Parece ser que a Sebastián Dávalos el verano le provoca un incontrolable impulso por causarle un daño a su madre, la Presidenta Michelle Bachelet. Casi un año después de desatado el escándalo Caval, y luego de las erráticas conductas presentadas por el primogénito de ahí en adelante, no quedan dudas de que sus reiteradas denuncias y sospechas –bastante paranoicas– de complots políticos en su contra, no son más que signos de su escasa habilidad social y pésimo manejo comunicacional. El problema nunca fue político. El problema es él.
Dávalos siguió la estrategia de la mayoría de los acusados por corrupción, colusión o aportes ilegales durante el año que pasó: negar los hechos e intentar victimizarse a través de un burdo juego de contraataque, el que, por cierto, siempre termina agudizando los problemas de quien opta por esa vía.
Primero las emprendió contra Rodrigo Peñailillo; ahora, apuntó sus dardos contra Girardi, Bitar y otros. Además de acusarlos de conspirar en su contra, aseguró que todos ellos sabían previamente de los negocios de su señora, lo que deja en una posición aún más incómoda a la Mandataria, quien argumentó que se enteró por la prensa en Caburgua. Es decir, de acuerdo a este nuevo argumento, ¿nadie del entorno de su madre fue capaz de advertirle de la peligrosa ambición de su nuera?
Cuesta entender qué motivó a Dávalos a pedir que sus explosivas declaraciones al fiscal se hicieran públicas. Está claro que él no midió los riesgos que este episodio podría tener en la imagen de la Presidenta. Incluso pareciera que su objetivo es “vengarse” del Gobierno. Esto habla de que este es un plan ideado por Sebastián para tratar de limpiar su reputación, sin importarle a quien golpee. ¿Pero cómo es posible que el ex funcionario público no fuera capaz de testear con alguien de La Moneda su estrategia, sabiendo el daño que le podría infligir a su madre? O que ni siquiera tuviera la confianza como para advertirle a su mamá del arrebato que venía. No tengo duda de que, por segunda vez, Bachelet se enteró de los numeritos de su hijo por la prensa.
Dudo que Dávalos haya consultado a un experto en comunicaciones cómo podían ser recibidos en la opinión pública sus nuevos argumentos (ya resulta curioso que pasaran más de diez meses antes de exponerlos…). Afirmar que borró su PC porque tenía miedo de que fuera “manipulado” o le incorporaran correos para comprometerlo, se puede interpretar como que dentro del Palacio de Gobierno existen personas que tienen tal poder –algo así como la curia romana para el Papa– que pueden realizar operaciones de inteligencia que, ni más ni menos, ¡pueden afectar a la Jefa de Estado! La verdad es que se trata de un argumento algo temerario, pero principalmente torpe. Los rumores de su viaje a Paraguay –en que, según redes sociales, habría utilizado pasaporte oficial– o su emprendimiento de 2015 llamado “OINK”, quedaron solo a altura de anécdotas simpáticas comparados con este último delirio de verano.
A estas alturas, es evidente que los argumentos que tuvo la Mandataria para nombrarlo como Director Sociocultural de la Presidencia fueron de carácter familiar, considerando su “expediente” previo de ambición desmedida, demostraciones de falso exitismo (como los famosos Lexus convertibles), el comportamiento de “superstar” y su personalidad desbordante que ya le había traído disputas y peleas en el comando de campaña. Una debilidad de madre, un arrebato o simplemente una demostración de poder frente a la ambiciosa Nueva Mayoría. Las razones de la decisión ya no son relevantes, lo claro es que fue un error. Seguramente, el peor error de su mandato, el punto de quiebre que la dejó “adentro” de los casos de irregularidades y “abuso de poder”, llegando a convertirse en una especie de “ícono” del problema –lo que explica la abrupta baja en las encuestas–, pese a no tener ninguna responsabilidad en los hechos.
El sentido común no es un atributo que represente a Dávalos. De lo contrario, hace tiempo que debería haber tomado la decisión de emprender nuevos rumbos en otro país, pero al menos podría tener la prudencia en sus expresiones públicas. Creo que jamás la Presidenta imaginó que sus peores dolores de cabeza se los provocaría su hijo predilecto. La mala noticia para Bachelet es que el verano recién está empezando…