Es curioso, pero las más lúcidas lecturas del gabinete de Sebastián Piñera provinieron de la vereda del frente. Sendas columnas de Max Colodro y Jorge Correa destacaron como rasgo más importante del ministerio la decisión de Sebastián Piñera de formar un equipo que refleje el pensamiento de la centroderecha. Sin complejos, dijo Colodro, y el Presidente usó esa misma expresión en una entrevista en «El Mercurio»; a la ofensiva, afirmó Correa, y destacó el contraste con el primer gobierno de Piñera, que tuvo dificultad para transmitir objetivos políticos que dieran sentido a su gestión, la mentada ausencia de relato. Con el nuevo gabinete, afirma Correa, no cabe despreciar la posibilidad de que por primera vez en años la política baile al son de la música que escoja la derecha.
En un tono distinto, pero dejando ver también cierta agudeza en el análisis, desde el Frente Amplio acusaron una provocación; claro, una provocación a la pretensión de la izquierda de construir una hegemonía a partir de sus propuestas y su lenguaje en materia de gratuidad, beneficios sociales, derechos de la mujer y derechos humanos. En cada uno de esos campos, la centroderecha representada en el gabinete de Piñera le planta cara a la izquierda.
Curiosamente, en la derecha quienes más reclamaban por la ausencia de relato parecen no haberse dado cuenta cómo el nuevo gabinete encarna esa preocupación.
Es justamente en los nombramientos más controvertidos de Piñera en los que emerge con nitidez la determinación del próximo Presidente de enfrentar a la izquierda con pensamiento propio. Su mirada estratégica es que ello es un requisito indispensable para que la centroderecha gane la elección presidencial del 2021.
La designación de Gerardo Varela como ministro de Educación es una señal. El gobierno de Piñera no bailará al son de la música que le ponga el movimiento estudiantil. Ya experimentó esa sensación, y no le gustó. Varela no tendrá problemas en cumplir las promesas del Presidente en materia de gratuidad, pero tiene argumentos y talento para enfrentar el lobby de los diputados del Frente Amplio, que pretenden acaparar los recursos del Estado para financiar a los estudiantes universitarios. Gerardo Varela no se impresionará por los eslóganes del grupo de interés más exitoso durante el gobierno de Bachelet, pondrá sus demandas en el contexto de las necesidades de otros chilenos más vulnerables.
En esa tarea contará con el formidable apoyo del ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, quien sabe que la demanda social más costosa en lo económico es la de los pensionados y las más urgentes en lo moral son la de los niños vulnerados y la educación temprana, que bajo cualquier análisis tienen prioridad frente a los universitarios. Lo mismo ocurre con la desmedrada situación de la salud pública.
Y es justamente el nombramiento de Alfredo Moreno uno de los más discutidos por la izquierda. ¿Un empresario a cargo de lo social en lugar de un comunista? De eso se trata, de reivindicar el rol de los empresarios en el progreso social de los más pobres, de poner sus grandes talentos al servicio de ellos y de embarcar también al empresariado en esa misión. ¿Derecha compasiva? No, derecha que reclama su mejor derecho a poner en práctica sus propias políticas para afrontar la vulnerabilidad. Otro columnista atento, Luis Cordero, ha dicho que Moreno es el símbolo de la disputa por la hegemonía cultural y política con la izquierda.
La ministra de la Mujer, Isabel Plá, ha sido criticada por su posición frente al aborto en tres causales, que contrasta con la de su antecesora, comunista. La intolerancia del progresismo. La hegemonía que se trata de imponer en esta materia no puede pasar por sobre la conciencia de quienes piensan de otra manera. Las leyes que las mayorías democráticas aprueben deben cumplirse, pero nadie puede estar obligado a aplaudir lo que no comparte.
¿Y el canciller Ampuero? Bueno, piensen nada más que a través suyo, Chile reclamará contra países como Cuba y Venezuela, por sus evidentes y repetidos atropellos a los derechos humanos. No más superioridad moral, en ningún plano. De eso se trata. (El Mercurio)
Luis Larraín