Lo de Sebastián Piñera y sus mesas de trabajo para la búsqueda de acuerdos tiene un propósito bien intencionado –quién podría ponerlo en duda–, pero sobre todo se trata de política. En lo simbólico, el Mandatario parece buscar convertirse en el segundo Patricio Aylwin, pero en lo práctico el Presidente y su gobierno necesitan abrirse camino para las discusiones en el Congreso, donde no se reflejó la mayoría indiscutida que tuvo en la elección. Para conseguir una mayoría simple, esta administración necesita tres votos en el Senado y cinco en la Cámara de Diputados. El gobierno podrá sacar poco y nada adelante si no alcanza algún grado de acuerdo con la oposición, que esta semana ha mostrado que no es una sola.
Las mesas de trabajo de Piñera en cinco temas –infancia, seguridad, salud, superación de la pobreza y paz en la Araucanía– tienen el propósito de allanar el terreno para el Congreso a través de lo históricamente conocido como trabajo prelegislativo. Relativamente en desuso en el período anterior
–cuando los propios parlamentarios de la ex Nueva Mayoría desconocían los detalles de algunos de los proyectos emblema de su gobierno, lo que dificultaba su discusión–, el trabajo prelegislativo parece una práctica imprescindible para una administración sin mayorías.
Pero la convocatoria a las comisiones de Piñera –a las que el Ejecutivo no llama comisiones, sino mesas de trabajo–, ha tenido en paralelo un doble efecto. Por un parte, mostrar que es La Moneda la que todavía controla la agenda sin grandes contrapesos. Por otra, sacar al pizarrón a una oposición que ha tenido que mostrarse ante la ciudadanía. Como cuando a fines del período de Frei Ruiz-Tagle a la derecha no le quedó otra opción que oponerse a la reforma laboral en el Parlamento, lo que la desnudó ante los votantes en la última fase de la presidencial Lagos-Lavín.
Para restarse de las comisiones –incluso la de la infancia, la que supuestamente tendría menos rechazo de parte del mundo político– se ha dado básicamente las siguientes razones:
Que estas instancias pre-legislativas son inconducentes, porque en la práctica deterioran el trabajo parlamentario. Que el sistema de convocatoria fue poco riguroso y desprolijo, puesto que era la oposición la que debía seleccionar a sus representantes y no La Moneda. Que es una estrategia del Ejecutivo para dividir a la oposición. Que no existe equilibrio político, que no está toda la oposición representada, que las mesas de trabajo no están compuestas por expertos, sino por algunos de los mismos parlamentarios a los que nuevamente les tocará debatir en el Parlamento. A excepción de esta última razón –que podría ser debatible–, ¿los dirigentes de la oposición que las esgrimen piensan que la ciudadanía comprende estos argumentos y los considera válidos ante urgencias tales como la propia infancia?
BORIC TOMA CAMINO DE SHARP
Las placas tectónicas de la oposición se mueven lentamente con miras a lo que viene: los próximos cuatro años y la presidencial 2022. Como todo en política, los blancos y los negros no existen. Esta semana, la ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio lograron rápidamente en el Congreso conseguir los votos necesarios para interpelar al ministro de Salud, Emilio Santelices, por los cambios en el protocolo de objeción de conciencia de la ley de aborto en tres causales. A menos de un mes del cambio de mando, es la primera ocasión en que la oposición muestra de dientes a un secretario de Estado debutante.
Pero como en determinadas situaciones logra cierta articulación –lo logró también con las negociaciones por la mesa del Congreso y las comisiones–, en aspectos sustantivos la oposición está lejos de alcanzar un criterio común. En la lucha por las hegemonías y quiénes las ejercen –una disputa interna que se dará sobre todo en los primeros cien días de este período–, tanto en la ex Nueva Mayoría como el Frente Amplio se observan fuerzas diversas.
El diputado del Movimiento Autonomista, Gabriel Boric, con su decisión de participar en la mesa por la infancia, con gestos concretos intenta deshacer la principal crítica que marcó la campaña presidencial de su bloque en 2017: la capacidad de ofrecer gobernabilidad. En el estilo del alcalde Jorge Sharp en Valparaíso, militante como Boric del Movimiento Autonomista, que sobre la base del diálogo ha logrado convocar a distintos sectores, porque entre sus partidarios en la cuidad-puerto no solo se hallan militantes del Frente Amplio.
