Felipe Kast y el proyecto político que ha logrado impulsar son una de las buenas cosas que le han ocurrido recientemente a la derecha chilena. Apostó por crear un espacio de renovación del sector dentro de la coalición, pero fuera de sus partidos tradicionales y, hasta ahora, lo ha logrado. Otros liderazgos jóvenes de gran proyección que lo intentaron por dentro, como Jaime Bellolio, han sido, hasta el momento, anulados por colectividades políticas todavía llenas de personajes que parecen sacados de la casa de campo del Marulanda de José Donoso.
Evópoli hoy es un partido de verdad. Y mucho de eso se debe a la incansable voluntad de Kast y a su ego -tan criticado a veces- que lo mueve a tomar riesgos. Pero también al hecho de que esa voluntad y ese ego han sido acompañados por un implacable espíritu geométrico (Kast es un tecnócrata de Harvard y un ‘ñoño’), una clara vocación social (Kast es un ex-schoenstattiano con deslices jesuíticos) y una familia aperrada (Emelia -la señora cubana de Kast, que Ossandón trató con desprecio a pesar de que a él no lo acompaña ni su sombra- es digna hija de su valiente patria). Todo esto es sabido y se ha visto reflejado en su campaña.
Lo difícil es el siguiente paso. Evópoli ya controla una punta de playa, y la tentación de amurallarla en vez de expandirse es muy fuerte. Tiene grandes desafíos sociales (es un partido pituco, con la tentación frívola pituca), generacionales (es un partido donde mandan los “jóvenes de la transición”, que hoy tienen entre 40 y 50 años), institucionales (es un partido que depende todavía mucho de su principal líder) y políticos (es un partido con dos almas que desentonan entre sí, el liberalismo cosmopolita y la vocación social). Calibrar una identidad y una estructura que le permitan a Evópoli actuar con vocación de mayoría y convertirse en el agente de renovación de la centroderecha completa, y no sólo en el partido de protesta de una generación de la clase alta enojada con el conservadurismo de época de sus padres, es el destino más grandioso al que podrían aspirar. Y haría más fácil y natural el tránsito desde un eventual gobierno de Piñera, quien tendría que decidir actuar como bisagra entre la derecha de Marulanda y la nueva derecha, a uno de Kast.
Programáticamente, que es donde se reflejan todos estos desafíos, a Evópoli le hace falta madurar un horizonte político. Tienen solidez técnica, gracias al gran trabajo de Ignacio Briones, pero no un alma, una visión. Aparecen los niños y los invisibles por un lado, la sociedad civil por otro, la modernización del Estado y los mercados competitivos por acá, y fragmentos de las agendas ambientalistas y LGTBI por allá, pero el conjunto todavía no cuaja. Y liderar la articulación y transmisión de esa síntesis, en un formato que sea coherente con él mismo, es la gran misión que tiene por delante Felipe Kast. Si no lo logra,la ventaja que Evópoli les ha sacado a otras apuestasque pretenden renovar la centroderecha bien podría perderse. (La Tercera)
Pablo Ortúzar