El calentamiento global está tomando fuerza… y también el movimiento mundial para combatirlo. A fines de octubre, la Organización Meteorológica Mundial (WMO) dijo que las intervenciones humanas en la atmósfera pasaron un hito indeseable cuando los niveles de dióxido de carbono, el gas invernadero más responsable de calentar el planeta, excedió las 400 partículas por millón, lo que es 40% por encima de la cifra pre-industrial, y el nivel más alto en varios millones de años. Para ser más exactos, 2016 se está convirtiendo en el año más caluroso de la historia bajo registro, con la temperatura global al menos 1°C por encima del promedio de largo plazo.
Sin embargo, el ánimo entre las personas y organizaciones que están combatiendo el cambio climático es mejor de lo que sugieren las negativas estadísticas científicas. Están alentados por el progreso en el frente político y diplomático.
Lo más importante, –el acuerdo climático de la ONU aprobado en París en diciembre–, está ratificándose mucho más rápido de lo esperado, y ya entró en vigencia el viernes pasado. Otros éxitos recientes incluyen el primer pacto climático que involucra a la industria de la aviación civil y el acuerdo global para eliminar el HFC, el potente gas de efecto invernadero usado en el aire acondicionado y refrigeradores.
Ese impulso político debe ser mantenido en los meses y años que seguirán. Este mes el foco de atención estará en Marrakech, que recibirá la primera conferencia climática de la ONU desde París. Ahora, cuando el acuerdo definitivamente entró en vigencia, las conversaciones en Marruecos tienen que mapear en detalles la ruta accesible para la meta de limitar el calentamiento global a 2°C –y si es posible, a 1,5°C– por sobre los niveles pre-industriales. Algunos países deberán concretar promesas vagas de descarbonización que han hecho en París.
El tema urgente son las finanzas climáticas. Se suponía que las naciones ricas deberían recaudar US$ 100 mil millones al año hasta 2020 para invertir en la construcción de infraestructura de bajas emisiones de carbono en los países en desarrollo, pero todavía hay poca idea de cómo se logrará reunir esa cantidad de fondos públicos y privados. Los bancos de desarrollo multilaterales, como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura y el Banco Interamericano de Desarrollo, no han sido movilizados apropiadamente para el rol importante que les tocará.
Hace diez años atrás el economista británico Nicholas Stern publicó un importante reporte mostrando que las acciones inmediatas para combatir el cambio climático serían mucho más económicas y tendrían más posibilidades de éxito que las que se tomen con décadas de atraso.
Su argumento de que las inversiones de gran escala en infraestructura con bajas emisiones de carbón no son solamente asequibles en el contexto global, sino que contribuirán al crecimiento económico sustentable, es tan válido hoy como lo fue en 2006.
Las decisiones respecto de las inversiones en los próximos diez años determinarán si el mundo alcanzará la meta “significativamente por debajo de 2°C” de París, o en vez de eso quedará atrapado en una infraestructura alta en emisiones, lo que llevará a cambios climáticos desastrosos más tarde.
Una fuente de esperanza es el progreso tecnológico. Así, el costo de la energía solar está cayendo rápidamente mientras las celdas fotovoltaicas se hacen más eficientes, y el desarrollo en redes inteligentes y tecnología de baterías hará posible almacenar y distribuir las intermitentes energías renovables dónde y cuándo se necesitan.
Sin embargo, las fuerzas de las nuevas tecnologías y del mercado no podrán por su cuenta restringir el calentamiento global a nivel manejable. El éxito requiere liderazgo político, como demostró el presidente Barack Obama en las últimas negociaciones climáticas. Las próximas elecciones serán clave para definir si ese liderazgo existirá. (DF)