La última encuesta Bicentenario muestra que el 43% de la población se ha sentido sola en la última semana, el 16% se ha sentido sola siempre o la mayor parte del tiempo. Casi una de cada cinco personas (el 19%) declara no tener amigos cercanos (3 puntos más que en 2006) y el 13% no conoce el nombre de ninguno de sus vecinos (7 puntos más que en 2006).
Detrás de esta mayor soledad probablemente se encuentre el hecho de que vivimos, físicamente, cada vez más solos. El promedio de hijos por mujer hoy es la mitad del que era en 1990. Ello se suma al aumento de ingresos, que ha permitido hogares más pequeños. En 1990 menos del 2% de la población chilena vivía sola y hoy son el 7%; es decir, pasamos de uno en cincuenta a uno en catorce. Los hogares compuestos por dos personas casi se triplicaron y si entonces la mayoría de la población vivía en hogares con al menos cinco personas, hoy son menos de un cuarto (Casen 1990 y 2022).
También muchas de las interacciones de la vida diaria han pasado a ser digitales. Investigaciones para Estados Unidos y otros países muestran que, sobre todo entre los jóvenes, esto ha significado una reducción radical en el tiempo compartido con amigos y una severa crisis de salud mental, con grandes aumentos en las tasas de depresión y suicidio (Rausch y Haidt, 2023; Braghieri et al., 2022).
Como sea, en varios países desarrollados la soledad es considerada un grave problema de salud, comparable con la obesidad o con fumar 15 cigarros diarios, según dijera el cirujano general de Estados Unidos. Tanto, que Reino Unido y Japón cuentan con un ministerio de la soledad. Ese ministerio reportó, en Japón, que hay ahí cerca de medio millón de personas que llevan seis meses seguidos en sus casas, sin contacto con el mundo exterior.
El 16% de chilenos que se han sentido solos siempre o la mayor parte del tiempo se compara con un 22 y 23% en EE.UU. y Reino Unido, respectivamente, según un estudio de The Economist. Tal vez de tanta soledad provenga parte de esa nostalgia por la comunidad perdida, y la seducción que producen tanto los comunitarismos de izquierda como los brotes de derecha que añoran la patria, la religión y la familia tradicional.
Sin embargo, el mismo estudio revela que, para aproximadamente un tercio de esos solitarios de habla inglesa, su soledad no es un problema. Ello me lleva a notar que mientras en inglés podemos distinguir loneliness (la soledad, a secas) de solitude (aquella que es elegida), en castellano a ambas llamamos “soledad”. La soledad no es solo desamparo, es también introspección e independencia. No por nada ella ha sido buscada por intelectuales y santos como forma de alcanzar la sabiduría. No por nada, a medida que los países o las personas se hacen más ricas, eligen vivir en hogares con menos gente.
Luego de que C. S. Lewis enviudara, escribió a un amigo: “Me gustaría verte (…) Porque ahora estoy —oh, Dios, quisiera no estarlo— muy libre. Uno no se da cuenta en la vida temprana, de que el precio de la libertad es la soledad. Para ser feliz hay que estar atado”. (El Mercurio)
Loreto Cox