Tanto Macri como Macron están empeñados en devolver a sus países la capacidad de crecer y dar los beneficios del progreso a una población que añora recuperar la grandeza del pasado, y proyectarse al futuro. Con una visión liberal, luchan sin remilgos contra el populismo de derecha y de izquierda, que ha tenido tanto eco en los movimientos de «indignados» -o «insumisos» franceses- este último tiempo.
En menos de un año, Macron ha conseguido doblarles la mano a las recalcitrantes centrales obreras. Su reforma laboral no las dejó contentas, pero ya tiene un resultado en los números: este mes, el desempleo cayó a su menor nivel desde 2007 y el PIB creció el año pasado 1,9 por ciento, el más alto de la década. Ahora pretende hacer cambios en el sector público y en la educación, los que le valdrán nuevas protestas y menos popularidad, que ya cayó al 44 por ciento. Los descontentos le reconocen que la economía mejora, pero que su situación personal es vulnerable.
Por su parte Macri enfrenta a los peores resabios del peronismo laboral, esos encabezados por el camionero enriquecido Hugo Moyano, quien se defiende de las investigaciones por corrupción llamando a movilizaciones que no tienen otro objeto que presionar al gobierno y a la justicia. Después de dos años, el Presidente argentino aún no consigue implementar toda su agenda económica. Por estos días, su ministro de Economía busca en España fórmulas para un «diálogo social», que tan buen resultado dio en ese país.
Con una mayoría en el Legislativo, de la cual no goza el Presidente argentino, el joven líder de «La república en marcha» no está obligado -por ahora- a leer las encuestas antes de promulgar leyes poco populares. Macri, en cambio, necesita convencer a muchos antes de cambiar cualquier legislación. Y ese es su talón de Aquiles.
Lo que Macri tiene por ahora como ventaja en comparación con el Presidente francés es que este último debe lidiar con el complicado tema de la inmigración, clave en un país donde más de 100 mil extranjeros postularon a asilo el año pasado. Pero Macron no se amilana, acaba de anunciar una reforma inmigratoria que endurece el control de las fronteras y las condiciones para acceder a la permanencia en Francia, lo cual le ha valido críticas de la extrema derecha (por demasiado laxa) y de la izquierda (por «represiva» y «romper con la tradición de asilo»).
Si Macron ha conseguido avanzar más rápido que Macri, en parte se debe a que tuvo la suerte de suceder a un presidente socialista como François Hollande, que reconoció que el futuro del país requería de urgentes reformas liberalizadoras. Su fracaso político dejó a la izquierda totalmente a la deriva, abriendo la oportunidad para que un ex ministro de ese mismo gobierno, Macron, impulse una verdadera revolución en el desgastado sistema estatista francés.
Repasando lo que viven Francia y Argentina, es imposible no hacer un paralelo con los desafíos que Chile enfrentará en los próximos cuatro años.