La tierra de la leche y de la miel

La tierra de la leche y de la miel

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Relata la Biblia que a Moisés le fue vedada por Dios la entrada a la Tierra Prometida. Porfiadamente leal a Dios como había sido siempre, dispuesto a creer y aceptar las cosas más terribles o inverosímiles que éste le dictara -desde asolar Egipto con horribles plagas o lograr que el mar se abriera para dejar paso a su pueblo- la fe le faltó frente a la instrucción de hablarle a una roca para que de esta brotara el agua que el pueblo necesitaba en su camino por el desierto. En lugar de hablarle a la roca como Dios le había indicado, la golpeó enfadado diciendo algo así como “¿acaso creen que puedo sacar agua de una roca?” Dios no le perdonó esa vacilación y lo condenó por ello a no entrar a esa Tierra de donde “fluía leche y miel» y a la que el propio Moisés había guiado a su pueblo durante cuarenta años de travesía por el desierto. Según el mismo relato bíblico, ya próximos a su destino Dios lo condujo a la cima del monte Nebo y, desde allí, le permitió contemplar la Tierra Prometida para luego morir.

Gabriel Boric, como Moisés, podría entrar a su Tierra Prometida. O, para ser más terrenales, podría cumplir por lo menos una de las promesas que hiciera a sus seguidores: podría lograr la aprobación de una reforma al sistema de pensiones. Sería poco, pero por lo menos sería algo luego de la travesía de cuatro años por el desierto que ha sido su gobierno.

Podría, pero, como Moisés, siempre termina haciendo algo que frustra sus propios propósitos provocando las iras de Dios y siendo castigado por ello. No es que le falte fe. No. Lo que le falta es templanza. Aquella que es definida por el Diccionario de la Real Academia Española, en su primera acepción, como “Moderación, sobriedad y continencia”. Es esa ausencia de templanza la que lo lleva a hablar cuando debe callar y a hacer cuando debe yacer.

Cuando parecía que el acuerdo para esa reforma estaba cerca de alcanzarse, cuando se arribaba finalmente al terreno de lo posible luego de que el gobierno parecía haber dejado atrás su propósito de subordinar el acuerdo a la imposición de alguna forma de “reparto”, el Presidente, personalmente, se encargó de dar al traste con todo ello fustigando a sus opositores. Casi como si quisiera que no hubiese acuerdo. Como si lo que buscara fuese el castigo que lo erigiera como la víctima de una oposición perversa -como el mártir condenado a no entrar a la Tierra Prometida- antes que como el Presidente que logra un acuerdo y la mejora del sistema de pensiones.

Y esta vez sí que es imposible alegar un exabrupto, un momento de pasión pretendidamente juvenil. Porque no lo fue. Se trató de un acto de “masas” en el que se hizo acompañar por su “delfín” -o su competidor más cercano según se quiera ver- Tomás Vodanovic y que seguramente fue preparado en todos sus detalles, incluidas las palabras que usó. Habló, desde una tribuna pretendidamente conciliadora para decir que en un acuerdo todos deben ceder, pero sólo para agregar acto seguido que quienes no cedían eran sus adversarios, sus victimarios. Una vez más “nosotros los buenos” y “ustedes lo malos” gritado ante una multitud predispuesta a corear cada acusación, cada denuncia que desnudara la maldad de quienes se oponen a los designios de ese guía mesiánico dispuesto a sacrificarse por ellos.

Y, hay que decirlo, dispuesto a sacrificarse a pesar de que son sus propios ministros los que están próximos a llegar al acuerdo que él prefiere ignorar. ¿Por qué lo hizo? La explicación más simple, siguiendo el principio de la navaja de Ockham, podría ser la verdadera: Boric fue incapaz de resistir la presión que ejercieron sobre él el Partido Comunista y sus camaradas del Frente Amplio. Pero es una hipótesis dudable. Después de todo sobre el tema mismo el PC aparece dividido entre los ministros del gabinete encabezados por la ministra Jara y los administradores de la pureza ideológica encabezados por el alcalde Jadue; todo ello con un Lautaro Carmona que hace equilibrios entre unos y otros mirando sólo hacia su reelección como presidente del partido.

Por eso prefiero otra hipótesis que explique lo inexplicable: la razón por la que Gabriel Boric, tan cerca de la tierra prometida, elige darse un bastonazo en los pies y derribar de un manotazo las posibilidades de un acuerdo que sus ministros tan difícilmente habían logrado levantar. Yo creo que todo tiene que ver con la fe. Claro que su fe no es la de Moisés, sino otra: aquella que deriva de sus convicciones más profundas, de lo más prístino de su ideología. La que nace de esa confusión de ideas en las que se mezclan impulsos identitarios con ansiedades justicieras e igualitaristas y, sobre todo, con un rechazo apenas disimulado a todo lo que huela a empresas privadas, a empresarios y a sus ganancias. Se trata de una fe destinada al fracaso porque sobre ella se impone la fascinación por el martirio. Es una perspectiva política traducida en acciones que encuentran su realización más en el heroísmo y el martirio que en la sensatez, más en la fantasía que en la realidad. Que se encuentran más cómodas en la oposición, el rechazo y la acción callejera, que, en el gobierno, la construcción de acuerdos (“transacas”, “renuncias” serían probablemente llamadas) o la templanza.

Es el mismo impulso que lleva a los “no ministros” de un muy político Comité de Ministros a rechazar por enésima vez el proyecto Dominga, a pesar de que éste ha sido aprobado en todas las instancias técnicas y jurídicas; el mismo, también, que lleva al gobierno por completo a hacer un irrealizable gesto al Presidente Allende y su familia que termina enlodando el nombre de éste y el de miembros de su familia. Es el impulso que condena a Gabriel Boric a cerrarse el camino a la Tierra Prometida a pesar de tenerla cerca y alcanzar a verla.

Yo espero que, a pesar del boicot del Presidente, los esfuerzos de sus ministros y de la oposición permitan llegar a un acuerdo para reformas el sistema de pensiones. Por el bien de los actuales y futuros pensionados. Aunque Gabriel Boric se quede contemplando todo desde la cumbre del monte que su destemplanza ha levantado. (El Líbero)

Álvaro Briones