“Aborta un paco” anunciaba el frontis de la iglesia de la Merced en el “día de los patrimonios”. Esta y otras groserías impublicables decoran por estos días la antigua basílica y monumento nacional. Adentro, eso sí, la iglesia permanece abierta, con sus antiguos santos mercedarios y su atmósfera a media luz.
Con rayados y todo, la Merced tuvo mejor suerte que la iglesia de la Veracruz, del barrio Lastarria, incendiada entre gritos de algarabía en noviembre de 2019. Ojalá renazca algún día ese pequeño templo (también monumento nacional) hoy derruido y tapiado.
Tampoco abrió el café literario del Parque Bustamante, estupenda obra de Germán Bannen que acogió a tantos lectores y vecinos junto a su pileta de agua. El lugar y sus libros fueron saqueados, dañados e incendiados en varias ocasiones. Entre sus ruinas hoy viven algunas personas.
Sí se pudo visitar, en el fin de semana “patrimonial”, el cerro Santa Lucía, legado de Vicuña Mackenna. Quién sabe si podrá sobrevivir entre la suciedad y los rayados. Por uno de sus costados se acumulan colchones, sábanas colgadas y basura, lo mismo que en tantas otras calles y esquinas del centro.
Aunque el informe oficial aseguró su rotundo éxito, todos saben que los días de “nuestros patrimonios” (¿se podrá decir así?) fueron tristes, al menos en el deteriorado corazón de la capital. Incluso la Municipalidad de Santiago, en plena Plaza de Armas, estuvo todo ese sábado cerrada —¿por qué?— y sus guardias explicaban que solo abriría el domingo por la mañana.
Maldito —y también bendito— día del patrimonio, que muestra el grave estado patrimonial de Santiago centro. Y cuestiona el incomprensible y extendido silencio del mundo académico y cultural, impávido, salvo raras excepciones, ante esta destrucción urbana.
Directivos del Colegio de Arquitectos, reconocidos académicos o directores de escuelas de arquitectura —doctorados en selectas y centenarias universidades europeas— permanecieron mudos (o casi) cuando se destruían con chuzos las veredas del centro. Mientras en sus clases hablaban de la importancia del espacio público, callaron cuando enormes camiones depositaban piedras en la Plaza Italia, que luego eran arrojadas contra la ciudad y sus habitantes.
Temerosos de hablar, como si la belleza se opusiera al bienestar social o fuera impedimento para una legítima protesta. Sucumbieron ante la poesía octubrista y algunos, incluso, ironizaron sobre la preocupación por “semáforos y estatuas”, criticando el “fetichismo patrimonial”. Y aplaudieron los “nuevos patrimonios” como groseros grafitis, esculturas pintarrajeadas o la fatídica figura del “perro matapacos”, con su altar en la entrada del GAM.
Aún es tiempo para que ese mundo se reivindique y se embarque en una necesaria cruzada para volver a darle dignidad al centro de Santiago. Y así no vivir otro maldito día del patrimonio. (El Mercurio)
Elena Irarrázabal