A pocos días de la elección hacemos un balance de esta séptima competencia electoral, desde la transición. Decididamente esta muestra que el sistema político no ha seguido los pasos de otros aspectos del país que han avanzado.
El 6 de noviembre, 13 días antes de la elección, fue el último debate presidencial, que alcanzó 50% de rating de televisión (en 2013 tuvo 44% de rating). Los debates se han caracterizado por el personalismo de los participantes y el ánimo confrontacional, donde se conoce más de las disputas entre candidatos que de sus ideas. Muy difícil, en este o los anteriores debates, recordar la esencia de lo propuesto por cada candidato y sus diferencias. Resalta el protagonismo de los periodistas y las preguntas sobre la “micropolítica» pública. O bien el uso desmesurado del tiempo en un solo tema. Resalta asimismo la ausencia de grandes temas centrales del desarrollo, a saber: relaciones internacionales, modernización del Estado, corrupción, clientelismo político, participación electoral, desigualdad, discriminación… En este último debate se ocupó el tiempo en el tema del narcotráfico de una manera desmesurada en desmedro del tratamiento de otros temas.
En otras palabras, los debates no han servido mucho para conocer cuál es la diferencia entre los distintos Chiles que proponen los candidatos, salvo pocas excepciones.
El otro instrumento de comunicación política masiva es la franja, que no amerita muchas líneas. Su mensaje es atomizado, sin innovación y deja al televidente confundido. Es de las peores franjas que ha habido desde 1990. Respecto de la radio, hay poca propaganda radial comparada con otras elecciones y la propaganda callejera ha llegado a su mínima expresión, asunto que debería ser considerado bueno. La pregunta es: ¿cómo se informa el elector? ¿Acaso los legisladores resguardaron ese derecho de manera efectiva o pensaron solo en impedir la corrupción? Sin duda que hay mucha ausencia de comunicación en esta campaña, es decir, hay poca campaña, lo que es exactamente lo contrario de lo que indica el más alto abstencionismo de la historia de Chile.
Al mismo tiempo vemos que la campaña presidencial se ha enrarecido con los “errores” de los abanderados.
Alejandro Guillier cometió el error de decir que no presentaría programa de Gobierno hasta la segunda vuelta, asunto del que tuvo que desdecirse y presentar un programa. No sabemos cuántos votos le costó el error.
Sebastián Piñera, por su parte, dio una lista de cosas que iba a hacer como Presidente, y le llovieron los mensajes de autoridades y votantes que lo invitaban, por ejemplo, a “recorrer la ruta a Cabrera” que ya existe. Luego señaló que iba a financiar su programa con la eliminación de programas mal evaluados, habló de la “grasa” del Estado y de los “operadores políticos”. Se produjo de inmediato la sospecha de persecución anticipada. Rápidamente retrocedió diciendo que no habría despidos masivos. La Anef reaccionó de inmediato. Cuántos votos de funcionarios públicos habrá perdido, no sabemos. Sí sabemos que el cálculo de sus votantes probables alcanza cerca de 2.750.000 (CEP) y que con 50.000 votantes más o menos tenía la posibilidad de ganar en primera vuelta. Eso era antes del debate y de estos errores. No es imposible pensar que a estas alturas ha perdido al menos esa cantidad de votos, con lo que esa victoria ya no sería posible. Ello se acentúa con los recientes ataques a la familia Goic, que han sido respondidos por distintos personeros, además de la propia candidata.
La aritmética es simple. Si votan 5.5. millones y él tiene 2.750.000, gana en primera vuelta. Ya veremos cuántos votarán. Piñera tuvo una actitud muy cuidadosa en el debate tratando de no “molestar” a ningún elector, con lo que no ganó nada, más bien perdió por tener que dar explicaciones respecto de la “grasa” del Estado.
Pero no es el único candidato que ha atacado, entre otros, Marco Enríquez-Ominami ha atacado con virulencia a Alejandro Guillier, como pocas veces en las elecciones presidenciales desde 1989. No solo no se ha retractado después de ello sino que ha profundizado sus acusaciones intransigentemente. No sabemos si le ha traído rédito esa estrategia.
Las encuestas
Decididamente las encuestas en Chile son subdesarrolladas. A ello se le agrega que hay prohibición de publicar encuestas 15 días antes de la elección, asunto que pasó sin consulta como parte de la reforma del sistema electoral. Un retroceso sin nombre. El Tribunal Constitucional en su dictamen dice que las encuestas “manipulan” y por tanto se justifica la prohibición.
