Siempre hemos afirmado la importancia que tiene en la buena política, que ésta se funde en principios sólidos y que a partir de éstos se estructuren convicciones que impregnen el quehacer cívico. En la política debe existir consecuencia entre el pensamiento y la acción, entre los principios y las propuestas, y entre las convicciones y su concreción.
Esto es relevante, especialmente para quienes creen en la libertad como uno de los valores fundantes de la vida en sociedad, y que adhieren a la democracia sin apellidos, aquella que implica una concepción sustentada en los derechos de las personas, que comprenden la libertad de pensamiento y la libertad de expresión.
Antigua es la discusión respecto a si la democracia debe ser protegida, coartando las libertades señaladas, o si ésta se defiende por el pleno ejercicio de sus características y el respeto a los derechos de los ciudadanos.
En Chile, este debate se dio con la Ley de Defensa de la Democracia, donde personeros como Radomiro Tomic sustentaron el rechazo a una ley que perseguía al mundo comunista, por catalogar ese pensamiento como atentatorio a la democracia.
De igual modo, durante la dictadura de 17 años rechazamos el artículo octavo de la Constitución impuesta, pues perseguía a quienes fueren portavoces del pensamiento marxista y leninista, disposición que los demócratas logramos finalmente eliminar.
Con la caída del muro cayó la pretensión de un pensamiento único, que reprimió a quienes tuviesen ideas distintas a lo oficial, y se intentó reemplazar por el sueño de otro pensamiento único que detendría la historia. Pero el mundo evoluciona y supera estas visiones de verdades totalizantes y excluyentes.
Uno de los consensos que posibilitaron los acuerdos que dieron nacimiento a la Concertación fue la revalorización de la democracia sin apellidos, que reconocía en el pluralismo y en el ejercicio de las libertades una de sus características esenciales.
Por eso, cuando las alianzas comenzaron a soslayar el compromiso con la democracia sin apellidos y la defensa de los derechos humanos en todo tiempo y lugar, se comenzaron a debilitar las convicciones fundacionales.
Hoy, ante sorprendentes propuestas que pretenden defender la democracia con prohibiciones y sanciones penales, es preciso expresar el rechazo que iniciativas de parlamentarios de la ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio están promoviendo, y que implican limitar las libertades de pensamiento y de expresión.
En un mundo líquido o gaseoso, los principios son aún más necesarios que ayer. No se puede actuar solo por la coyuntura o por el seguidismo. Principios y visión de futuro son la amalgama correcta. Y, por supuesto, confianza en que la democracia se defiende con más y no menos democracia. (La Tercera)
Gutenberg Martínez