En Navidad, los cristianos renovamos las esperanzas en el amor, justicia y paz. Cada año en el pesebre recordamos el nacimiento de Cristo, y con ello renovamos en nuestros corazones los compromisos con quienes sufren guerras, persecuciones, masacres; también con los que tienen hambre; o con los que padecen la indiferencia de un mundo banal carente de sentido.
En un mundo que registra aproximadamente 60 conflictos cruentos, solo escuchamos el silencio desolador de los gobernantes de los estados naciones que supuestamente son herederos de la tradición cristiana. Algunos son causantes directos de las atrocidades, y muchos lo son por no realizar acciones por un mundo en paz.
El Papa está cada vez más huérfano en sus plegarias, mientras Europa prosigue en su desconexión con los valores de la verdad, esperanza y fe. En efecto, exhiben una tendencia a interpretar al cristianismo con un ánimo identitario supremacista, impotente de atender a las causas de la violencia armada, las que en gran medida están siendo fomentadas desde su propia industria militar y los intereses geoestratégicos de corporaciones privadas.
Al respecto, cabe preguntarnos: ¿en dónde están los cristianos?, ya que son ellos quienes desde la primera línea debieran contestar en Occidente ante la barbarie entre ucranianos y rusos, presentando caminos de paz; ¿dónde están y qué hacen ante la crueldad que azota a los palestinos?
En definitiva, ¿será que la renovación de la esperanza no se aprecia porque es el cristianismo el que se ha ido progresivamente desapareciendo, siendo ello una de las características medulares de la posmodernidad? Por lo tanto, la justicia y la trascendencia tienen cada vez menos relevancia y con ello el menaje de amor de Cristo se apaga.
Mi respuesta es “No”. La esperanza en esta Navidad la debemos depositar en cada uno de los cristianos. La renovación de la fe está en nuestra libertad, la que permitirá despertar a los gobiernos de turno acerca de la existencia de mínimos universales expresados en derecho y responsabilidades que tienen por objeto el respeto a la dignidad de las personas.
En consecuencia, como cristianos no debemos abatirnos por una institucionalidad inoperante, como lo es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tampoco por los pintorescos gobernantes que se han impuesto en varias democracias occidentales. Personalidades que permanentemente colocan en duda los valores de la democracia y las virtudes cardinales de la política (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). En este sentido, algunos pueden estar depositando sus esperanzas de paz en aquellas luces (Ovnis – drones) que merodean el cielo de Nueva York, pensando que la humanidad no tiene sentido, ya que se autodestruirá, sin embargo, esta columna de opinión tiene por objeto sincronizarse con otras que empujen hacia el despertar de los valores e ideales de la cristiandad adormecida. (La Tercera)
Jaime Abedrapo
Director del Centro de Derecho Público y Sociedad USS