Los extremistas de centro

Los extremistas de centro

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A raíz del acuerdo sobre reforma previsional, se ha vuelto a oír la consabida monserga: “Obviamente no les puede gustar a los extremos”.

Una vez más, estamos frente a un delicado problema de lenguaje que puede terminar deformando la realidad.

Cuando se usa la terminología “derecha, centro e izquierda”, la derecha y la izquierda quedan ubicadas en los extremos, en unas aparentes zonas de peligro: esas denominaciones parecieran estar continuamente expuestas a “caerse” del plano político. El centro, por su parte, estaría a cubierto de estos riesgos, alejado de las zonas de peligro. De ahí su atractivo, su magnetismo para tantos sectores continuamente tentados por reubicarse en él, matizando sus anteriores posiciones con nuevas denominaciones, como “centro-derecha” y “centro-izquierda” (incluso, existió la tan chilena expresión “centro-centro”, que parecía otorgar aún mayores seguridades).

Desde “los centros”, se habla de “extremistas de extrema derecha” y de “extremistas de extrema izquierda”. Incluso es frecuente la referencia global a ambos, bajo la expresión los “extremistas, sean del lado que sean”. Y así, por lo tanto, las derechas y las izquierdas —sin que haya referencia alguna a la legitimidad de sus miradas políticas— quedan, en el lenguaje diario, expuestas al extremismo.

Pero, si se profundiza en el sentido de la expresión “extremista”, se repara en que ella apunta, en el fondo, al problema de la legitimidad de ciertas ideologías y acciones políticas, aunque el lenguaje para hacerlo sea inadecuado, ya que se refiere solo a una dimensión geométrica o topográfica. En efecto, ser “extremista” no consiste en ubicarse en un determinado “lugar” del mundo político, sino, por el contrario, en desubicarse respecto de la naturaleza y fines de la persona, a los que debe servir la política.

Por eso, no son solo las derechas y las izquierdas las que deben rendir examen de legitimidad. No hay razón para que las autodenominadas posturas “de centro” queden exentas de ese control de calidad.

Cuesta entenderlo de buenas a primeras, porque nuestra mentalidad pareciera haber adjudicado tácitamente al centro político una especie de santidad secular, una virtud evidente. Pesa ciertamente la magnífica mirada clásica que afirma que “la virtud está en el medio”, pero como la política vive en tensión respecto de la virtud, esta no puede darse por evidente en ninguna postura. En efecto, las autodenominadas posiciones “de centro” también deben probar su legitimidad.

Y al examinarlas, con frecuencia se aprecia que hay pensamientos y actitudes políticas tan reñidas con la naturaleza y los fines humanos, como pueden encontrarse en otros grupos del mundo político. Dicho claramente, en el centro también hay “extremismo”.

Es cierto que los rasgos típicos de la ilegitimidad de algunos sectores del centro son quizás más sutiles, menos evidentes que los que se adjudican a los “extremistas de derecha” o “de izquierda”, pero terminan resultando aún más graves, por el disfraz de virtud con que se quieren presentar.

Aunque todavía esté pendiente la formulación de un nuevo lenguaje político que supere el uso de los términos “derechas, centros e izquierdas”, la sola conciencia de que puede haber comportamientos “extremistas” en el centro, puede ayudar a la estabilidad del régimen democrático, porque ella debe fundarse siempre en la verdad y, por lo tanto, en la denuncia de los sofismas.

Que los acuerdos entre las autodenominadas fuerzas de centro sean siempre buenos, es precisamente uno de los sofismas que se deben denunciar, porque a veces esos acuerdos se toman entre simples “extremistas de centro”. (El Mercurio)

Gonzalo Rojas