En la discusión que se dio luego de la primera vuelta sobre el camino que tenía que tomar el bloque de izquierda ante la disyuntiva de Piñera o Alejandro Guillier, Sharp lideró la postura de apoyar al senador. Probablemente por la necesidad que tiene de llegar a acuerdos para generar cambios desde un municipio importante, no tuvo ninguna duda de que no iba a ser neutral en un balotaje y la necesidad de converger. El alcalde se sumará a su vez a la comisión de seguridad que debuta este viernes.
Boric ahora –a tres años de que tenga que decidir sobre luna postulación a La Moneda, para la que tendrá la edad necesaria–, sigue el camino que abrió Sharp: el de generar una adhesión que le permita formar mayorías. No sucede lo mismo con el diputado de Revolución Democrática, Giorgio Jackson, que para justificar sus dudas ante las comisiones de Piñera ha denunciado lo de las estrategias del Ejecutivo para dividir a la oposición y, en específico, al Frente Amplio.
En la interesante tensión que existe en el conglomerado sobre poder versus identidad –¿cuál de las dos va primero?–, Boric parece quedar en el primer grupo: aspirar al poder. No lo tiene del todo fácil: tiene entre sus compañeros del Frente Amplio a convencidos militantes que apuestan por afinar su identidad desde una izquierda sin demasiados matices para no confundirse con aquella Concertación dialogante y demonizada de los noventa.
PS COMO EJE DE LA CENTROIZQUIERDA
La situación en la ex Nueva Mayoría es compleja. Por una parte, está la política de alianzas que, a juzgar por la decisión de esta semana de la DC, no tendría una edición 2.0. En vísperas de su Consejo Nacional Ampliado de este sábado, el partido decidió no participar de las reuniones de coordinación del resto de la ex coalición, como sucedió en el último gobierno. Seguirán en la oposición, como decidieron luego de sus deficientes resultados electorales en la Junta, pero no serán parte de un mismo bloque con quienes fueron sus socios. El jefe de los diputados DC, Matías Walker, explicó que podrían llegar a acuerdos puntuales, pero en definitiva la Nueva Mayoría se extinguió oficialmente.
Por otra parte, sin embargo, está la lucha por la hegemonía. Con una DC que está mayoritariamente abierta a un diálogo con el gobierno y que se muestra quebrada en asuntos como la interpelación al ministro de Salud, el PS tiene el camino relativamente despejado hacia cumplir su objetivo a mediano plazo: convertirse en el partido eje de la centroizquierda. Tiene la fuerza parlamentaria: 19 diputados y siete senadores. Lo señalaba hace algunos días el único senador del Frente Amplio, Juan Ignacio Latorre: “Si bien no comparto toda la política que ellos han llevado en estos años y soy muy crítico de muchas cosas, creo que hoy día en el escenario en que nos encontramos es muy importante abrir diálogos políticos con ellos”.
Lo que hace el PS al restarse de las mesas de trabajo de Piñera en un intento porque el partido se juegue en el terreno que los socialistas controlan: el Congreso. Lo de las motosierras administrativas en contra de las reformas de Bachelet, a las que hacía mención el senador Álvaro Elizalde, parece un pretexto para el asunto de fondo: pese a la amenaza del Frente Amplio por la izquierda, esta gestión apuesta por devolver al PS el protagonismo perdido y que ejerza un papel protagónico en el bienintencionado pero complejo anhelo de la reconstrucción de la socialdemocracia.
Pero en esta pasada el PS ha enfrentado al menos dos problemas: quedar en el bando del lado radical del Frente Amplio y de los comunistas en su rechazo a la integración de las comisiones –¿la centroizquierda se construye desde la izquierda? – y el fenómeno de los descolgados. El senador José Miguel Insulza, que de política sabe mucho, con su posición díscola frente a la oficialidad de su partido mostró en la semana ante la opinión pública que tampoco existe un PS monocolor en el Parlamento. La reunión de los barones de su partido con el presidente Piñera en La Moneda –amigos y núcleo político de Insulza– son señales en esa línea.
La mejor parte de estos cien primeros días apenas comienza. (Por Rocío Montes. DF)