El debate acerca de la eutanasia supone analizar tres cuestiones que siendo conceptualmente distintas se encuentran, en la práctica, relacionadas. Las tres han asomado en estas páginas y quizá valga la pena considerarlas brevemente.
La primera es la relación que media entre el saber médico y la situación del enfermo. El saber médico (al margen de las pretensiones que suelen abrigar quienes lo poseen) es un saber meramente técnico. El médico sabe cómo prolongar la vida o la salud, pero en tanto médico no sabe el porqué. Sabe, por decirlo así, cómo prolongar la vida biológica de Pedro (donde Pedro es cualquier ser humano), pero no sabe por qué Pedro debiera tolerar el dolor inenarrable o aceptar ser convertido en una cosa. Esta constatación es, como se sabe, la que inspira el Código de Nuremberg, que obliga al consentimiento informado y ha de orientar cualquier relación terapéutica: esta última no debe descansar solo en el ethos de la profesión médica, sino también en la decisión del paciente respecto de sí mismo.
De lo anterior se sigue que los médicos pueden argüir razones para oponerse a la eutanasia; pero esas razones no pueden ampararse en el saber o en el ethos de su profesión. Y es que la eutanasia no es una cuestión técnica: no se refiere a cómo extender la vida del paciente que sufre, sino a por qué este último debiera consentirlo.
La segunda cuestión es la de la autonomía. La autonomía puede ser entendida de dos formas. Por una parte, puede ser entendida en un sentido estrictamente moral. Solo una vida vivida conforme al propio discernimiento —incluso si se incurre en errores— sería una vida buena. La mejor vida posible sería una vida que es fruto del discernimiento de quien la vive. Por otra parte, la autonomía puede ser entendida en un sentido estrictamente político. En este caso se la concibe como una esfera de autogobierno, un ámbito en el que, por referirse nada más que a sí mismo, el individuo es soberano. Ese ámbito sería un coto vedado a la acción del Estado. Estas dos dimensiones de la autonomía son independientes. Usted puede tener razones puramente políticas para erigir una esfera de autogobierno individual y no una razón moral. Los Testigos de Jehová, por ejemplo, creen que tienen derecho a impedir que se los someta a una transfusión de sangre y por eso piensan que el Estado debe aceptar que sean ellos los que en esa materia decidan. Así entonces, hay razones puramente políticas para reclamar la autonomía.
En el caso de la eutanasia, pueden esgrimirse esas dos razones para admitirla. Una, que el significado de la vida no puede ser impuesto sin que ese significado se desvanezca (un significado impuesto a la propia forma de experimentar la vida no es un significado en absoluto); otra, que el Estado debe aceptar que el individuo posea una esfera de autogobierno. Y que esa esfera de autogobierno alcance la totalidad de la existencia. Si una sociedad abierta permite que cada uno escriba el guion de su vida y se esmere por realizarlo, ¿qué razón habría para que se le impidiera escribir el párrafo final antes que el dolor emborrone las últimas líneas?
La tercera cuestión es la del consentimiento. El consentimiento plantea dos problemas que en estas páginas han arriesgado confundirse. Una es si acaso él tiene un papel a la hora de la enfermedad y el dolor; la otra es satisfechas qué condiciones el consentimiento ha de estimarse genuino. Como es obvio, este segundo tema es relevante en este caso si y solo si se reconoce que el consentimiento importa a la hora del dolor y de la muerte. Y una vez que ello se reconoce es razonable discutir en qué condiciones una persona ha de estimarse competente para prestarlo y qué circunstancias han de verificarse para que se estime libre. En general, enseña la literatura, un consentimiento es libre si no ha sido coaccionado directamente u obtenido mediante amenazas; si no ha sido inducido mediante engaños, o si, en fin, quien consiente posee alternativas distintas a aquella por la que finalmente se decide. Respecto de esta última condición, el saber médico adquiere relevancia: en la medida que hay paliativos, esa es una razón para que la decisión del paciente de huir del dolor mediante la muerte deba estimarse libre.
Así entonces, si el ethos profesional del médico no tiene en esta materia la última palabra; si la autonomía puede esgrimirse como un principio puramente político de autogobierno individual, y si las condiciones de un consentimiento libre se satisfacen, ¿qué razones, compatibles con las condiciones del debate propias de una sociedad abierta, podrían esgrimirse para oponerse a la eutanasia? (El Mercurio)
Carlos Peña