Las nuevas tecnologías y destrucción creativa de empleos-Roberto Meza

Las nuevas tecnologías y destrucción creativa de empleos-Roberto Meza

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En las décadas 1940-1960, más de la mitad de la población activa en Chile trabajaba en el sector agrícola, arando, sembrando, segando o trillando, trabajos manuales que, miles de familias -con sus hijos incluidos-, realizaban para subsistir, al tiempo que, paralelamente, reformas políticas, sociales y económicas, comenzaban a intensificar la migración del campo a la ciudad.

Cuando los hijos de esas generaciones comenzaron a incorporarse al mundo laboral urbano en las décadas de 1950-1970, atraídos por las nuevas oportunidades de trabajo en la incipiente industria y comercio de las ciudades, millones de las tradicionales tareas agrarias comenzaban a desaparecer, sustituidas por tractores y cosechadoras mecánicas.

El número de empleos agrícolas se redujo a casi la mitad en menos de 50 años y para 1990, más del 80% de los chilenos habitaba en ciudades, lo que, empero, no redujo la cantidad de empleos totales, sino que los aumentó notablemente. Grupos que miraban la industrialización como amenaza, languidecieron, y nadie tildaría hoy la mecanización de la agricultura como algo negativo porque “destruyó empleos”.

La “industrialización” del campo constituyó un notable avance que redujo drásticamente el costo en la producción de alimentos y liberó a millones de trabajadores, que pudieron dedicarse a otras actividades más productivas en los sectores emergentes, produciendo un círculo virtuoso de una población con más poder adquisitivo que, a su vez, requería de menos dinero para su subsistencia, demandaba nuevos servicios, y con ello, más crecimiento y desarrollo social, aunque, para aquello, dichas generaciones debieron educarse y adquirir nuevos conocimientos.

El orbe vive hoy un momento histórico similar, merced a la progresiva integración de las nuevas tecnologías de la información y comunicaciones, digitalización y automatización de muchos trabajos industriales y operativos que van desde la fabricación de automóviles, hasta la domotización, pasando por la traducción robótica de documentos o las transferencias de dinero a distancia en segundos. Como antaño, surgen voces de alarma respecto de la eventual pérdida de millones de empleos tradicionales. Sin embargo, la evidencia muestra que la tecnología termina creando más nuevos empleos que los que elimina, enriqueciendo a la sociedad.

Hace ya más de dos siglos el movimiento ludita, surgido entre los obreros textiles ingleses sentía que su precario trabajo era amenazado por la mecanización de las fábricas textiles y su acción apuntó a la destrucción de los telares automáticos. Pero la automatización del sector textil acabó generando muchos más empleos que los que destruyó. Un estudio de Deloitte analizó los datos del censo británico entre 1871 y 2014 para llegar a la conclusión de que la mecanización no fue una máquina de destruir empleos, sino de crearlos.

Muchas ocupaciones físicas importantes del siglo XIX prácticamente han desaparecido del censo, pero se compensan con creces con el aumento del número de trabajadores dedicados a profesiones intelectuales, industriales y de servicios, vínculadas con las nuevas técnicas. El número total de empleos en el Reino Unido hoy más que duplica el de hace un siglo, y además son trabajos menos arduos y mejor pagados.

La desaparición de determinados sectores económicos a causa del progreso tecnológico es un proceso necesario para que los recursos se vayan destinando a actividades más eficientes y la economía progrese. Este fenómeno es conocido como de “destrucción creativa”, término que acuñó el economista austriaco Joseph Schumpeter, quien lo calificó como central para el capitalismo.

Más recientemente, los economistas del MIT y Harvard, Daron Acemoglu y James Robinson, en su libro “¿Por qué fracasan las naciones?” analizan el papel de la destrucción creativa como motor fundamental de los países que progresan frente a los que fracasan: la destrucción creativa sólo puede frenarse mediante instituciones excluyentes (licencias, prohibiciones, sectores protegidos y subvencionados) que, a la larga, solo perpetúan privilegios de una minoría a costa del progreso de la mayoría.

La informatización de los hogares y empresas y su interconexión a través de las redes digitales de comunicaciones, constituye, en los hechos, un masivo y amplio proceso de robotización creciente de muchas tareas e interacciones humanas. El control a distancia de luces, calefacción o riego de jardines a través de un Smartphone, o la producción de textos de calidad mediante un procesador de textos y una impresora -que pone esta labor al alcance de cualquier alumno de básica- son recursos que, hasta hace pocas décadas, sólo tenían firmas que ocupaban a muchos empleados.

Pero con la avalancha de las nuevas tecnologías, el número de empleos no se reduce y si bien desaparecen algunos, surgen otros. Hace tan solo una década no existía el oficio de “experto en usabilidad”, “seguridad cibernética”, “minero de datos” o “especialista en infraestructura virtual 3D”. Tampoco había desarrolladores de aplicaciones móviles -la primera AppStore abrió en 2008-. Sin embargo, hoy son perfiles crecientes en páginas de empleo de gran número las empresas.

La robotización del mundo industrial lleva décadas en marcha y sin llegar al peack de fábricas de automóviles japonesas o de Tesla, la cantidad de trabajadores que necesita una cadena de montaje no ha dejado de caer. No obstante, eso no ha significado una reducción bruta total de empleos en el sector automotriz: el auge de coches cada vez más digitalizados, exige nuevos perfiles profesionales que, en muchos casos, ni siquiera existen y que, por cierto, nuevamente obligan a los trabajadores a una mayor calificación.

La historia de la humanidad, desde la revolución industrial, se ha caracterizado por una constante desaparición de trabajos “tal como los conocíamos” y la aparición de otros que no imaginábamos. De aquí que no sea otra cosa que el miedo a la “destrucción creativa” lo que está detrás de recientes propuestas como establecer impuestos a los robots, impedir importaciones de países más eficientes, o impedir App’s como Uber o Airbnb, prohibiendo la economía colaborativa en esos y otros sectores. Pero los países que tomen esas medidas solo conseguirán retardar la creación de nuevos empleos en nuevos sectores, a costa de proteger viejos trabajos en áreas que, en un mundo abierto y competitivo, están condenadas a desaparecer más temprano que tarde. Las nuevas tecnologías derivadas del enorme desarrollo del conocimiento científico de fines del siglo XX ya están aquí y no hay modo de detenerlas. (Radio U. de Chile)

Roberto Meza A.

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