Como encuestadora me queda la obligación de decir que Chile se merece tener un sistema de encuestas con estándares internacionales que efectivamente permitan calcular cuántos votan y por quién. Existe la metodología y el capital humano para hacerlo, si no lo hacemos es porque la política en Chile está también en un mal estado, sin recursos, sin profesionales, sin una infraestructura que le permita recuperar su legitimidad. La información es parte de la transparencia y la legitimidad de la política.
El resultado es que no sabemos los cambios que se han producido en la parte más importante y significativa de la campaña electoral, que es entre el 19 de octubre y el 19 de noviembre, fecha oficial de campaña. Sabemos que Piñera gana la primera vuelta de todas maneras, si bien la sospecha es que los errores le han hecho perder la posibilidad de ganar en primera vuelta.
No sabemos qué porcentaje sacarán los otros candidatos, si bien hay un orden de llegada presunto que puede cambiar en la suma y resta de los errores de cada cual. Esto, especialmente porque el número total de votantes no será alto, por lo que 100 mil/50 mil votos, más o menos, harán una diferencia significativa en el orden de llegada de los candidatos. Al mismo tiempo, el número de votantes de cada cual será determinante en la manera en que se corre la segunda vuelta. No da lo mismo que el segundo llegue con 30% que con 20%. Tampoco sabemos eso.
¿Qué es lo que sabemos?
Cuándo se decide el voto: Sabemos en qué momento los votantes deciden su voto. Cerca del 70% de las personas que están seguras de votar (votante probable) , ya decidieron su voto antes del comienzo de la campaña electoral (19 de octubre). Otro 10% decide su voto el día de la elección. Eso indica que en esta elección queda mucho por suceder, especialmente si se comprueba la hipótesis de que vota poca gente y, por tanto, cada voto más o cada voto menos, pesa más. Finalmente, el 20% dice que decide su voto durante la campaña, es decir, estas dos últimas semanas, es muy relevante ( ergo, los errores sí tienen consecuencia en este período). Especialmente si se observa que los candidatos parecen haber guardado la poca propaganda que tienen para estos últimos días. Si las encuestas hechas antes de este período aciertan en el resultado, quiere decir que la campaña no tuvo impacto. Es por eso que se puede predecir con cierto grado de seguridad que las encuestas se equivocarán. No hay que descartar que ese 10% que se decide el día de la elección haga cambiar significativamente la participación electoral, si decide no votar.
Votante probable
Con una sola elección presidencial con voto voluntario, no hay mucho donde pisar tierra firme para saber cómo se comporta el electorado. Hay varios escenarios posibles de votantes probables. El básico es saber cuántos de los que votaron en 2013 votarán el 19 de noviembre.
Calculamos que unos 4 millones de votantes de 2013 volverán a votar en 2017, el resto planea quedarse en la casa (cerca de 2.2 millones).
El total del padrón electoral (votantes) son 14.308.000 millones, según el Servel. Aquí compartimos una tabla para visualizar la posible participación electoral de estas elecciones, desde 9 a 5 millones de votantes.
N° de votantes en millones % participación
9 62%
8 55%
7 48%
6 42%
5 35%
La evolución de la participación electoral desde 1925 a la fecha (gráfico 1) va desde 90% a 35% entre 1990 y 2012, sobre la base de la población en edad de votar (PEV). En ese período se inscribieron solo cerca de 800 mil votantes nuevos, dejando un padrón casi inmóvil, lo que en parte es responsable de la continuidad de los cuatro gobiernos de la Concertación. Votaba la misma gente de la misma manera.
Desde 1990 comienza a bajar no solo el tamaño del padrón sino también la participación electoral, lo que la ley de voto voluntario de 2012 intentó remediar, pero solo acentuó la baja. Se pierden 11 puntos porcentuales de participación electoral entre 2009, con voto obligatorio e inscripción voluntaria, y 2012, con voto voluntario e inscripción automática. La democracia chilena esta decididamente enferma.
Las consecuencias para la democracia son evidentes, a medida que aumentaba la población disminuía la cantidad de votos que se necesitaba para ser Presidente. Mientras Aylwin obtuvo 46.7%, 3.8 millones de votos de un total de 8.2 millones, Michelle Bachelet en su segundo mandato obtiene 25.5%, 3.4 millones de un total de 13.5 millones. Tenemos presidentes elegidos con una minoría creciente de la población. En esta elección, Sebastián Piñera está previsto –según encuestas– que gane la primera vuelta con la más grande de las minorías, pero no con la mayoría.
La pregunta del votante probable entonces tiene que responder si se acentúa este declive o se revierte. La reforma del sistema electoral y las nuevas leyes de competencia intentan nuevamente ayudar a revertir los negativos de la política. Veremos su impacto.
En la encuesta CERC-MORI y CEP en la pregunta «si va a votar», cerca del 60% de los chilenos dice que va a votar. Esto implicaría que cerca de 9 millones de votantes estarían diciendo que irían a votar, asunto que no ha sucedido nunca en la historia de Chile. Esa alternativa, por tanto, es improbable que suceda; si sucediera, estaríamos ante un fenómeno extraordinario y además invisible, nadie lo ha visto como posible. Ese 60% trata de votantes que, mientras más lejos están de la elección, con un sentido del “deber ser”, piensan que irán a votar, han votado antes y saben dónde votan. Es decir, son potenciales votantes a los que la campaña, las opciones, las alternativas no les placen y se quedan en la casa. No tenemos encuestas hechas ahora, una semana antes de la elección, para medir si ese porcentaje ha bajado.
Probabilidad de votar
Es por ello que se analiza la vida electoral y la probabilidad de votar. Cerca de la mitad de la población ha votado en casi todas las elecciones. Cerca de 2 de cada 10 no han votado nunca, es decir, cerca de 3 millones de votantes no han votado nunca. Esos votantes no fueron activados en esta elección, no se ve por ninguna parte su movilización. Finalmente, 1 de cada 4 ha votado “ocasionalmente”. En suma, 8 de cada 10 electores han votado alguna vez en la vida y, por tanto, son potenciales votantes (aproximadamente 11.4 millones)
Le preguntamos cuán probable es que vaya a votar en una escala de 1 a 10. Y la respuesta nos deja un acertijo, porque tenemos que decidir arbitrariamente cuáles puntos de la escala son los de aquellos que irán efectivamente a votar.
No votaré 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 Votaré |
5% | 5% | 3% | 4% | 9% | 12% | 8% | 8% | 6% | 40% |
¿Cómo diseñar un modelo interpretativo basado en el comportamiento pasado y en las respuestas de los votantes? Las dos elecciones municipales indican que una elección (Municipal 2012) no tuvo influencia sobre la otra (Municipal 2016), la votación bajó brutalmente de 42% a 35%, siete puntos porcentuales. ¿Puede pasar lo mismo en esta elección y la participación de la elección presidencial de 2013 no sea un patrón de comportamiento para esta? ¿Debemos esperar un declive similar entre las dos elecciones? ¿O debemos suponer que las reformas tendrán impacto positivo y se revertirá la baja de participación?
Si las encuestas se equivocaron en Brexit y Trump, fue justamente porque tomaron los patrones de comportamiento de elecciones pasadas como fuente de cálculo, como se había hecho por décadas, sin poder identificar el cambio de comportamiento. Según el informe de la Royal Statistical Society, las encuestas del Brexit se equivocaron también porque su cobertura no era completa. Ello vale para ilustrar el error de una encuesta en un período de cambio como el que estamos viviendo nosotros. El creer que con encuestas que ni siquiera cumplen con el estándar mínimo se puede conocer lo que sucederá, es parte del subdesarrollo de la política.
La interrogante es, entonces, si el 40% dice que vota de todas maneras (los que se ubican en el 10 de la escala), ¿implica eso que solo votará el 40% o es ese el piso, al cual hay que agregarle otro peldaño de la escala? (40% del electorado son 5.723.000 votos). Si le agregamos el peldaño 9 de la escala llegando a 46%, alcanza 6.581.000 votos. En la elección de 2013 votaron 6.699.000 votantes en primera vuelta. Es decir, que si decimos que votará el 46% estamos diciendo que votará aproximadamente la misma cantidad de personas que en 2013. Si miramos los resultados de las elecciones presidenciales desde 1990, vemos que eso no ha sucedido nunca.
¿Qué nos puede hacer pensar que eso sucederá ahora? Más que calcular el porcentaje, hay que mirar el número de votantes, porque incluso si no cambia el número de votantes cambia el porcentaje. Si comparamos las campañas presidenciales, concluimos rápidamente que en esta elección se observa mucho menos movilización electoral que en 2013, franjas, debates, etc., peor evaluados que entonces.
