El 27 de septiembre millones de personas en todo el mundo (especialmente estudiantes) se han manifestado en el marco de la llamada ‘huelga climática’. El calentamiento global es un fenómeno indiscutible. La acumulación de años con temperaturas anómalamente altas en las últimas décadas es un hecho, marcando una tendencia que de momento no parece tener visos de detenerse. El imprevisible efecto de este calentamiento en las complejas dinámicas meteorológicas del planeta y el delicado equilibrio de sus ecosistemas hace que hablemos de cambio climático.
Con los números en la mano, no existe duda de la correlación entre el aumento de temperaturas y el aumento de CO2 atmosférico provocado artificialmente desde la revolución industrial hasta nuestros días. Hay un amplio consenso científico en que esta correlación es en buena parte causal. Es decir, la ciencia apunta a que la actividad humana es un factor fundamental (si bien no el único) en el reciente calentamiento del planeta.
Es por ello que muchos activistas (con el apoyo de determinados lobbies empresariales) están llamando a actuar de forma urgente contra las emisiones y penalizar aquellas actividades económicas que las provocan. Reducir las emisiones para evitar las consecuencias imprevisibles de una alteración artificial del clima es un objetivo loable, sin embargo hay otro lado de la historia. El aumento de las emisiones se ha acelerado a medida en que el desarrollo económico del tercer mundo, sobre todo China e India, ha sacado a cientos de millones de seres humanos de la pobreza. ¿Debemos anteponer la ‘emergencia climática’ al avance de los más desfavorecidos del planeta? ¿hay alguna forma de compatibilizar desarrollo económico y descenso de las emisiones?
En el año 2000, las Naciones Unidas acordaron sus Objetivos del Milenio, ocho objetivos que los estados del mundo se comprometían a cumplir para el año 2015. El primero y más importante de dichos objetivos era erradicar la pobreza extrema y el hambre del planeta. Muy ambicioso teniendo en cuenta que en aquel momento el 30% de la población global se encontraba bajo la pobreza extrema y el 15% se encontraba desnutrida.
Sin embargo, el cumplimiento fue bastante satisfactorio. En 2015 la pobreza extrema afectaba a menos del 10% de la humanidad, y la desnutrición había bajado aproximadamente a la misma proporción. Impulsados por el éxito, las Naciones Unidas lanzaron en 2015 otro plan a 15 años vista, los Objetivos de Desarrollo Sostenible dentro de la llamada Agenda 2030.
Los primeros objetivos de dicha agenda vuelven a ser acabar con el hambre y la pobreza, sin embargo en los últimos años el debate se está centrando en otros objetivos de la lista, de carácter marcadamente ambiental (como por ejemplo acción climática, ciudades sostenibles o consumo responsable).
El problema es que la consecución de unos y otros objetivos implica conflictos y contradicciones. Buena parte de la reducción de la pobreza global en las últimas décadas se ha conseguido relegando el medio ambiente al segundo plano. China e India no solo son las naciones más pobladas del planeta: también las más contaminantes. Su rápido crecimiento económico está elevando a millones de personas cada año desde la pobreza a la clase media, una gran noticia pero con un lado negativo: es improbable que sus emisiones vayan a descender al menos en el corto plazo.
Desde el mundo occidental priorizar los objetivos ambientales frente a la lucha contra la pobreza es una decisión relativamente ‘fácil’, una vez que la pobreza extrema está prácticamente erradicada dentro de sus fronteras. Pero la mejora de vida de millones de personas en países cada vez más poblados como China, India, Brasil, Indonesia, Nigeria o México pasa por un aumento de la urbanización y la industrialización que difícilmente se puede hacer sin aumentar las emisiones, salvo espectacular avance tecnológico.
¿HAY EMERGENCIA CLIMÁTICA?
En los últimos meses se ha popularizado la expresión ‘emergencia climática‘ para referirse al calentamiento global y sus consecuencias, dando a entender que la humanidad se encuentra en un peligro inminente a causa de ello. Es cierto que las proyecciones de los organismos internacionales pronostican un aumento de la pobreza y de determinadas enfermedades a causa del cambio climático, pero a medio plazo. Los datos hasta ahora no parecen corroborar que actualmente exista una ‘emergencia climática’, con las estadísticas de pobreza y mortalidad infantil en mínimos históricos.
Se puede alcanzar un equilibrio entre crecimiento y emisiones a largo plazo, sin impedir el desarrollo de los países más pobres
El hecho de que no vaya a haber un inminente cataclismo climático no implica, obviamente, que el calentamiento global no suponga un riesgo muy serio. Recientes modelos prevén una aceleración en el aumento de temperaturas, que podría tener múltiples ramificaciones: millones de personas desplazadas (con los consiguientes conflictos violentos), mayor incidencia de la malaria y el dengue o aumento de las muertes directamente atribuibles a episodios de calor extremo, cada vez más frecuentes.
Nos enfrentamos por tanto al dilema de actuar contra el calentamiento global sabiendo que priorizar la presunta ‘emergencia climática’ a corto plazo puede frenar en seco el crecimiento de los países en vías de desarrollo, con el consiguiente impacto en las cifras de pobreza. Sin embargo, un enfoque más flexible que respete el crecimiento de dichos países puede ayudarnos a encontrar un equilibrio razonable a medio-largo plazo entre ambos objetivos. Es lo que se llama ‘curva de Kuznets ambiental’, que se puede aplicar al caso particular de las emisiones de carbono.
Según este modelo, la contaminación provocada por un país crece a medida que su economía se desarrolla en sus fases iniciales (como sucede actualmente en China o India, y sucedió el siglo pasado en Occidente). Sin embargo, en cierto momento se alcanza un punto de inflexión en el que la economía se sigue desarrollando pero la contaminación comienza a descender, dado que el crecimiento económico ha reducido la pobreza a un nivel que hace socialmente aceptable priorizar la contaminación. Es a partir de este momento cuando los estados regulan voluntariamente sus emisiones y realizan inversiones en tecnología para mejorar su eficiencia energética o buscar fuentes alternativas de electricidad.(Blog Salmón)