En medio de la visita de Jorge Bergoglio al Santuario de San Alberto Hurtado el martes pasado, cerca de 120 sacerdotes jesuitas se sentaron a hablar a puertas cerradas con el Papa. A las 19:30 de la tarde, y aunque Francisco estaba acompañado del cardenal de Santiago, Ricardo Ezzati, este último tuvo que esperarlo afuera.
O era una reunión privada o se trataba de una cita solo con jesuitas, y Ezzati es salesiano. Sin embargo, ese gesto simple reflejó para algunos miembros de la Iglesia una situación que se viene gestando hace años: la distancia que existe entre una Iglesia de “pastores”, que trata de acercarse a “quienes sufren”, y otra que vive encapsulada. “Esa Iglesia es la Iglesia de los Ezzati, de los Medina, de Barros, incluso del obispo Ignacio González”, señalan, haciendo referencia al obispo de San Bernardo. “Es, además, una Iglesia que está siempre presente, que no se cansa y que siempre va a intentar marcar presencia”, dicen.
La imagen del sacerdote Mariano Puga fue un ejemplo de eso. Vestido con sus clásicas chalas, “el cura obrero” eligió estar del otro lado cuando el Papa ofició la misa en el Parque O`Higgins. Mientras Bergoglio hablaba entre cuestionados sacerdotes, como el propio Juan Barros, Puga estaba en la otra vereda, en medio de los carteles de los laicos de Osorno, que llegaron con sus pancartas que rezaban: “Ni zurdos ni tontos”. “Ese claro enfrentamiento entre dos iglesias habría sido impensado en otro escenario”, comenta una fuente de la Iglesia. Sin embargo, tiene que ver con que el clero tampoco es una masa homogénea que camine junta.
La administración de Ricardo Ezzati ha dejado profundas heridas y, en vez de ayudar, la pobre visita del Papa resultó ser un fracaso para alentar a la Iglesia católica más alicaída del continente a seguir siendo fiel.
BARROS ON TOUR
Esas dos almas de la Iglesia se diferencian a la hora de analizar el paso de Bergoglio por Chile. Para la primera, el tema Barros no fue más que un boicot comunicacional que sirvió para bloquear la visita del líder de los católicos. “Hay una lectura común que se repite entre los obispos: muchos medios de comunicación cuentan con editores y periodistas malintencionados”, comenta una fuente de la Iglesia.
Sin embargo, para otros, el paso del Papa fue claramente un desastre. Tuvo la posibilidad de desmarcarse incluso del tema apuntando al flanco más gelatinoso de Chile, que es su modelo económico, la desigualdad y la excesiva concentración de la riqueza, pero no. Ahora que termina la gira del Papa, queda el mismo sabor que dejaron sus palabras, cuando dijo: “Osorno sufre por tonta”.
Esta vez mencionó algo similar. Un par de periodistas que lo esperaban antes de que despegara de Iquique –sin regalos ni loas de por medio, como fue la característica de la cobertura de su visita– le preguntaron por el obispo de la diócesis de Osorno y él respondió: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar… No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia”, señaló el Papa, como si fuera un huracán devastando una zona del Caribe.
Juan Barros, como cualquier otro obispo, no tenía impedimento alguno para participar de las actividades del Papa e incluso concelebrar misas. Si un clérigo va a misa, está llamado a concelebrarla; es decir, a revestirse y a cumplir su oficio litúrgico. No es una obligación asistir, salvo para el obispo del lugar. Sin embargo, Juan Barros se empecinó en ir a todos los encuentros. De hecho, otros dos obispos cuestionados por formar parte del cerco de Fernando Karadima, Horacio Valenzuela y Tomislav Koljatic, se restaron de ir al viaje al sur con el Papa. Era el camino que podría haber seguido Juan Barros, aunque prefirió estar presente y transformar la visita del líder de los católicos en el tour de Juan Barros. Finalmente, es de lo que más se habló.
“Es que el Papa tiene la certeza de que no hay nada que le pueda objetar a Barros”, señala otra fuente de la Iglesia, apuntando a la interrogante que más ha cruzado la actitud del Papa. ¿Qué pasó entre el lapso cuando él envió la carta al Comité Permanente de la Conferencia Episcopal señalando que había conversado la posibilidad de un “año sabático” para sacar a Barros de escena y la férrea defensa que ha hecho de su gestión después de nombrarlo obispo de Osorno?
Hay quienes apuntan al nuncio apostólico, Ivo Scapolo, representante en Chile del exnuncio durante la dictadura de Pinochet –de quien también era amigo–, Ángelo Sodano, quien cuenta en su círculo cercano al obispo de San Bernando –miembro de la prelatura del Opus Dei–, Ignacio González.
Pero también ha comenzado a aparecer con insistencia otro nombre al interior de la Iglesia, el del jesuita Germán Arana, especialista en ejercicios espirituales para sacerdotes. Con él, en enero de 2015, Juan Barros participó en un retiro.
Como Arana es un antiguo amigo de Jorge Bergoglio, habría sido él quien dio buenas referencias de Barros. “Es un sacerdote muy conservador y anticomunista”, comentan sobre Arana.
Y nadie ha podido sacar al Papa de la convicción de que Barros no tiene de qué esconderse. Ni las cartas, ni las manifestaciones, ni los fieles que en su gira pesaron menos que Juan Barros. Finalmente, es el obispo de Osorno quien apareció en la foto de la gira del Papa en Chile. (El Mostrador)