Por tanto, la primera conclusión es que no tenemos evidencia alguna que indique que se mantiene o aumente la participación. Es muy poco probable que aumente el número de personas que vayan a votar y por ende el porcentaje de votantes en la primera vuelta tiene, más bien, que disminuir. ¿Cuánto?
Si se mantiene la cantidad de gente, votará cerca de 46%, como ya dijimos (en 2013 fue 49%), pero lo probable es que disminuya, y ahí es donde empiezan las especulaciones, intuiciones e hipótesis. Se acaban los instrumentos en ese momento. Si consideramos el 46% como el “techo”, podemos considerar el 40% como el “piso”. Es decir, entre 5.7 y 6.5 millones de votantes.
Es por ello que si el CEP en su estimación le da a Piñera 2.750.000 votos, hay que considerar, como un escenario, el triunfo en primera vuelta que aparece en este cálculo a meros 100.000 votos de esa meta. El único “pero”(muy significativo) es que todos estos cálculos están hecho ANTES del inicio oficial de la campaña electoral, y por tanto no consideran los cambios ocurridos en la campaña. Podemos estar equivocados y puede votar menos de 40% como consecuencia de una campaña confrontacional más centrada en los candidatos que en el país, y más dedicada a la rencilla personal que a las políticas públicas. No es precisamente un escenario para recuperar la legitimidad de la política. Si a ello se le agrega que hay poca propaganda producto de las nuevas leyes, y la ausencia de préstamos a muchos candidatos, nos encontramos con una población no solo desencantada con la política sino también altamente desinformada.
Sabemos que votarán 4 millones de chilenos que lo hicieron en 2013, lo que es creíble porque, en la elección 2013, 2 millones dejaron de votar. Es decir, el resto de los votantes será de los “ocasionales”, esos que deciden su voto “durante la campaña” y “el día de la elección”.
En la elección pasada disminuyó el contingente de votantes que no había votado nunca, y votaron 1.5 millones nuevos de votantes. Pero el saldo de votantes de la elección 2013 fue negativo (500 mil votos.). Ambas cosas pueden volver a suceder, y no sabemos nada de ello.
Es decir, cerca de 2 millones (si votan 6 millones) serán personas que no votaron en 2013.
En esos 2 millones que se pierden respecto de 2013, más de la mitad son votos de izquierda. Mientras en 2013 fue la derecha la que perdió 1.5 millones de votos, esta vez la izquierda podría perder cerca de 1 millón respecto de 2013. No es difícil explicar esto, ya que se debe a la incapacidad de la coalición de Gobierno de presentar un candidato, y hoy tiene al menos 3 o 4, dependiendo de cómo se los considere. Esto es relevante de considerar a la hora de mirar la segunda vuelta, porque muestra que el chileno no está dispuesto a votar en cualquier circunstancia.
La volatilidad por candidato/conglomerado
¿Cómo podemos calcular el impacto de la campaña en los candidatos? Miramos para ello la volatilidad del voto de cada cual, con la vida electoral del votante de cada candidato. Por ejemplo, Guillier tiene 10 puntos porcentuales más de votantes que dicen haber votado en todas las elecciones que Piñera. El votante Piñera/Chile Vamos es más volátil que el votante típico de los conglomerados/partidos de la centroizquierda, pero tiene más votos. El elector de izquierda que se “quedó” es más duro que el elector de derecha que se ha activado.
El votante y el voto cruzado
Lo esencial a comprender en esta elección es que los votantes hoy día, más que a partidos o conglomerados, eligen a personas con las cuales se identifican. La corrupción ha desarmado el voto por partido en la búsqueda de personas honestas, dondequiera que se encuentren. Eso sucede tanto en la derecha como en la izquierda, pero con importantes diferencias.
Las diferencias se observan al mirar el voto cruzado. Este se produce cuando un votante elige votar por candidatos de partidos/coaliciones que no pertenecen a una postura ideológica, sino a varias.
La derecha tiene casi el doble de consistencia de voto que los partidos de la centroizquierda, incluido el PDC. Es decir, una persona que dice que votó por Chile Vamos o algún partido de derecha desde 1990, es más probable que vote por un personero de ese mismo sector que una persona que dice que ha votado por la Concertación o la Nueva Mayoría.
