El Servel ha remecido el ambiente político con la resolución mediante la cual ordena la disolución de Ciudadanos, el partido del ex ministro de Hacienda Andrés Velasco y del empresario Jorge Errázuriz, por falta de requisitos –en concreto, falta de militantes- para reficharse. El mayor problema es que, por la ley anti díscolos, ambos no podrían, según se ha señalado, ser candidatos a senadores como lo tenían previsto (aunque siempre está la posibilidad de buscar alternativas, quizás algún resquicio). De mantenerse la situación actual, su proyecto colectivo no tendría representantes en el parlamento por –al menos– 4 años más.
¿Qué pueden hacer Velasco y Errázuriz puestos en esta situación? ¿Qué caminos tomar? La pregunta no apunta a sus vidas personales, porque imaginamos que alternativas tienen varias, sino que al proyecto político que intentan construir. ¿Cómo darle viabilidad? ¿Cómo proyectarlo en el futuro?
Por supuesto, la pregunta más importante es la misma que ronda en la cabeza de cualquier partido o movimiento político y se refiere a su propia identidad: ¿aquello que los une tiene el peso suficiente como para constituirse en un partido/movimiento propio y distinto, o la constitución de éste era algo pura y totalmente instrumental? Instrumental no quiere decir malo, sino que un medio, una herramienta, para acceder a otra cosa. ¿Pero es ese proyecto político de una identidad y densidad suficiente como para sustentar un partido? ¿O es una simple excusa?
Si constituir un partido era una herramienta, una excusa, para llevarlos a ellos dos al senado o a otros a cargos públicos de representación, escoba nueva barre bien. Si la vieja escoba se rompió, habrá que buscar una nueva; arrimarse a otro árbol, porque no importa mucho quien da la sombra ni cómo lohace: lo importante es protegerse del sol.
Por el contrario, si no sólo importa el qué, sino también el cómo, la alternativa será distinta. En otras palabras, si el partido tenía una identidad propia y venía a agregar a la política chilena algo que no existía hasta antes de ellos, éste es más importante que las candidaturas de sus miembros y deberá poner sus esfuerzos en levantar su propia colectividad, y no en lograr competir en las próximas elecciones. Trabajar en reforzar su identidad y la densidad de sus ideas, para así atraer a más. Diluirlas uniéndose con otros sería contradictorio.
La decisión no es fácil, porque obviamente tiene inmensos costos a corto plazo. Por una parte, si se deja de competir en esta pasada, se pierde una gran oportunidad de representación e influencia. Pero, por otro lado, dejar la propia identidad para abrazar cualquier otra con tal de competir conlleva una contradicción muy difícil de salvar: ¿era acaso el proyecto puramente personalista y, por lo tanto, sólo importaba que se eligieran sus dos principales figuras? ¿por qué antes habían decidido romper con la nueva mayoría y con parte de la derecha, para optar por el camino propio, para luego volver a quien sea que les abra las puertas? ¿Alguien abrirá?
¿Cómo sobrevivir si no es con diputados, senadores, alcaldes o concejales? Ésta es la pregunta que se hace cualquier proyecto político colectivo que intenta ser original. Obviamente el camino es más difícil y conlleva más tiempo, pero los resultados son notorios a largo plazo.
Podemos tomar dos ejemplos de camino propio: la DC y la UDI. En ambos, no solo estuvieron dispuestos a perder durante mucho tiempo hasta luego convertirse, en épocas distintas, en los partidos más grandes de nuestro país; sino que también fueron armando un camino con prescindencia de si la coyuntura les permitía ganar o perder, competir o no.
La coherencia es un valor fundamental, sobre todo en política, pero ha adquirido una preponderancia absoluta en los tiempos de resquemor en que nos toca vivir. Dejarla de lado puede ser una marca a fuego que nunca se logre borrar. ¿Cómo se marcará Velasco? (La Tercera)
Antonio Correa