puse a pensar y ahora dudo: ¿será tan fantasiosa su idea o es sólo un reflejo de la realidad? Juzguen ustedes.
En una primera parte de la novela el personaje protagónico, un humilde funcionario público de alguna región del sur, empecinado en sacar adelante el proyecto de un museo regional que embellecerá su ciudad y llevará cultura a sus coterráneos, se enfrenta a la negativa de sus superiores. Apesadumbrado, decide informarse mejor y, así, descubre que el origen de su desgracia radica en la decisión de un ministro de Hacienda inquietantemente parecido a Mario Marcel, aunque en la novela tenga otro nombre, que es absolutamente reacio a aumentar la planta de funcionarios del Estado.
Descubre además que esa maniobra ha encontrado apoyo en la resolución de cierta contralora general de la república -que la imaginación de “Claudio” quiere bautizar con el nombre de algún personaje de El Mago de Oz– que ha decidido eliminar el criterio que establecía que empleados a contrata del Estado tras dos renovaciones sucesivas podían considerar esos contratos como permanentes, para lo cual podían recurrir a la Contraloría que les reconocía ese derecho. La contralora, en la historia de “Claudio”, habría dictaminado que no le correspondía a ella decidir sobre esas cosas y que, si alguien quería quedarse permanentemente en un puesto que originalmente era transitorio, debía recurrir a tribunales para resolverlo, instancia en la que presumiblemente esa pretensión sería rechazada. Con esa decisión se facilitaba la decisión del ministro de Hacienda.
Además, siempre en la novela imaginada por “Claudio”, al mismo tiempo que ocurría lo anterior, una Comisión Especial Mixta de Presupuesto del Congreso Nacional, que por una novelesca casualidad en ese mismo momento discute el presupuesto de la Nación, rechaza el financiamiento a programas relativos a la cultura y las artes. El ministro parecido a Marcel no reclama por este hecho y sólo algunos bienintencionados artistas envían cartas a los diarios, protestando. Ante esta suma de situaciones el protagonista de la novela de “Claudio”, como buen chileno, sospecha la existencia de un gigantesco complot y decide investigarlo por su propia cuenta.
En la segunda parte de la novela, el protagonista, convertido en investigador, descubre luego de conversaciones en oscuros cafetines (la especialidad de las novelas de “Claudio” son oscuras conversaciones en oscuros cafetines) que el gobierno tiene severos problemas de caja. Ha tenido menos ingresos tributarios de lo esperado debido a las bajas tasas de crecimiento del país y ha aumentado enormemente el número de funcionarios del Estado. De hecho, en uno de esos encuentros un hombre que se presenta diciendo “digamos que me llamo Ismael” (“Claudio” es un fanático de “Moby Dick”), le confía que entre 2022 y 2023 (los años anteriores a aquel en que discurre la novela), el empleo público ha aumentado aproximadamente un 8,6%, lo que significa 94.000 nuevos empleos en un año.
Continuando sus investigaciones, el protagonista cree confirmar sus sospechas cuando advierte que quien rechaza con mayor ahínco el cambio de criterio de la contralora es el Partido Comunista que, por intermedio de su presidente -una persona llamada Caupolicán en la novela- pide revisar esa decisión para “fortalecer los derechos laborales de los empleados públicos”. Atando cabos llega a la conclusión de que el PC está enquistando a militantes en la administración pública en previsión de un abandono del gobierno en elecciones que, en la novela, habrán de ocurrir en un año más; ese incremento en el número de empleados es uno de los principales factores que han llevado al ministro parecido a Mario Marcel a gastar más de lo que deseaba. Y sus sospechas se confirman cuando el ministro, que comparece ante el Congreso, debe reconocer que ha debido “meter la mano” en cierto cajón denominado Fondo de Estabilización Económica y Social porque no le alcanzó el dinero que estaba presupuestado, lo cual, si bien no constituye una falta, es asumido por la opinión pública como un abuso porque ese fondo no está destinado a financiar déficit producidos por una mala administración.
En la tercera parte de la novela y merced a alguna providencial información que como buen novelista “Claudio” se saca de la manga, el protagonista se entera que la oposición cree que va a gobernar luego de las próximas elecciones y quiere llegar a esa situación con la economía lo más equilibrada posible, algo que debe hacer en contra de, o junto con, el ministro en aprietos. Siguiendo ese hilo investigativo, se entera de un misterioso encuentro en un hotel -o quizás en un camino solitario en el que dos automóviles se identifican mediante cambios de luces- entre el ministro y agentes de la oposición. Ahí ambas partes se dan cuenta que tienen el mismo objetivo: frenar el gasto público impulsado por sectores del gobierno. Llegan por ello al acuerdo de que la oposición va a recortar el gasto en la tramitación presupuestaria y el ministro va a hacer como que no le gusta, pero no va a insistir, explicando que acepta debido a que es preciso aprobar el presupuesto.
En ese momento el personaje de la novela se da cuenta de que su causa está perdida, que no puede ganarle a la izquierda y a la derecha unidas porque jamás serán vencidas. Entonces, aceptando que su querida ciudad no tendrá el museo con el que él soñaba, emprende el camino de regreso al sur. Es un final triste.
Bueno esa es, más o menos, la novela que imaginó mi amigo al que en esta ocasión estoy llamando “Claudio”. Yo la encontré exageradamente fantasiosa. ¿A usted qué le parece? (El Líbero)
Álvaro Briones