Eso implica que es esperable que los votos a Presidente se dispersen entre los candidatos a diputado y senador con el doble de consistencia en la derecha que en la izquierda. El voto cruzado de la izquierda está desideologizado, y un votante de izquierda que vota por Guillier, por ejemplo, puede votar por candidatos a diputado y senador de la derecha, o de cualquiera de los nuevos conglomerados/partidos. Mientras un votante de Piñera es, la mitad, menos probable que haga lo mismo. El votante de izquierda elige mucho más personas que partidos o conglomerados que el votante de derecha (tiene también mucho más de donde elegir).
El votante de derecha ha votado más ocasionalmente que el de izquierda, eso explica por qué Sebastián Piñera no ha podido recuperar los 3.5 millones de votantes que sacó en 2010. Esos votantes, lejos de ser piñeristas, son votantes que eligieron esa opción en ese momento, que hoy no se repite. El candidato “Piñera” de 2013 es otro que el de 2017. Otro indicador de la desideologización del voto.
La situación es compleja porque no se encuentran los contingentes de votantes duros que había en el pasado, con alta consistencia ideológica. Esos segmentos de votantes son cada día más escasos.
Por el contrario, estamos ante un votante que vitrinea y se activa o desactiva, no cambia su voto por otro, sino simplemente decide por quién votar o no vota. Antiguamente el votante cambiaba su voto porque no dejaba de votar. En este contexto se ha dado un espectáculo nacional con la disputa sobre los votos de centro, los votos del PDC, así como los votos de Kast, entre los que sostienen que la gente “cambia” su voto. Eso corresponde a la época del voto obligatorio con un sistema de partidos legitimado y con un electorado ideologizado. Ahora estamos con voto voluntario, con partidos deslegitimados y un electorado que elige a personas sin importar el partido. Nada más lejano lo uno de lo otro. Muestra que muchos actores no se han puesto al día con el nuevo votante/no votante chileno.
En efecto el voto cruzado se ha duplicado desde la elección de 2013. Es decir, que encontraremos, solo en excepciones, congruencia entre votos a diputados , senadores y presidentes en esta elección presidencial y principalmente en la derecha. En otras palabras, será difícil distinguir en un número importante de votos cuál es el color político de ese votante (si es que lo tiene o si acaso el desencanto por la política está formando un contingente no ideológico de votantes que hará la política aún más volátil), lo que tiene grandes implicancias para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. La idea de que los votantes de un candidato puedan ser “llevados” a votar por otro, se ve débil. Es más bien la opción ofrecida lo que puede llevar a los votantes a las urnas.
El voto cruzado hará difícil saber el peso de cada partido, es un indicador de las dificultades que tendrá el sistema político de volver a conglomerados homogéneos de votantes en torno a ideas y no a personas. Este dilema no es menor, porque con voto voluntario y el predominio de personas por sobre los partidos, el populismo es siempre una amenaza.
La segunda vuelta
La segunda vuelta tiene básicamente dos opciones. La situación es bipolar porque la mitad de los chilenos no quiere que vuelva a gobernar la Nueva Mayoría y el 60% no quiere que vuelva a gobernar Sebastián Piñera.
Esta es una elección sobre todo de votos negativos. “No votaría nunca por… ergo, no voto”.
Lo que queda meridianamente claro en los datos es que el votante de centroizquierda y sus partidos no votarían por un conglomerado igual a la Nueva mayoría. Ello resultaría en un éxodo masivo de votantes y en un triunfo abrumador de Sebastián Piñera en segunda vuelta. En otras palabras, la opción de ganar en segunda vuelta para la centroizquierda no está cerrada, pero depende de la capacidad de esos partidos y conglomerados de presentar una opción refrescante distinta de la Nueva Mayoría.
La ansiedad de diputados del PDC de declarar su apoyo a Guillier incondicionalmente es el camino más rápido para perder la segunda vuelta. Habría más bien que esperar el resultado y sentarse a la mesa cada cual con sus votos para armar una coalición, acorde con ello.
La segunda opción es que se arme una coalición distinta en actores, objetivos, etc., que la Nueva Mayoría. En ese caso, puede suceder que vaya más gente a votar que en la primera vuelta, si la opción presenta una alternativa de triunfo frente a la derecha. Esa es una opción poco probable.
Los votantes están atentos, especialmente los que han votado ocasionalmente, un grupo significativo de los chilenos que no han sido objeto de campaña, ignorados por la competencia electoral y fuente de la legitimidad de la democracia. Esta campaña no fue sobre la democracia y su legitimidad, la integridad del sistema de partidos ni de sus dirigentes. Si bien un candidato (Goic) intentó llevar la discusión para ese lado, el resto del sistema político no siguió. Demasiado clientelismo, demasiadas trenzas de poder, demasiado que perder. Mientras el sistema político siga ese camino en que cree que se puede esquivar ese problema, no podrá haber movilización de esos millones de votantes ocasionales que están buscando una razón por la cual volver a votar. Esto es como la discusión de fin del binominal, que los legisladores se demoraron 26 años en abordar y finalmente no les quedó alternativa.
