Me da miedo que digan que soy un charlatán. Trato de dar la imagen de que lo que digo en televisión es lo que he estudiado y no solamente lo que siento. Siempre advierto cuando hay algo de lo que no estoy seguro. Me han encasillado mucho en estos temas paranormales; el tema me interesó tras una charla sobre ángeles y demonios a la que fui por curiosidad, pues no creía mucho. Me entusiasmé y seguí investigando hasta el día de hoy.
Cuando entro a un cementerio conozco más gente adentro que afuera. Tengo 80 años, estoy en la última etapa de mi vida y no tengo problemas con eso. En todas las reuniones soy siempre el más antiguo, con mis compañeros de colegio, con los de la Escuela de Derecho o con mis amigos políticos. Leo el obituario y veo que muere gente menor que yo. Mi salud, aparentemente, está bien, pero ya van comenzando los achaques. Lo que quisiera es retirarme de todo y vivir de recuerdos, pero sigo con muchos proyectos.
Me pegaron mucho en el colegio. Lo que pasa es que no había nada que me molestara más que hicieran juegos de palabras con mi apellido. Y lo hacían. Inmediatamente me agarraba a puñetes, aunque nunca fui bueno para los combos. Tenía más o menos catalogado a qué alumnos podía golpear y a quiénes no. A los más duros les pegaba patadas en las canillas y arrancaba por todo el patio. Si me pillaban me podían dar una buena tunda.
Conocí a Salvador Allende porque iba de visita a mi casa. También a Eduardo Frei Montalva y otros personajes de distintas tendencias políticas. Eran amigos de mis padres, los conocí de niño, y como yo era un poco intruso, siempre conversé bastante con ellos. Ahí es cuando empecé a valorar la calidad del político chileno por su cultura, su sentido del patriotismo y su honradez. En ese tiempo pensaba que era lo más normal, pero con los años me he dado cuenta de que eran personas extraordinarias.
Una vez me fui a las manos en el Congreso. Fue el 31 de mayo de 1961, yo era diputado por el Partido Liberal. Recuerdo que en medio de una discusión pidieron la palabra simultáneamente Allende y Frei, y el presidente se las negó porque tenía que hablar Jorge Alessandri. Ahí se generó una trifulca entre parlamentarios de gobierno contra los de oposición y que terminó de manera bastante violenta. Me pegaron un empujón y caí sentado en las faldas del nuncio apostólico, pero mantuve la serenidad en un momento bien difícil.
Ya no soy político, pero me duele mucho la situación actual. No puedo entender que un parlamentario esté involucrado en un asunto delictuoso o que no sea de acuerdo con las correcciones morales que el cargo debe tener. Tengo una buena opinión sobre la nueva camada de políticos jóvenes, aunque a veces no comulgo con sus planteamientos, pero reconozco que es gente bastante idealista, que es lo importante. Me gusta la preocupación por los asuntos públicos y por llevar adelante ideales de la juventud.
Quería mejorar el mundo y servir a Dios, por eso fui sacerdote. Mi vida siempre ha sido una búsqueda por tratar de cambiar el mundo, en todas mis actividades, como sacerdote, como profesor y como político, pero llega un momento en el que me decepciono. Me di cuenta de que por fallas mías no era capaz de hacerlo. Además, me reencontré con una antigua polola: donde hubo fuego, cenizas quedan. Esa fue la gota que rebasó el vaso. Me casé, tuvimos un hijo y hasta el día de hoy seguimos juntos.
En Italia vi una posesión diabólica. Acompañé a un obispo a una investigación sobre un posible exorcismo. Era una niña de 13 años que hablaba en hebreo, en griego y en latín. En un momento yo pensé que no entendía nada y ella me habló para repetirme lo que había dicho. Se reía de las oraciones del sacerdote. Cuando terminó de hablar se empezó a encaramar como una oruga por la pared para arriba. Al final, estiró los brazos y puso los ojos en blanco. Una experiencia verdaderamente dramática.
En el matinal me di un piquito con Claudia Conserva y fue una experiencia inolvidable. Ella es encantadora. Yo tengo una debilidad por las mujeres, a pesar de que soy muy tímido y les tengo miedo a las mujeres. Creo que son misteriosas, siempre tienen algo embrujante. Mi trabajo en televisión es una fiesta, las conductoras me fascinan, son simpáticas, agradables y atentas. Me piropean y yo me las creo todas, aunque sean delirios de un viejo chocho.
Con Felipe Camiroaga conversé 24 horas antes del accidente en Juan Fernández.Hablamos sobre un programa de conversación que iba a salir en marzo y que al final quedó en nada. Tres o cuatro días estuvieron Roberto Bruce y Cabezón en mi casa. Nos íbamos a juntar para grabar, pero me avisaron que no iban a poder por el viaje. Fue un golpe muy fuerte, que me afectó mucho. Eran mis amigos, todavía recuerdo cuando me despedí de ellos.
En Facebook tengo 22 mil seguidores. Pero llego hasta ahí no más, no tengo más redes sociales, porque debo reconocer que soy un cuasi analfabeto digital. Me mantengo mucho en contacto con ellos, sobre todo con los jóvenes, por mi trabajo en televisión y como profesor universitario. No me gusta conectarme mucho al mundo de las redes sociales, porque quiero conocer el mundo. Uno va en el Metro y observa que la gente ya no se mira a la cara, el contacto cósmico ya no existe.
La Tercera