En la elección presidencial se juega, en parte, cuál será la interpretación triunfante del estallido. Si bien todo podría cambiar en unos pocos años, la presidencial nos dará luces sobre qué tan extendido era el ímpetu por un cambio radical. Pero la elección de Presidente es inseparable del carácter de los candidatos, de sus errores y aciertos. Tal vez, para entender mejor el Chile en el que estamos y hacia dónde vamos, haya que mirar la elección parlamentaria, donde las preferencias por coaliciones juegan un rol más relevante. Mal que mal, y pese al parecer ciudadano, el Congreso es, por excelencia, el órgano de la representación ciudadana. ¿Qué mirar ahí, entonces?
Lo obvio es partir por cuál será el peso de las coaliciones y partidos. ¿Alcanzará la derecha el tercio que no alcanzó en mayo? ¿Seguirá la centroizquierda perdiendo terreno frente a la izquierda a secas? ¿Habrá partidos tradicionales que terminen por desaparecer? (en mayo la DC y el PR no estuvieron demasiado lejos). ¿Continuará el PC con su fortalecimiento relativo? La configuración del nuevo Congreso determinará no solo el rumbo que irá tomando el país, sino también el que tomarán las coaliciones, sobre todo si en La Moneda se instala una sin experiencia previa: un gobierno de Boric dependerá críticamente del peso que tenga el PC; uno de Kast, del resultado de su incipiente partido.
¿Cuánta alineación habrá entre el Congreso y la Presidencia? Gobernar será extremadamente difícil si las mayorías parlamentarias están muy lejos, más si la agenda es ambiciosa y en tiempos de estrecheces fiscales. La relación entre poderes que hemos visto últimamente podría no haber tocado fondo todavía, y el parlamentarismo de facto podría ahora jugar para cualquier lado.
¿Cuántos partidos políticos estarán representados en el Congreso? En su historia binominal, en la Cámara eran alrededor de ocho, pero se duplicaron tras la instalación del sistema proporcional (incluyendo independientes de partido). Organizar coaliciones y negociar en un archipiélago de partidos, en su mayoría pequeños, hace difícil llegar a acuerdos. Sumemos a este escenario los problemas propios de una transición constitucional —no es solo que la de 1925 tardara siete años en implementarse, sino que el siglo anterior vio varias que no llegaron a hacerlo del todo—. En tanto, la opinión pública, desprovista de partidos con peso, seguirá sin guardarle lealtad a nadie. Todo indica que aún nos quedan años de tiempos turbulentos.
¿Vendrá ahora un verdadero rebaraje del mapa político? Pareciera que el Frente Amplio vino para quedarse, pero no es claro qué ocurrirá con lo que va quedando de las coaliciones binominales. ¿Se plegarían los moderados de cada lado a gobiernos de extremos que han hecho carrera por la vía de denigrar al centro? Aunque haya ganas, lo vivido el día antes de la inscripción de las primarias sugiere que algunas puertas podrían estar cerradas (más aún si el próximo gobierno obtiene un buen margen). Quizás haya un espacio para que moderados de ambos lados se unan, aunque tal vez un proyecto así esté destinado a la irrelevancia, más en un ambiente exaltado por una elección que se batirá entre los extremos. Pero la debilidad de los partidos tiene también desatado el discolaje. Así que aun si se viene un rebaraje del mapa, otra cosa es cuán estable sea. (El Mercurio)
Loreto Cox