¿Necesitaremos una generación para reconstituir el sistema de partidos, recuperar la legitimidad de la política y consolidar la debilitada democracia? El declive de nuestra democracia es de toda evidencia en los datos de Latinobarómetro 2017, así como en toda América Latina. Venezuela es solo la punta del iceberg.
Esta elección presidencial no logró relegimitar la política. Beatriz Sánchez comenzó como una opción nueva que podía haber llegado a cumplir ese rol, pero rápidamente el establisment logró atraparla en sus redes y se disipó el encanto. Carolina Goic, contra viento y marea, impone un criterio ético en su partido y desde adentro del sistema de partidos apunta al cambio, con otra opción distinta. Pero está la trampa de los ángeles y demonios, donde los electores son ángeles y los políticos son demonios, que parece que no permite iniciativas individuales como nuevas opciones, lo que requiere que el sistema político como tal se estremezca y se reforme en su conjunto. ¿Se requieren quiebres? ¿Producirá esta elección y sus resultados quiebres en la forma de hacer política? Es posible que la segunda vuelta ya nos muestre si algo así empezará a suceder.
¿Requiere, por ejemplo, que alguien sea castigado y llegue a la cárcel? El Parlamento ya tiene cuatro senadores desaforados pero ninguno todavía condenado. Orpis (UDI), Martínez (RN), Bianchi, Rossi y Rivas (IND). ¿Son culpables o no? El Sistema político no resiste la demora en la justicia. Es indispensable acabar con la lógica de los ángeles y los demonios y darles la posibilidad a todos los actores políticos de no ser calificados de demonios, porque los demonios han sido echados. Son los pares los que tendrán que echar a los demonios para poder seguir existiendo. Ese será, sin duda, el proceso más difícil, como lo ha anticipado la lucha de poder al interior del PDC, que le da un puntapié sin vuelta atrás al problema central de la política chilena.
El perfil de los candidatos
Finalmente, los candidatos presidenciales se diferencian también en el perfil de sus electorados. Esto da una idea de lo poco que se tocan los electorados de uno y de otro. Se trata más bien de compartimentos separados como islas que flotan en la inmensidad de los 14 millones de chilenos en edad de votar. Se le pueden agregar muchas otras características, como geográficas, socioeconómicas, ideológicas, que terminan de comprobar estos compartimentos estancos de votantes a Presidente.
Sexo: Goic, Piñera, Kast y Sánchez tienen más votantes mujeres que hombres, mientras MEO, Guillier, Navarro y Artés tienen más hombres que mujeres.
Educación: Goic, Sánchez y Kast más que duplican su voto a medida que aumenta el nivel de educación del votante. Piñera, Guillier y MEO y Navarro tienen más votantes entre los que tienen educación básica, y su menor cantidad entre los que tienen educación media. En el caso de Artés, no hay suficientes votantes para hacer una relación con la educación
Edad: Goic, Piñera y Kast aumentan su voto a medida que aumenta la edad. Guillier, Sánchez, MEO y Navarro, aumentan su voto a medida que disminuye la edad del votante.
Conclusión
Esta elección presidencial simboliza el inicio de una nueva época, con nuevos distritos, nuevo sistema electoral, nueva institucionalidad del Servel, nuevas reglas de financiamiento, nueva manera de competir. No hay nada del viejo sistema, todo ha cambiado, salvo los actores.
He ahí el problema principal, que la mayoría de los actores aún no se da cuenta de que está en una nueva era y muchos se comportan como en los viejos tiempos, teniendo como resultado la peor de las competencias electorales desde 1989, con la menor cantidad de movilización en campaña electoral y el peor resultado para la democracia chilena que, según Latinobarómetro, lleva media década de declive. Podemos terminar con un Presidente elegido con el 20% del total de votantes, sin alcanzar 3 millones de votos.
Mientras más se reforma el sistema político, más declina la democracia, porque esta no es el resultado de leyes, sino de la fe del público en general en las personas, lo que no se restituye por decreto. La renovación de la elite es imperativa para recuperar la política y la democracia. (El Mostrador)
Marta Lagos