No hay nada más indicador de que uno no sabe lo que quiere, que hablar exclusivamente de lo que no quiere. Aunque es importante saber qué te tiene descontento, debes recordar que las cosas siempre pueden empeorar si solo te dedicas a dejar atrás lo que ahora te hace infeliz y no te dedicas a identificar lo que te puede hacer feliz.
La obsesión de muchos de los que hoy están en el gobierno, incluido el Presidente Gabriel Boric, con matar al neoliberalismo nos dice mucho más de la poca claridad que tienen respecto a qué tipo de modelo de país quieren, que de las conocidas fortalezas y debilidades del modelo económico que hoy sirve para personificar todas las cosas que no funcionan bien en la sociedad.
Si bien todos somos esclavos de nuestras palabras, las palabras de los políticos cuando ganan elecciones corresponden a una categoría más importante de declaraciones que lo que cualquier persona pueda decir en un día normal.
Al ganar las elecciones primarias de julio de 2021, Boric improvisó una frase que lo acompañará hasta la tumba. En un momento de euforia, el recién asumido candidato de Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista) declaró: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”. Aunque Boric no ha repetido la frase desde que asumió la presidencia el 11 de marzo, tampoco la ha desmentido o corregido. Luego, es razonable suponer que el Presidente de la República todavía tiene intenciones de matar al neoliberalismo.
Boric no es el único político o intelectual de izquierda que anda con ganas de matar al neoliberalismo. Cuando la académica ítalo-estadounidense Mariana Mazzucato, que visitó nuestro país la semana pasada para promover su libro El Estado emprendedor (publicado en 2011, y traducido al español en 2014), hizo sus controversiales declaraciones sugiriendo que había muchos economistas que estaban mirando con interés el experimento (la experiencia, dijo después, corrigiéndose) que representaba el gobierno de Boric para matar al neoliberalismo, la frase resultó polémica, pero no novedosa. Esto de querer matar al neoliberalismo es una postura extendida en esa izquierda que se define más por lo que no quiere que por lo que quiere.
Mazzucato, por cierto, tiene un plan para reemplazar a lo que ella caricaturiza como neoliberalismo. Lo malo es que ese plan ya se intentó en América Latina en los años 1950 y 1960. Entonces se llamó modelo de sustitución de importaciones y desarrollo industrial hacia adentro. Pero el modelo terminó produciendo economías menos competitivas, más desiguales y con mucha más marginación. Solo aquellos que lograban entrar a trabajar a los sectores protegidos y poco competitivos tenían mejor calidad de vida. Pero eso se lograba a costa de todo el resto de la población que pagaba precios más altos que en mercados internacionales por bienes de menor calidad.
La propuesta de Mazzucato, que no es idéntica a la de la política de sustitución de importaciones, pero que se parece, depende también de que exista un Estado eficiente, responsable y con instituciones que lo obliguen a rendir cuentas.
Ahora, si ese Estado existiera, el modelo capitalista de libre competencia también funcionaría mucho mejor de lo que funciona hoy en nuestro país y en los países vecinos. Luego, el problema no es el modelo de desarrollo. El problema es que el Estado no hace bien su tarea de distribución.
En Chile, la desigualdad es igualmente inaceptable después de la distribución que hace el Estado que la que existe antes de que se involucre. En el país promedio de la OECD, el Estado tiene una mucha mejor capacidad de reducir la desigualdad que la que hoy tiene Chile. Creer que subir los impuestos sin una modernización real del Estado va a reducir la desigualdad es una ilusión -o wishful thinking como diría el Presidente Boric que, como muchos de nosotros, gusta de usar frases en inglés cuando habla en español.
Pero volvamos a la obsesión con creer que basta con enterrar algo para que automáticamente nazca algo mejor. Esa creencia define un poco al gobierno de Boric. Durante la campaña para la nueva Constitución, Boric literalmente dijo que “cualquier resultado será mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”. Esa lógica de que el cambio siempre es bueno puede llevar a resultados muy malos. Es de Perogrullo decir que el cambio siempre es inevitable. Pero nuestro desafío es prepararnos para ese cambio y tratar de aprovechar las oportunidades que ofrece y minimizar sus costos. No podemos sentarnos a esperar que cualquier cambio venga mágicamente a solucionar nuestros problemas.
En la izquierda hoy, el neoliberalismo se ha convertido en el chivo expiatorio favorito para explicar los problemas del país. Pero ahora que una mayoría de la población votó a favor de mantener la Constitución de 1980 y rechazar la propuesta de la Convención Constitucional, resulta más difícil culpar a la Constitución de los males que tiene el país.
Por eso, el nuevo enemigo favorito es el modelo neoliberal. Ahora, así como la Constitución de 1980 tiene cosas buenas y malas, el modelo neoliberal tiene fortalezas y debilidades. Es hora de que aquellos que quieren cambiar las cosas vayan aterrizando sus demandas en propuestas concretas cuyos posibles efectos puedan ser estimados y evaluados. Solo así podremos avanzar en la construcción de un mejor país. Más que seguir hablando de lo que queremos matar -la Constitución de Pinochet, el modelo neoliberal- es hora de comenzar a definir claramente qué es lo que queremos construir. (El Líbero)
Patricio Navia