Siempre me ha hecho mucha gracia la afirmación “los chilenos somos los ingleses de América Latina”. La he escuchado desde niño junto a otras prendas de orgullo patrio, tales como que los chilenos gozamos de una suerte de “pureza racial” en comparación con otros países del continente o la que me gusta más: que el himno nacional chileno llegó segundo en un concurso internacional de himnos, sólo superado por la Marsellesa. Sin embargo, quizás en castigo a mi poquita fe, en días recientes ciertos datos de la realidad me han hecho pensar que sí es posible que seamos los “ingleses de América Latina”… o que estemos a punto de serlo.
Veamos primero el que quizás sea el rasgo que ha caracterizado principalmente a los hijos de la isla británica e Irlanda del Norte durante el período reciente, esto es su indiscutible y hasta este momento invulnerable capacidad para cometer monumentales errores. Comenzaron por tomar, en un plebiscito y por un margen que no llegaba al 3%, la decisión más importante de su historia reciente: abandonar la Unión Europea, el Brexit. Una proposición que sólo fue apoyada oficialmente por pequeños partidos nacionalistas y que probablemente muchos votaron a favor como un llamado de atención a temas internos o para castigar al primer ministro Cameron, que la rechazaba, pero pensando que aún con su voto favorable era imposible que fuese aprobada. Pero fue aprobada y, a consecuencia de ello, la capacidad comercial internacional del Reino Unido y su ahora autónoma moneda se vinieron alegremente abajo, sin obtener ventaja alguna a cambio. Lo que siguió también era previsible: una sucesión de descalabros políticos. La primera ministra Theresa May debió renunciar al cargo luego que le rechazaran tres veces el texto que había acordado con la Unión Europea para el retiro; el primer ministro Johnson, que sí logró el retiro, fue sin embargo sacado de escena aparentemente por no lograr controlar los escándalos de sus ministros ni los suyos propios; y finalmente a la primera ministra Truss le permitieron habitar el N°10 de Downing Street sólo cuarenta y dos días antes de que renunciara, debido a la opinión unánime (incluida la suya), de que no daba el ancho para el cargo. En suma, contando a Rishi Sunak, recién electo, tres primeros ministros en siete semanas, mientras la libra se mantiene en su valor más bajo en cuatro décadas, la inflación anualizada alcanza un 10 por ciento y el PIB sigue en retroceso.
¿Seremos los ingleses de América Latina? Veamos cómo han andado nuestras decisiones últimamente.
Al presidente Gabriel Boric lo elegimos con una abrumadora mayoría de 56% en segunda vuelta, aunque votos suyos sólo fueron el 25% de la primera. ¿Fue una buena o una mala decisión? ¿Fue nuestro Brexit? Eso está por verse. Yo mismo, aun cuando la economía del país camina serenamente hacia un terrible futuro y el presidente se debate en la inacción debido a su prurito de dar contento a las dos almas en que se divide su base de sustentación, confío en que finalmente se incline sensatamente por buscar el apoyo de la mayoría del país dejando a un lado los afanes refundacionales y aceptando la vía del reformismo en la medida de lo posible como el camino para el cambio en una democracia.
Nuestro verdadero Brexit, en realidad, fueron las decisiones relativas a cómo elegir una Convención Constitucional y la elección de ésta, lo que dio lugar al sainete protagonizado por esos convencionales durante el año en que vivimos en peligro. Podemos imaginarnos en qué condición estaríamos hoy día como país si el producto de esa aventura, el texto constitucional propuesto por la Convención, hubiese sido aprobado. Lo menos que podemos imaginar es que el presidente Boric ya no dudaría acerca de qué hacer y seguramente habría abrazado con fervor a su ala izquierda, en tanto el país estaría avanzando como caballo desbocado al precipicio de los retiros de fondos de pensiones, los bonos universales, la inversión pública deficitaria, la desaparición de derechos económicos elementales (aguas, concesiones mineras), la proliferación de “territorios autónomos” y otras desgracias que es preferible no mencionar. Afortunadamente las chilenas y chilenos reaccionamos a tiempo y escapamos a ese triste futuro, rechazándolo por una mayoría aún más categórica que aquella que eligió al presidente Boric.
Hasta ahí pareceríamos haber escapado a la condición de hijos putativos de la que los españoles calificaron alguna vez como “pérfida Albión”. Para muchos -yo entre ellos- esa sensación se vio fortalecida por el pronto encargo que hiciera el presidente Boric a los presidentes de las cámaras del congreso para resolver un nuevo procedimiento de elaboración de la nueva constitución, por la diligencia de estos para poner manos a la obra y por la presteza con que los partidos políticos reaccionaron a la encomienda avanzando decididamente en sus acuerdos… Hasta que las cosas se enredaron.
Después de alcanzar avances importantísimos y en poco tiempo en las cuestiones sustantivas, al grado que por la vía de definir “bordes” o “bases constitucionales” se constituyeron en la práctica en co-elaboradores de la Constitución y a la convención que se elija en una “Convención Mixta”, los parlamentarios se han paralizado en una discusión sobre los controles, las formas de la asamblea y los procedimientos electorales. Temas que razonablemente es posible asociar al “cómo vamos ahí”, a la letra chica, egoísta, de la política. Con ello no sólo están retrasando absurdamente un proceso que ya debió haber terminado como culminación del gesto republicano del 4-S, sino que además están alentando las voces de quienes hasta no hace mucho los criticaban a ellos mismos y a la política en general por mezquina e incluso -por algunos- como corrupta.
Hemos llegado, así, al borde de convertir el gran acierto del plebiscito de salida en un gran desacierto. Yo, humildemente, le ruego a quienes están negociando que recuerden que fue un auténtico inglés, Winston Churchill, el que dijo que la política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez. Ya nos salvamos de la muerte una vez, no nos lleven a ella de nuevo, terminen ya con su negociación. No nos certifiquen ante el mundo como “ingleses de América Latina”.
Álvaro Briones