El Premio Nacional de Historia 2018 ha sido otorgado a Sol Serrano, historiadora de la UC, autora de numerosos libros, ensayos y artículos, profesora y maestra de varias generaciones, y –oh, tiempos que corren– la primera mujer en recibirlo, aunque el premio tiene ya 44 años.
Serrano se declara felizmente agradecida, y se define como “una hija amada de la República”. Más concreto sería decir que es la República la que debería amarla a ella, ya que el grueso de su obra está centrada en las instituciones laicas y religiosas que a través de la educación de las elites y del pueblo forjaron hace un par de siglos el tejido y la cohesión social que nos permitieron ser país y sobre todo ser república.
Han sido días fértiles, éstos. La prensa y la academia han rendido emocionados homenajes a la premiada. Lo mismo han hecho columnistas y locutores. En el curso de sus conversaciones han surgido temas que pertenecen a la historia pero que sin embargo iluminan el presente, dándonos una cierta capacidad para entender los cómo y los porqués no sólo de lo que ocurre, sino también de quienes somos.
A pesar de todo, o quizás a causa de lo escuchado estos días, me surge el recuerdo aletargado de las clases de historia en el colegio, donde supongo fuimos bautizadas en nuestra identidad posterior de ciudadanas. Interminables listas de fechas, monarcas, héroes gloriosos y tiranos, hazañas bélicas. Absolutismo, iglesia y estado, más fechas, más guerras. No recuerdo que se haya enfatizado la conexión entre todos estos hechos. ¿Cómo se suman? ¿Cómo nos ayudan a saber más sobre nuestra identidad? Sólo nos dieron respuestas a preguntas nunca formuladas o al menos no recordadas.
Entonces aparece gloriosamente la historia como investigación y explicación del tiempo. Serrano nos enseña que la historia da pistas y explicaciones del presente; como nada está ahí porque sí, siempre hubo un algo o un alguien o muchos alguienes que, sin saberlo, fueron autores del presente en el pasado.Sostiene que la historia es una forma de conocernos a nosotros mismos, que hemos vivido, vivimos y queremos vivir juntos como sociedad. Que la democracia es la tensión entre el principio fundamental de que los hombres nacen libres e iguales y la tensión entre ese principio y su realización histórica. La gran pregunta sería entonces cómo queremos vivir juntos.
Lo que nos lleva al encendido debate público vivido en estos días sobre el sentido del Museo de la Memoria. Historia y memoria. Los hechos como ocurrieron, los recuerdos y huellas emocionales que dejaron. “El tiempo largo del proceso y el tiempo corto de la ruptura”. Corresponde celebrar a Sol Serrano por haber explicado tan claramente esta distinción. “La sociedad sin memoria es soledad, la política sin historia es ceguera, el futuro sin consciencia histórica es su abandono”.
Termino con lo que considero personalmente la lección más valiosa: cada individuo que puebla esta tierra acarrea dentro de sí mismo historia y memoria. Como tiene que ser. Hemos vivido, y el recuerdo emocional y factual de lo vivido se guarda en ese pedazo más delgado que está al sur del corazón, donde, como dice Benedetti, “aquí abajo abajo, cerca de las raíces, es donde la memoria ningún recuerdo omite”. (El Líbero)
Elena Serrano