Malos perdedores

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El experimento trumpiano merece un análisis desapasionado que apunte no solo a la excentricidad de quien lo lidera o la rapidez con que intenta imponer sus polémicas promesas de campaña, sino también a la forma que ha adoptado la oposición al Presidente norteamericano.

Tradicionalmente, los nuevos mandatarios han gozado en Estados Unidos de un período de luna de miel (los “100 días”) en el cual despliegan sus iniciativas fundamentales, consiguen la ratificación en el Congreso de sus principales figuras y se instalan en el poder. Nada de eso ha ocurrido con Trump, quien ya al día siguiente de haber asumido soportó marchas en su contra, ha tenido que lidiar con unos medios de prensa cuya postura crítica bordea la histeria y enfrenta una oposición que se hace llamar a sí misma “resistencia”.

Es cierto que Trump parece disfrutar con las provocaciones y que ha tomado decisiones muy discutibles, pero también lo es que su administración acató el fallo judicial que suspendió su medida más controvertida, lo cual expresa que, si bien pretende ocupar y defender al máximo sus atribuciones, lo hará sometiéndose a los contrapesos institucionales previstos por la Constitución.

Lo que ocurre en Estados Unidos deja en evidencia que hay gente que no sabe perder y utilizará todo lo que esté a su alcance para impedir que Trump lleve adelante el mandato que obtuvo en las urnas. Esa actitud, por supuesto, es antidemocrática. Ratifica la ideologización de algunos sectores progresistas, que anteponen su agenda al más elemental principio de la democracia: quien gana el poder a través del voto popular tiene derecho a llevar adelante su programa dentro de los límites institucionales.

Hay que tomar nota. Algo similar podría ocurrirle a la derecha en Chile si su candidato triunfa en los comicios de fin de año. ¿Respetarían los “movimientos sociales”, la Nueva Mayoría y la izquierda extrema el derecho de la actual oposición a impulsar su programa en caso de que esta llegue al gobierno en marzo de 2018? El único motivo por el que lo hicieron en 2010 fue la emergencia del terremoto, pero a partir de 2011 fueron implacables contra un gobierno que, ante un desafío serio, flaqueó en sus convicciones y terminó arrastrado por una marejada que no vio venir ni comprendió.

Todo indica que, no obstante la “resistencia” progresista, Trump seguirá siendo Trump, lo cual ofrece algunas lecciones para la derecha chilena. Si ésta consigue volver a La Moneda, seguramente enfrentará una oposición que intentará hacerle la vida imposible, porque en Chile, como en EE.UU., hay quienes se dicen demócratas cuando están en el gobierno, pero no están dispuestos a aceptar las consecuencias de perderlo. Si se da tal coyuntura, la derecha deberá decidir qué ruta seguir. ¿Hará como en 2011, cuando se confundió, abandonó sus convicciones, perdió el rumbo y sufrió luego una estrepitosa derrota electoral? ¿O tendrá el valor de confiar en su ideario, impulsar sus propias soluciones y defender su derecho a gobernar obtenido de manera legítima? Una mirada serena a lo que está ocurriendo en EE.UU. puede servir de guía. (La Tercera)

Juan Ignacio Brito

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