El ascenso meteórico de la “nueva izquierda” que representa Gabriel Boric y el Frente Amplio fue inversamente proporcional al descalabro político de la vieja Concertación. Esto no fue un problema dramático para los veteranos, que gobernaron veinte años ininterrumpidos y luego volvieron por cuatro más bajo el rótulo de “Nueva Mayoría”. La generación de los Baby Boomers se cansó de estar en primera línea. Cuando los Millennials llegaron quejándose, los viejos ya iban de salida.
El problema lo sufrió la llamada Generación X, que ocupó los mandos medios durante la transición y se momificó esperando pacientemente su turno. Nadie se jubila en política, les decían. Los espacios hay que ganárselos. La renovación de la política no tiene nada que ver con el carné de identidad, llegó a decir convenientemente Andrés Zaldívar.
Cuando la Generación X se atrevió a desafiar al padre, después de lustros de veneración, los infantilizaron. Desde la rebelión de Kast subyugada por los coroneles gremialistas hasta el ninguneo de Camilo Escalona a “Marquitos” por el lado progresista, ninguno de los protagonistas de la recuperación de la democracia tomó en serio la demanda por recambio generacional.
La nominación presidencial de Eduardo Frei en 2009 testimonia la miopía de los héroes cansados: en lugar de apostar por una figura emergente como Andrés Velasco -símbolo del éxito económico del gobierno saliente-, la dinámica carcamal de los tiempos se debatía entre Lagos, Insulza y el propio Frei. En lugar de mirar al futuro, como enseña el manual, recurrieron al baúl de los recuerdos.
Uno de los pocos en percibirlo fue Eugenio Tironi, que sacó del sombrero a un joven veinteañero -Sebastián Bowen- para liderar la campaña frente a Sebastián Piñera. No le dieron la pasada. Para la segunda vuelta de 2010, quisieron insistir con tres caras frescas de la Generación X: Ricardo Lagos Weber, Claudio Orrego y Carolina Tohá. Pero ya era demasiado tarde. La Concertación estaba pasada a naftalina.
Al año siguiente, el movimiento estudiantil de los hijos de la transición, los adolescentes que adquirieron conciencia política en democracia, coparon la escena. De ahí en adelante, se aceleró el proceso. Sin cumplir cuarenta, ME-O pasó a retiro. Los jóvenes de derecha que trabajan con Piñera se animaron a formar un partido propio (Evópoli) para emanciparse de sus propios veteranos de la UDI y RN. Michelle Bachelet fue apenas la intérprete de una partitura escrita por los jóvenes idealistas que marchaban “con Atria en la mochila”. Le cedieron el cupo a Giorgio Jackson en Santiago y aceptaron la humillante “colaboración crítica” que les ofrecieron. Como reclama hasta hoy Carlos Peña, los viejos se obnubilaron y plegaron acríticamente a las demandas efebocráticas.
A diferencia de lo que ocurrió en España, donde el PSOE le dio tiraje a la chimenea de la mano de Pedro Sánchez para hacerle frente al ascendente Podemos de Iglesias y Errejón, la gran familia concertacionista chilena no hizo nada para contener el avance del naciente Frente Amplio, un caso de negligencia política todavía poco estudiado. Le delegó la tarea de hacerle la vida imposible a Piñera -en dos oportunidades- y pensó ingenuamente que recogería los frutos.
Pero los líderes del Frente Amplio, envalentonados por la mística de lo nuevo y la soberbia juvenil, la convicción justiciera y la superioridad moral, no estaban para negociar. En la previa de las presidenciales de 2021, se dieron hasta el lujo de humillar al partido de Allende, como se quejó amargamente Álvaro Elizalde. No querían saber nada de los partidos contaminados por la política de los acuerdos y el neoliberalismo con rostro humano.
El resto de la historia es conocida: Boric le gana a Jadue, luego derrota a Kast y se transforma en presidente de Chile, uno de los extraños casos mundiales en que el poder pasa de los Baby Boomers a los Millennials, saltándose olímpicamente a la Generación X. Para coronar la victoria, Boric atiborra el comité político con sus coetáneos: Izkia Siches, Giorgio Jackson, Camila Vallejo, Antonia Orellana.
Mucha agua ha pasado bajo el puente. La dura derrota de 4S obliga a enmendar el rumbo. La generación que hizo carrera criticando la tibieza de Lagos y Bachelet, invita a la hija política de Lagos -Carolina Tohá- y a la hija política de Bachelet -Ana Lya Uriarte- a integrar el corazón del poder. Uriarte sale poco después por el mismísimo Elizalde, otro de los jóvenes talentos que fueron asfixiados veinte años por el baronazgo Boomer.
Si el decano era Mario Marcel (65), ahora el gobierno aplaude que su canciller Alberto van Klaveren (76) es reconocido como uno de los adultos mayores líderes del país. Mientras tanto, Boric se compara con Patricio Aylwin, ese abuelito que siempre despreció por blandengue y entreguista, y que ahora luce valiente y estadista. Otra ironía más de la historia: la joven generación que irrumpe promoviendo cambios en educación, ahora busca su lugar en la historia con una reforma para los jubilados.
En síntesis, la tensión generacional que cruzó a la izquierda en los últimos quince años ya no es tema. Los Millennials del Frente Amplio tuvieron que pedir ayuda a sus hermanos grandes de la Generación X cuando entendieron las complejidades de la política, y los hermanos grandes se tragaron la pica cuando vieron la oportunidad de volver a influir en los destinos del país. Por lo mismo, el presidente Boric ve con buenos ojos la proyección de su gobierno en Carolina Tohá. Es la prueba de que las rencillas generacionales son cosa del pasado, además de constatar lo evidente: ni el mundo frenteamplista ni los nostálgicos de la Concertación agrupados en el Socialismo Democrático son suficientes por sí solos para construir una fuerza política que le compita a la(s) derecha(s) recargada(s). La edad, ahora sí, es una anécdota. (Ex Ante)
Cristóbal Bellolio