¡Otra vez! La primera ojeada de noticias dominical nos encuentra con un titular tristemente destacado: el asesinato de la sargento segundo de Carabineros Rita Olivares, reportado en medio de un procedimiento policial por robo llevado a cabo en Quilpué. Más de 30 disparos, uno en su cabeza. Deja dos hijos menores y pasa a engrosar la lista de mártires de la institución. El “conteo” de caídos en servicio aumenta con sepulcral rapidez. Inmediatamente se repite una desgastada retahíla de declaraciones públicas. Boric sostiene que moverán “cielo, mar y tierra para encontrar a quienes participaron de este crimen inaceptable”. Tohá afirma que “sus autores serán perseguidos con todo el peso de la ley”. ¿Alguien les cree?, ¿a ellos, a sus asertos o a las reales posibilidades que ello acontezca? Claramente, no.
Ocurre que desde hace años los poderes del Estado renunciaron a dar, de verdad, la batalla contra la creciente delincuencia. Jueces “garantistas”, legisladores ineficaces o frívolos, gobernantes más preocupados de los DD.HH. de los criminales que de las vidas de los ciudadanos. Además, con el colofón del 18-O y meses siguientes. Bandidaje desatado, aplaudido por muchos desde los medios y la política. Y, ahora, el Presidente, que hasta hace poco alentó la violencia como herramienta de lucha ideológica, efectúa un llamado a la unidad nacional contra el flagelo aludido. No posee autoridad moral para hacerlo. Y este es un grave problema para la nación.
El país se enfrenta a una trama delictual que no conoce, en su territorio, precedentes similares. Los criminales, conscientes de la pusilanimidad del contrincante, ganan poder diariamente ante un debilitado Estado de derecho. Los recientes sucesos acontecidos en torno al funeral del “Ñaju”, en Valparaíso, ahorran explicaciones. La pelea contra el hampa se ha venido perdiendo también en los muros, ante la inacción culposa de demasiadas “autoridades”. Se ha tolerado, sin respuesta efectiva, el rayado callejero con las consignas “YUTA” y “ACAB”. Asimismo, en actos de protesta violentos, se hizo habitual la presencia (viva o en imagen) de un perro negro con pañuelo, llamado el “Matapacos”. Singular nombre, que para nada ha sido esgrimido en vano. Se ha hecho escarnio de Carabineros, se les ha quitado el apoyo, se les ha dejado solos. En la práctica, la exposición de sus vidas no vale nada. Pero, irónicamente, la sociedad los necesita más que nunca. La población parece estar entendiéndolo, porque padece cotidianamente la indefensión que este escenario ha llegado a significar. Tal vez, únicamente tal vez, por esta razón diferentes dignatarios puedan comenzar a reaccionar.
La institucionalidad “hace agua”. Chile va quedando, paulatinamente, en manos de la delincuencia. De seguir así, no estará lejano el día en que Chile se verá forzado a elegir entre ella y un gobierno autoritario. Después, por supuesto, “la culpa será del empedrado”. (La Tercera)
Álvaro Pezoa