Mercados en guardia-Susana Jiménez

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La globalización, que tiene indudables beneficios para el bienestar mundial, está siendo reevaluada a la luz de los acontecimientos, bajo un ánimo creciente por reducir la dependencia de ciertos países. La excesiva necesidad de intercambios con países cuyo contexto político es inestable, o que juegan al margen de los parámetros occidentales de democracia y libre comercio, ha dado cuenta de una debilidad estructural que más temprano que tarde deberá ser corregida.

Donald Trump anticipó este sentimiento de desconfianza particularmente hacia China, estresando duro la relación bilateral y abogando por el «made in USA». Las medidas adoptadas por las autoridades chinas contra corporaciones locales (el ejemplo más visible son las medidas restrictivas aplicadas a las empresas tecnológicas) se transformaron en una amenaza real para aquellas compañías que dependen del gigante asiático.

Pero es la invasión de Rusia a Ucrania, con su efecto en los mercados internacionales, lo que ha revivido con mayor fuerza la relevancia del riesgo político y reputacional de los países, acostumbrados en las últimas décadas a una relativa armonía y paz mundial que había relegado a segundo plano este indicador.

La globalización y la interconexión han hecho que los efectos de la inestabilidad regional se sientan de forma inmediata y profunda en el mundo entero. El impacto en los precios de commodities, las presiones inflacionarias, el aumento de tasas de interés, la contracción del crédito y la volatilidad cambiaria se evidenciaron en todos los rincones del globo.

La reacción más grave para la población mundial no provino solamente de las decisiones y medidas económicas tomadas por los distintos gobiernos frente al conflicto, sino de las propias empresas, que son particularmente sensibles a la opinión pública y las preferencias de sus clientes. Eso explica la estampida de grandes empresas desde Rusia, la cancelación de suministros desde ese país e incluso la expulsión de personas y empresas rusas de eventos internacionales. Nadie quiere estar asociado al agresor, que claramente dejó de ser confiable.

Esto refleja que el mercado no perdona y castiga con la velocidad de un misil. Cuidar la democracia, la estabilidad política y el funcionamiento de los mercados se volvió una prioridad aún mayor, porque su interrupción ha probado tener efectos devastadores.

Esta realidad debe ser observada con atención por los países emergentes que suelen ser más vulnerables a los vaivenes políticos. El daño reputacional que genera la inestabilidad política, institucional y regulatoria puede tener efectos incalculables en un mundo globalizado. Como ya se ha dicho, el mercado demora poco en hacerlo notar, por lo que el riesgo país vuelve a ser un actor relevante a la hora de tomar decisiones de inversión nacional y extranjera.

Chile no es la excepción a la regla y debe estar alerta a estas señales. Un país abierto al mundo como el nuestro tiene que cuidar ese capital político, económico y social que ha construido día a día durante décadas, pero que puede perder en poco tiempo si las cosas se hacen mal. Es de esperar que esta realidad no esté ausente en la discusión de nuestros constituyentes al redactar la Carta Magna, aunque las señales entregadas hasta la fecha no parecen estar muy conscientes de aquello. (DF)

Susana Jiménez

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