Pocas semanas atrás algunos vecinos lincharon a un asaltante en la comuna de La Florida. En las noticias que dieron cuenta de este hecho nunca aparecieron las palabras linchamiento ni delincuente, como si ellas no existieran. Desde hace años se ha dejado de llamar las cosas por su nombre. Se prefiere usar la asepsia de los tecnicismos, como si para comunicarnos y compartir no tuviéramos las palabras adecuadas. No solamente se trata de distinguir las sutilezas que diferencian un delito de otro, sino, muy importante, de ocultar la fuerza comunicativa de las palabras acuñadas por los siglos, no solo para mencionar un hecho, sino para caracterizar, en este caso, la gravedad, el desgarro que produce el delito y la sanción social que genera, provocando la airada reacción en un grupo de vecinos que queda oculta debido a esta asepsia.
Por supuesto que, además, el asaltante desapareció prontamente de la noticia, y el relato acusó la gravedad de la falta cometida por los linchadores que incurrieron en tal desacato a la ley, precisamente porque esta no los protege ni disuade a los delincuentes, tanto, que hoy pareciera que el delito es el rubro económico más promisorio.
Pero, si de linchamientos se trata, aquellos vecinos no han sido tan innovadores. En nuestra historia reciente hemos presenciado varios, aunque de una índole diferente: hacia el 2010-2011 sus seguidores lincharon a la Concertación por el delito de haber logrado una mejoría material del país aplicando las políticas del Gobierno Militar. No usaron puños ni palos, sino la apostasía pública en forma extrema. Después, con Bachelet II comenzó el linchamiento del país con las reformas que logró introducir mediante el apoyo de varios de sus opositores. En octubre del 2019, la acción fue violenta e incendiaria sin atenuante alguno, frente a unas autoridades perplejas. Y replicada mediante la Convención Constituyente, no consumada por la negativa del país. Y ahora que los linchadores están en el gobierno, sabiendo que eso no significa el poder total, recurren a una maraña de reglamentos, circulares u oficios sin mayor respeto por el derecho vigente. También la fuerza de ciertas agrupaciones ha ido produciendo un linchamiento “soft” del país mediante sus paros.
Linchar ha llegado a ser el verbo de moda: este es nuestro drama. ¿Estamos condenados a este círculo de violencia y cinismo, y a continuar a tientas sin una luz al final del túnel? ¡Sálvese quien pueda! No nos extrañemos de los vecinos de La Florida. (El Mercurio)
Adolfo Ibáñez