Me metí en el tema. La reunificación de Alemania tuvo un costo económico grande. Aumentó su endeudamiento en varios puntos del PIB para financiar agresivas políticas sociales para los habitantes de la hasta hace poco Alemania la Oriental. También para llevar adelante un plan masivo de obras de infraestructura, como autopistas, trenes y otros. Y hasta se incluyó un “bono de bienvenida” de 100 marcos para cada habitante de Alemania Oriental. Se establecieron impuestos que hicieron que de distintas maneras todos los alemanes occidentales se sintieran financiando y siendo parte de la reunificación. Hoy, tres décadas después, no podríamos decir que la igualdad es total. Pero Alemania es y se siente un solo país. Las diferencias son mucho menores que las de antes y, por ejemplo, la esperanza de vida en la entonces Alemania Oriental es siete años más alta que antes de la reunificación. Los mismos siete años de diferencia que existen hoy entre quienes nacen en Vitacura y quienes nacen en La Pintana.
La anécdota del matrimonio de Bajos de Mena no es, en realidad, una anécdota. Refleja mucho más que eso. Por razones que no es del caso volver a señalar aquí, en los últimos treinta años progresamos mucho, pero construimos nuestro propio muro. Un muro invisible, pero muro al fin. La reacción que provocó un año atrás en vecinos de Las Condes la decisión de construir una torre social en la Rotonda Atenas fue un reflejo de eso.
Pero la realidad es que a partir del 18 de octubre ese muro empezó a caer. Ya cayó. Y la “integración social” debe ser ahora una realidad en gran escala. Ya no se trata de construir una torre, sino de mil torres. Y no involucra solo a las viviendas. También los parques, las plazas, el transporte, la salud, la educación, la seguridad. Es un proyecto país. El gran proyecto que hoy tenemos la obligación de emprender es la reunificación de Chile. Transformar estos dos Chiles, que quizás son tres o cuatro o cinco, en un solo Chile. En un solo país, económica y socialmente hablando. Y en todo sentido.
Por supuesto que tomará tiempo, pero la partida tiene que ser en grande. A nuestra escala, pero con la misma fuerza con que partieron en Alemania. Está bien partir por las pensiones. Pero es mucho más que eso. Tiene que ver con dimensiones simbólicas, con reparación, pero también con realidades concretas. Igual que allá, también requerirá políticas sociales agresivas, gestos de bienvenida y fuertes inversiones en infraestructura, y con cambios que se notarán en el tiempo como el fin de los barrios segregados, y la igual calidad en los espacios públicos en las distintas comunas. Los municipios, que necesitan muchos más recursos, jugarán un rol clave. Así, los recursos llegarán más directamente a las personas y a los barrios sin tener que pasar por toda la burocracia del Estado.
Es un cliché decir que las crisis son oportunidades. Pero es cierto. La reunificación de Chile es posible. Más aún, es el gran proyecto por el cual dedicarse al servicio público adquiere su mayor sentido. Iniciar este camino con un cambio social potente ahora y mostrando una ruta hacia el futuro es el deber del momento. La paz social que tanto echamos de menos en estos días será una consecuencia de esto. Y lo más importante, solo lo lograremos si nos embarcamos en este proyecto todos juntos. La alternancia en el poder es propia de las democracias, pero lo relevante es que este sea un proyecto común. Y que en los próximos años y décadas quien sea que gobierne Chile no pierda nunca este nuevo norte.
Reunificar Chile también requiere de una nueva Constitución que sintamos que nos representa a todos. Reunificación. Reconciliación. Pedir perdón. Reparación. Progresar en orden. Con seguridad. Con paz. Esa es nuestra tarea. (El Mercurio)
Joaquín Lavín
Alcalde de Las Condes