Los únicos-Daniel Mansuy

Los únicos-Daniel Mansuy

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El jefe de bancada del Frente Amplio (FA), Jaime Sáez, afirmó esta semana que, hasta ahora, su partido “ha sido el único actor político que ha ido ofreciendo un proyecto político para Chile”. La frase causó escozor al interior del oficialismo, pues trajo instantáneamente a colación el modo en que el FA le arrebató la hegemonía a la izquierda tradicional: teoría del reemplazo, círculos concéntricos y superioridad moral, todo aquello formó parte del breviario político de la generación gobernante. Esas fueron las herramientas empleadas por los desafiantes para acceder al poder. Sin embargo, el recuerdo no les agrada, pues alimenta la desconfianza hacia ellos.

En ese sentido, la frase fue muy desafortunada. Si el FA tuvo que llamar a los viejos cuadros de la Concertación, si el mismo mandatario parece comprometido en el proyecto de hacer converger a las izquierdas, si el Gobierno necesita generar confianzas, el diputado parece tener otro objetivo en mente. Como fuere, el punto relevante no guarda relación con el (escaso) tino político de Jaime Sáez, sino con aquello que la aseveración devela. En rigor, el parlamentario solo se limitó a repetir el discurso dominante del FA durante una década: nosotros, los puros, hemos venido a cambiar el mundo; solo nosotros, los inocentes, tenemos algo que ofrecerle al país. El diputado obliga entonces a formular una pregunta especialmente incómoda: ¿cuán efectivo ha sido el aprendizaje de casi tres años de gobierno? ¿Cuánto de impostado hay en la moderación actual de los exdirigentes estudiantiles? ¿En qué medida los principales cuadros del FA siguen atados a sus pulsiones originarias, que constituyeron su identidad?

Hay varios motivos que justifican estas preguntas. Por de pronto, debe decirse que la frase del diputado contiene una media verdad. Es posible que solo el FA haya ofrecido algo así como un proyecto, pero ese proyecto nunca fue político. La política es inseparable de la cuestión de los medios, y la pregunta por la viabilidad y ejecución nunca estuvo en la mente del FA: esos eran problemas secundarios. Meterle inestabilidad al país no es proyecto político, sino cultural; querer realizar reformas estructurales mirando el fin sin preocuparse por las etapas no es un proyecto político, sino una ilusión adolescente, y el mismo FA ancló el destino de su proyecto al de la Convención, en un error de proporciones.

Si el gobierno de Gabriel Boric no ha podido cumplir su programa no es solo porque no dispone de mayorías parlamentarias, sino además porque ese programa era una lista de deseos carentes de toda reflexión (transporte público gratuito, condonación universal, reforma estructural a la salud, aumento de ocho puntos de recaudación, y así). El supuesto proyecto del FA hacía palidecer cualquier otro discurso precisamente porque no era político, sino fantasioso. Eran únicos en la estricta medida en que eran completamente irresponsables, y nadie competía con ellos en ese plano. Así, contribuyeron a dinamitar el diálogo, poniendo sobre la mesa exigencias imposibles de cumplir. Esa dinámica los condujo a ser una oposición extraordinariamente mezquina, que debilitó nuestras instituciones. Este es todo el punto: fue precisamente la sensación de ser únicos la que condujo al FA a comportarse de modo tan bajo con el gobierno de Sebastián Piñera. Como solo ellos eran legítimos, todo el resto debía ser barrido cuanto antes. Por lo mismo, si siguen sintiéndose únicos, es legítimo preguntarse por la veracidad de su maduración.

Es innegable que, en política, todos tienen derecho a cambiar. Es más, son muy pocos los que se mantienen siempre en el mismo lugar. No obstante, los giros y las inflexiones deben ser explicados e integrados en un contexto que les brinde sentido. Si se quiere, el problema del FA es fundamentalmente narrativo: sus cambios parecen puro oportunismo, pues no han sido acompañados de una reflexión a la altura del problema. No hay una explicación de la trayectoria ni una justificación del viraje. Todo parece puramente circunstancial y acomodaticio, lo que permite suponer que, cuando vuelvan a ser oposición, volverán a comportarse como antaño. En estricto rigor, un FA que no se siente único se acerca peligrosamente a las fuerzas tradicionales; un FA que no se siente único parece haberse plegado definitivamente al sistema; más aún, un FA que no se siente único no se distingue del Socialismo Democrático. Jaime Sáez quiere sentir que todavía puede ser joven.

Es cierto que, en algunas ocasiones, el presidente Boric ha mostrado un camino distinto. En el funeral de Sebastián Piñera, por mencionar un ejemplo significativo, realizó una autocrítica que pareció sincera, y que pretendía dar prueba de un cambio efectivo. Sin embargo, él mismo parece dudar a veces y, por tanto, sus palabras encuentran poco eco en sus filas. Esta es la ambigüedad que amenaza con esterilizar toda la acción del Gobierno: en el FA, muchos quieren seguir siendo únicos y especiales, quieren sentir que son fieles a su identidad primigenia. Creen que es posible gobernar sin traicionarse a sí mismos. En el fondo, creen que todo esto se trata de ellos, y ese es sin duda su principal error, que es —al mismo tiempo— nuestra tragedia. (El Mercurio)

Daniel Mansuy