En la película “Sully”, sobre el juicio al capitán Chesley “Sully” Sullenberger —que aterrizó en el río Hudson luego de chocar con unos pájaros y perder las 2 turbinas—, los expertos le reprochan que si hubiera decidido volar al aeropuerto Teterboro, habría podido aterrizar perfectamente. En la famosa escena de la película, después de presenciar a los pilotos del simulador de vuelo aterrizar exitosamente en Teterboro, Sully le dice al juez: “Pongámonos serios. Ustedes no han considerado el factor humano”. Y le pregunta: “¿Cuántas veces hicieron el ensayo en el simulador antes de tener éxito?”. Los peritos le contestan que 17. Él responde: “Yo tuve una sola oportunidad para tomar una sola decisión y tuve que chequear equipos, entender qué pasaba y analizar alternativas. Eso toma tiempo”. Luego que los jueces deciden sacarle 35 segundos de evaluación humana al ejercicio, constatan que Sully tenía razón: si se hubiera dirigido a Teterboro, hubiera chocado con edificios y habrían muerto al menos los 155 pasajeros de su avión, cuya vida él salvó.
Una periodista apurada, algo deslenguada y que no creo pertenezca al fan club de Carabineros, cubriendo la noticia del asesinato de suboficial Daniel Palma, comete lo que a todas luces es un lapsus lingüístico. Inmediatamente se retracta y se excusa. En esas circunstancias, con la conmoción y emocionalidad envuelta, Carabineros no acepta las excusas y le pide que se retire de la conferencia de prensa a la que ella asistía. Dos errores: el de ella y el de Carabineros, se comprenden por el factor humano. El que no comprende ese factor es su empleador, que —teniendo el tiempo y espacio para reflexionar— toma una medida popular, pero desproporcionada. Nadie en su sano juicio pensaría que lo que ella dijo refleja la línea editorial del medio. El canal tomó una buena decisión, pedir excusas. Y una mala, despedir a la periodista.
Por eso un análisis justo y equilibrado de los distintos incidentes debe ponderar las emociones y circunstancias que lo envuelven. Si la periodista hubiera sido la encargada del discurso fúnebre del policía asesinado y se manda ese desaguisado, que le caigan las penas del infierno; pero no por una reacción espontánea de la cual se retracta inmediatamente. Lo mismo han sufrido muchos carabineros injustamente perseguidos por hechos lamentables, producidos en medio de manifestaciones. El capitán Maturana, condenado a 12 años y 183 días de cárcel por apremios ilegítimos cometió un error: debió disparar su arma lacrimógena a 45 grados de altura, pero, en medio de una manifestación y sin entrenamiento previo, cumplió una orden y disparó con menor ángulo. Una diferencia de grados en un instante de su vida lo condenó a la cárcel por un accidente.
Pero no todo está perdido, al mayor Tapia, condenado en primera instancia a 5 años por disparar al suelo su escopeta lesionando de rebote a un par de alumnas del Liceo 7 mientras intentaba salvar a la directora de la agresión de las alumnas le anularon su juicio y deberá juzgarse nuevamente. Esperemos que ahora sí consideren el factor humano y la total falta de dolo existente en el incidente.
El problema que tenemos es que nuestras autoridades creen que la vida policial transcurre en un laboratorio con atmósfera controlada. El Gobierno acaba de presentar un reglamento de uso de la fuerza (RUF), que es el que a todos nos gustaría que se aplicara, donde un policía, aunque ande de uniforme, debe identificarse primero, advertir después y escalar en el uso de la fuerza, partiendo por tocar el pito hasta el uso de su arma. Por supuesto que los maleantes actúan exactamente al revés, primero disparan y después arrancan, y por eso no es realista la propuesta y deja a la policía peor de lo que está.
Como diría Tom Hanks, en “Sully”, pongámonos serios, la vida policial en la calle es peligrosa y a ellos les corresponde defendernos a todos y a todo (saqueos, portonazos, incendios, etc.), y no hay tiempo para analizar demasiadas alternativas; y dada la escalada de la delincuencia, o diseñamos en serio normas de uso de la fuerza o seguiremos como gallina sin cabeza caminando sin sentido. El problema del Gobierno es que cuando uno no sabe dónde quiere ir, ningún camino le sirve. (El Mercurio)
Gerardo Varela