La escritora mexicana Elena Garro publicó hace sesenta años una novela homónima de esta columna, precursora del denominado realismo mágico. En ella, el narrador es el propio pueblo imaginario de Ixtepec, quien en una sucesión de episodios cuenta las heridas de un país y una época, marcados por la inercia y el inmovilismo (¨El porvenir era la repetición del pasado”), al punto que “para romper los días petrificados solo […] quedaba el espejismo ineficaz de la violencia”.
El letargo, desánimo y decadencia que Garro narra, guarda notable similitud con el actual abatimiento político, intelectual y económico de Chile. La temporada estival no logra disipar en quien quiera hurgar un poco en nuestra realidad, la sombra oscura de estos últimos años. Superado el artificial “momento constitucional” que funcionó como hábil distractor, se ha normalizado la violencia -ya nadie se espanta con las cifras de homicidios diarios, ni las formas brutales con que se ejecutan-, nos hemos acostumbrado a la desenfadada corrupción de quienes creían detentar superioridad moral, y aceptamos con resignación la endémica falta de gobernanza. En el fondo hemos perdido toda ilusión.
Lo anterior es terreno fértil para que cualquier pauta comunicacional gubernamental hipnóticamente preserve el actual estado de cosas. Nadie se sorprende con que el ministro Marcel se alegre con un año de nulo crecimiento económico, se anuncien inútiles agendas económicas propias del realismo mágico imperante o se celebre como un hito histórico el fracaso de una acusación constitucional contra un ministro de Vivienda atrincherado en su cargo. La política chilena se asemeja a esos partidos de futbol disputados durante la pandemia sin público. El interés ciudadano es nulo, pues la desesperanza aprendida nos paraliza.
Lo mismo ocurre con el drama educacional expuesto casi pornográficamente en los resultados de las pruebas de admisión universitaria PAES. La educación pública, tras años de ataques por parte de quienes decían promoverla, finalmente se ha desfondado. Liceos emblemáticos como el Instituto Nacional o el Carmela Carvajal se han reducido a meros recintos donde acopiar niños y jóvenes adolescentes durante la jornada laboral de sus padres, especies de salas cunas, que ya no aportan a construir capital humano y cultural para Chile. Si algo lograron en su proceso de destrucción educacional es que la elite en Chile sea más elite que nunca. Un fracaso de dimensiones y consecuencias catastróficas. Quizás por ello, en lugar de medidas correctivas, el gobierno optó por amenazar la libertad de prensa e información para evitar la indispensable rendición de cuentas. En una decisión sin precedente, prohibió el uso de los datos y su publicidad para imponer un secretismo totalitario. Puro realismo mágico. Como en el Ixtepec de Garro, el porvenir de Chile “se mezcló con un pasado no sucedido y la irrealidad de cada día”. (La Tercera)
Gabriel Zaliasnik