La trifulca-Jorge Correa Sutil

La trifulca-Jorge Correa Sutil

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El jefe de Estado ha dado su veredicto final, estableciendo como verdadera la denuncia de violación deducida en contra de su exsubsecretario: “Nuestro deber es creerle, yo le creo”, declaró enfático.

La principal líder de la oposición respondió: “Mejor tarde que nunca, ¿no? Pero pucha que fue tarde”, dando a entender así su parecer de que el deber de un Presidente es declarar públicamente como ciertas las denuncias de violación, en cuanto ellas se formulen. De ese modo, los dos principales líderes políticos del país, procurando empatizar con la indignación pública, devienen en opinantes de un delito.

Exceptuados los últimos meses del 2019, me resulta difícil recordar un mes político tan pendenciero como el que termina. En aquel octubre, sin embargo, aunque no entendíamos bien qué pasaba y las autoridades parecían estar tan confundidas como ahora, era más fácil comprender qué se jugaba. Lo mismo en los dos procesos constituyentes. Allí, la tensión respondía a que estábamos escribiendo las reglas básicas de nuestra convivencia. ¿Qué nos estamos jugando ahora? ¿Qué justifica que la política ande de opinante de delitos, a gritos y a descalificaciones?

Las pendencias de este mes, algunas sanguinarias, en que sectores han obrado más como una jauría tras la sangre que como autoridades de una república, resultan confusas y es probable que no saquemos nada bueno de todo esto.

Anotemos un par de ganancias que podremos obtener de los últimos sucesos: es posible que el sector público apure los protocolos de implementación de la llamada Ley Karin y, lo que no es poco, que culturalmente se afirme más el repudio al abuso y al acoso sexual.

Por cierto que es impresionante y repudiable que una autoridad que estaba a cargo de la seguridad pueda haber cometido el delito de violación que se le atribuye y también lo es si se hubiera servido de su poder para quedar impune. Por cierto, también, deben explicar cuándo y cómo se enteraron y decidieron la salida del denunciado. Sin embargo, ¿qué sentido tiene que las autoridades que tienen a su cargo conducir los destinos del país, gobernar y administrar el Estado devengan en opinantes de la trama investigativa del delito? ¿Que especulen acerca de su veracidad o sus detalles? ¿Qué sentido tuvo ayer que el Presidente recordara el principio de presunción de inocencia y hoy la credibilidad de la denuncia? El Gobierno, ya está claro, manejó mal el problema y su comunicación pública desde un comienzo; pero no lo reparará manifestando estar del lado de las víctimas y tampoco la oposición logrará transformar ese mal manejo en encubrimiento.

Con este ambiente, se hace improbable que, luego de las municipales del domingo, el Ejecutivo y el Congreso puedan trabarse en debates racionales y encontrarse en negociaciones de proyectos de ley que podrían mejorar la seguridad, la educación, la salud, el crecimiento y las pensiones. Así como vamos, es difícil se instale el ambiente de las próximas presidenciales sobre la base de una confrontación de propuestas o solo sobre la guerra de descalificaciones que han reinado como estrategia en el último tiempo.

Se sostiene que afrontar esos temas y lo mucho que está en juego con ellos, no da réditos electorales. Resulta difícil creerlo, cuando lo que la gente pide de la política son soluciones y valora la construcción de acuerdos. Es cierto que las cámaras y los micrófonos están mucho más dispuestos a los altisonantes y a los descalificadores que a los serios; pero también es cierto que los personajes que más aparecen no siempre son los mejor evaluados. La ciudadanía no es solo una audiencia y juzga lo que oye. Es fácil agitar redes sociales con adjetivos superlativos, pero de poco sirven estos para convencer a la opinión pública.

La política tiene mucho de espectáculo; solo puede dominar la agenda aquel que atraiga la atención y la atención está hoy centrada en la denuncia de un delito y de un abuso de poder repudiables. El problema es cuando la política deviene en un puro espectáculo de actores que, olvidando la autoridad propia de su investidura y de sus competencias, opinan al son del último suceso que atrae la atención ciudadana. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil