Chile enfrenta, como nunca antes, un desafío profundo en su sistema educativo. Para un país que aspira a crecer y lograr avances económicos, sociales y políticos, la calidad de la educación es un aspecto clave que definirá su futuro. En efecto, no existe desarrollo si no se tiene una base sólida de formación de capital humano. Lamentablemente, este es precisamente un ámbito donde nuestro país flaquea. A pesar de contar con un sistema educativo que ha mejorado en términos de acceso, la calidad de esta se ve comprometida.
Chile necesita formar profesionales con capacidad crítica, creativa y profunda. Necesita formar pensadores que no solo reproduzcan conocimientos, sino que sean capaces de cuestionarlos y de abordar los desafíos complejos que la sociedad enfrenta. La educación, en todos sus niveles, no puede ser vista solo como una acumulación de información; debe ser un proceso formativo que impulse el pensamiento profundo, el análisis reflexivo y la creatividad. Sin embargo, el actual sistema educativo está alejando a las nuevas generaciones de esta aspiración. Y este fenómeno se percibe tanto en la educación tanto escolar como universitaria.
Cada vez más estudiantes parecen centrarse en cumplir con tareas o aprobar exámenes, en lugar de realmente comprender y profundizar en los contenidos. Con frecuencia, el esfuerzo se confunde con el rendimiento, y se valora la cantidad de horas invertidas o la participación activa, sin considerar si esas actividades realmente conducen a un aprendizaje profundo.
Un ejemplo de este fenómeno es la inflación de notas, una práctica que busca mostrar un rendimiento positivo mediante calificaciones artificialmente altas. Si estas se considera una medida de logro, entonces las calificaciones infladas no solo son engañosas, sino que crean una falsa sensación de éxito al no reflejar el verdadero nivel de competencia alcanzado. Este fenómeno ha sido documentado en estudios internacionales y prestigiosas universidades extranjeras.
El académico David Butterfield, por ejemplo, narra en su análisis sobre el declive de las universidades británicas su decisión de renunciar a su puesto después de 21 años enseñando en la Universidad de Cambridge. A pesar de su amor por la enseñanza y su creencia en la importancia de preservar la excelencia educativa, describe cómo el sistema ha cambiado radicalmente, sacrificando la calidad del conocimiento por una cultura de esfuerzo superficial y políticas de “inclusión” que diluyen la sana competencia académica. A lo largo del tiempo, la universidad ha abandonado prácticas que fomentaban el rigor intelectual, como la publicación de los resultados, de la evaluaciones y ha adoptado una política de calificaciones infladas y una relajación de los estándares.
Esta cultura tiene una relación directa con el impacto de las redes sociales y las plataformas digitales. A través de Instagram, Twitter y TikTok, los jóvenes han sido entrenados en consumir información rápida, que es fugaz y superficial. Las redes sociales premian la gratificación inmediata, haciendo que las personas busquen estímulos rápidos, en lugar de dedicar tiempo a leer libros completos, artículos académicos o textos complejos.
Si bien las redes sociales y la tecnología no son el enemigo, sí son el contexto en el cual la educación debe desarrollarse. No se trata de rechazar el uso de las herramientas digitales, sino de enseñar a los estudiantes a usarlas de manera efectiva y a no dejarse consumir por ellas de manera superficial. La verdadera pregunta es cómo crear un sistema educativo que forme profesionales y ciudadanos capaces de concentrarse en tareas complejas y de profundizar en temas que requieren tiempo, esfuerzo y reflexión.
El desafío de la educación en tiempos de cambio es preguntarse qué y cómo debe enseñarse. Hay aspectos que antes no eran necesarios y que hoy debemos enfatizar, mientras que otros, que originalmente eran fundamentales, han disminuido su relevancia. Sin duda, la atención, la memoria y el diálogo serán cada vez más esenciales, y habrá que integrarlos a nuevas posibilidades de estudios flexibles e innovadores que fomenten la excelencia, la responsabilidad, el esfuerzo, la libertad, pero también el sano escepticismo y la madurez intelectual. (La Tercera)
María José Naudon